Cuando Adrián Abadía era niño (Mallorca, 2002), su abuela vio un trampolín en Palma y decidió apuntar a su nieto a ese deporte que se mueve entre la acrobacia, la elegancia y el silencio. Muchos años después, esta mañana la abuela ha visto el mismo trampolín y ha visto desde la grada del Centro Actuático de Saint Denis cómo su nieto debutaba en unos Juegos para llevarse un diploma olímpico; lo ha visto realizar los seis saltos de la serie, junto a su compañero Nicolás García Boissier , entre los históricos emperadores de este deporte, y escribir en el agua la primera línea de este deporte para nuestro país con un sexto puesto en el salto sincronizado de trampolín por parejas que ha repartido sus medallas entre los chinos (oro), mexicanos (plata) y el bronce de los británicos. ¿Cómo es verse compitiendo entre los grandes de este deporte, territorio hegemónico de países como China o EEUU, que ostenta el récord de medallas (148)? «Es algo tocho y hay que valorarlo», dice Nicolás, «y me gustaría que la gente se dé cuenta de lo que hemos conseguido: apenas hay 88 licencias en este deporte y se ha conseguido clasificar a cuatro deportistas para unas olimpiadas : saca el porcentaje de lo que supone esto porque es algo bastante difícil de conseguir. Esperemos que este resultado ayude a visibilizar este deporte, a invertir un poco más y por lo menos a superar las cien las licencias», dice anhelando un futuro en el que él no estará. García Boissier no se ve enfrentando otro ciclo olímpico y la de esta mañana ha sido su última prueba: «Tengo casi 30 años, he conseguido poner mi nombre en este deporte y hay cosas que quiero hacer», dice. ¿Y qué se lleva en la memoria de su última participación? «Que hemos superado el mejor resultado de la historia, pero podíamos haber saltado mucho mejor ». Y ahí está la paradoja de este deporte, que a pesar de la belleza colosal que tiene y la dificultad de quedarte suspendido como si el aire adquiriese de pronto una cualidad rugosa, no valora la virtud sino precisamente lo contrario; el fallo. Es lo que se ve una y otra vez en los entrenamientos y es lo que han buscado esta mañana los jueces desde las 11.00 de la mañana, cuando han empezado las seis series de saltos de los ocho binomios. Mientras los demás vemos la cualidad inhumana de volar en exacta forma y tiempo, los jueces ven el error: parten de un 10 y van quitando puntos en función de la aproximación al salto, el impulso que toman los deportistas, la altura y la ejecución, la dificultad y la entrada en el agua (donde salpicar lo menos posible es el objetivo). «Nuestra serie de saltos era la más fácil de las ocho, y sabíamos que no estábamos en la lucha por la medalla», reconoce la pareja, que ha logrado un 361.62 de puntuación total, frente a los 446.10 puntos de los chinos, los 444.03 de los mexicanos los 438.15 de los británicos. La rueda de saltos la han abierto los franceses. En ese instante, suena el silbato, el estadio se queda en silencio, la 'speaker' se calla y solo se escuchan los chorros de agua cayendo bajo la línea paralela del trampolín. Después, el chirrido de las bisagras. El chapuzón con su escuálido estruendo. A partir de ahí, todo irá a más, sobre todo cuando salten los chinos, porque lo que hacen no es un salto, es más bien una declaración de intenciones políticas, culturales y mentales, como si el aire que respiran desde que nacen fuera distinto. Los americanos tienen tanta sincronización que hasta tiran la toalla a la vez desde la plataforma, pero de poco les sirve porque terminarán últimos. Cuando llega el turno de los españoles, cuando la pareja que ha logrado el bronce (el primero e histórico) en el Mundial de Qatar en febrero sube las escaleras, es imposible no pensar en la abuela de Adrián y el hermano de Nicolás (el que fuera su pareja de saltos hasta Tokyo) sentados en la grada. Sobre los trampolines, avanza la pareja, tan simétrica en el aire como distinta en todo lo demás (sin ir más lejos, esta mañana Nicolás se ha levantado a las seis y media de la mañana y Adrián, a las siete menos diez) hacia su primer salto, con un 2.0 de dificultad. A partir de ese momento, sus saltos subirán en dificultad hasta llegar al quinto y más difícil (de 3.5), un mortal y medio inverso con tres tirabuzones y medio, y el sexto y último (de 3.4), por el que más puntos les dan dado. En la última ronda, los chinos se atrevieron con un salto de 3.8 y conquistaron el oro antes de que los jueces emitan su veredicto: en las imágenes repetidas por las cámaras de perfil es posible ver una única figura realizando los giros en vez del cuerpo de dos hombres. «Nos vamos contentos por haberlo hecho bien», decían al término de la competición, aún en bañador y descalzos, reconociendo también el cambio que ha supuesto para la disciplina la profesionalización de sus entrenamientos desde hace un par de años con el trabajo hecho por Domenico Rinaldi y Arturo Miranda. El podio queda sentenciado. También el diploma olímpico español , que deja algo flotando en el agua de la piscina, una célula deportiva que puede mutar en nuestro país en más licencias, en más deportistas, en quién sabe qué otros límites pulverizables. Nicolás se despide de los aros olímpicos, pero a Adrián le aguarda Los Ángeles 2028. Y antes, al fin, su primer cruasán para desayunar en la capital francesa.