En este verano tan deportivo mi hijo sigue reproduciendo con las manos el 304 con el que el futbolista Lamine Yamal le dedica los goles a su barrio, mientras yo pienso en cómo el código postal condiciona nuestra salud, esa verdad centífica que quedó patente en pandemia y vemos en las olas de calor
Brecha social en salud - La “desigualdad en salud”, cuando en qué barrio naces afecta a tu esperanza de vida
Mientras miro los Juegos Olímpicos, me doy cuenta de que recordaré el de 2024 como el verano en que me tragué dos competiciones deportivas seguidas, bajo el aire acondicionado, surfeando olas de calor y pensando en los determinantes sociales de la salud. Me explico.
Cuando mi hijo pequeño me explicó cómo festejaba los goles su nuevo ídolo, fingí prestar atención y no me enteré de nada, como sucede cada vez que tras un “mamá, mira”, él o su hermano imitan celebraciones de futbolistas que yo no sé ni quiénes son. Lo entendí después, durante la Eurocopa, al ver la foto de un adolescente con brackets representando con sus manos un 304. La imagen que dio la vuelta al mundo, en la que Lamine Yamal reivindicaba las tres últimas cifras de su código postal en el barrio de Rocafonda (Mataró), me hizo pensar inmediatamente en epidemiología. En todas esas veces que escribimos noticias sobre la incidencia de una enfermedad, de la discapacidad o de cualquier problema de salud en función de las condiciones de vida y repetimos machaconamente la frase “el código postal afecta más a la salud que el código genético”.
Me pasa desde la pandemia. Nos acababan de confinar y una de mis primeras llamadas a un científico fue a Manuel Franco, epidemiólogo en las universidades de Alcalá y Johns Hopkins: “Oye, Manuel, ¿esto qué es? ¿Cómo van a sobrevivir encerrados mis vecinos de enfrente, que son diez personas en un bajo comercial convertido en infravivienda? ¿Y la gente que no puede teletrabajar? ¿Y las empleadas del hogar sin contrato? ¿Y los niños que comen bien gracias a una beca en el cole?”.
Hablamos largo y tendido y, de esas conversaciones, surgió un artículo para la agencia de noticias que yo dirigía y que republicó este periódico, en el que Franco explicaba con pausa y pedagogía la relación entre salud y condiciones de vida: “Las desigualdades sociales crean y perpetúan las desigualdades en salud. Las inequidades sociales no son otra cosa que los procesos y fenómenos que ocurren en nuestras sociedades, países, ciudades, distritos, barrios y edificios, y que se relacionan directamente con la salud y las enfermedades que tenemos”. Y hablaba de los determinantes sociales de la salud, que “están íntimamente relacionados con los trabajos y el nivel educativo, con nuestro género, edad y con el lugar donde vivimos”.
El código postal afecta a nuestra suerte, en muchos casos, no solo más que el código genético, sino también más que la inteligencia, la capacidad de esfuerzo, la habilidad para acumular méritos y muchos otros valores que se nos venden como factores de éxito relacionados con lo individual
Gracias a todo lo que tuve que leer en aquellos años sobre la carga de la enfermedad en sociedades desiguales —se publicaron miles de papers sobre Covid-19 y desigualdad—, entendí que la salud no es solo un fenómeno biológico, sino quizá, sobre todo, social. Una vez has interiorizado eso, ya no se te olvida la cantinela del código postal.
La brecha no es exclusiva de los fenómenos relacionados con la salud. Entre el norte y el sur de la península se abre una brecha económica que se materializa en el empleo, la esperanza de vida y el nivel de estudios. Por ejemplo, en el barrio de Rocafonda de donde viene Yamal, solo un 6% de sus habitantes son universitarios, mientras que el 73% de los mayores de 15 años solo han terminado los estudios básicos, como analizaban los compañeros de elDiario.es en este reportaje.
El código postal afecta a nuestra suerte, en muchos casos, no solo más que el código genético, sino también más que la inteligencia, la capacidad de esfuerzo, la habilidad para acumular méritos y muchos otros valores que se nos venden como factores de éxito relacionados con lo individual. Sin embargo, para algunas personas convencidas de que cada cual es dueño y señor de su propio destino, la idea de que vivimos en sociedades atravesadas por la desigualdad es difícil de digerir, a pesar de la evidencia.
En Madrid sabemos que el cinturón sur es mucho más vulnerable a los efectos del calor que la parte norte, y no es por el envejecimiento, son las condiciones de vida. Lo que te mata es ser pobre, con el calor y con todo
Cada semana encontramos en las revistas científicas decenas de nuevos estudios relacionados con las desigualdades. En PubMed, el repositorio de artículos científicos de la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos, hay 76.721 resultados sobre “desigualdad”, la mayoría concentrados a partir del siglo XXI, en una curva creciente, con un pico máximo en los años pospandemia.
Algunos de estos estudios nos cuentan realidades tan intuitivas como que la vulnerabilidad a las altas temperaturas depende del barrio, del tipo de casa en el que vivamos y de capacidad de adaptación, marcada por la pobreza energética, y que las olas de calor matan más en barrios con menor estatus socioeconómico. Como decía la investigadora Cristina Linares, del Instituto de Salud Carlos III, en esta entrevista: “En Madrid sabemos que el cinturón sur es mucho más vulnerable a los efectos del calor que la parte norte, y no es por el envejecimiento, son las condiciones de vida”. La actual codirectora de la Unidad de Referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano concluía: “Lo que te mata es ser pobre, con el calor y con todo”.
Tantas veces encontramos esa conclusión en los artículos científicos que leemos cada día al seleccionar los temas que queremos tratar, que ya no nos parece noticiable. “Que sí, que ser pobre es peor para cualquier enfermedad, esto no es novedad”, suelo pensar muchas veces al leer abstracts. Como en “niño muerde perro”, la noticia sería la contraria. ¿Habrá enfermedades que no estén correlacionadas con la pobreza o con la desigualdad? Eso merece otro análisis. Lo que sí sé es que tenemos que seguir hablando de cómo la desigualdad atraviesa la salud de nuestras poblaciones, y de qué podemos hacer como sociedad para que el código postal no nos marque la vida.