En 1887 se reconoció formalmente el derecho de las mexicanas de acceder a la educación superior y la UNAM admitió a su primera mujer estudiante. Actualmente, las mujeres componen poco más del 50% de la matrícula universitaria nacional. Hace 71 años, las mujeres mexicanas votaron por primera vez en una elección federal. Este año Claudia Sheinbaum se convertirá en la primera mujer presidenta.
En 1974 se incorporó el principio de igualdad entre hombres y mujeres en la Constitución General, y las mexicanas hemos podido incursionar en distintos ámbitos de la vida pública que nos acercan a la igualdad sustantiva de género. Sin embargo, hay un aspecto de la vida diaria en el que las brechas de desigualdad siguen prácticamente intactas: el trabajo doméstico y de cuidados.
Según datos de la Organización Internacional del Trabajo, las mujeres realizan el 76.2% del trabajo de cuidados no remunerado en el mundo y le dedican aproximadamente 3.2 veces más tiempo a estas actividades que los hombres (OIT, 2018).
Igualmente, un estudio internacional demostró que las mujeres mayores dedican el doble de tiempo que los hombres mayores al trabajo de cuidados no remunerado y que algunas llegan a destinar hasta siete horas diarias a la realización de este tipo de actividades (Age International, 2018). En el caso de México, la Encuesta Nacional sobre Salud y Envejecimiento reportó que solo el 26.4% de las mujeres mayores realiza trabajo remunerado frente al 62.2% de hombres mayores; mientras que el 45.3% de mujeres mayores realiza labores del hogar frente al 1.4% de los hombres mayores.
Así, podemos comprobar que la creencia misógina de que las mujeres mayores son cargas para la sociedad no podría estar más alejada de la realidad. Las mujeres mayores no solo trabajan muchísimo, sino que también lo hacen, enfrentándose a múltiples formas de discriminación edadista.
Por ejemplo, se espera que las mujeres mayores desempeñen trabajos —como el cuidado de niñeces, preparación de alimentos o la realización de labores de limpieza— sin que se les otorgue pago alguno, mientras que sí se retribuye económicamente a personas más jóvenes que realizan esas mismas labores. Igualmente, para muchas mujeres mayores es más difícil acceder a créditos bancarios por “no estar en edad productiva” y por eso mismo tienen más dificultades para ingresar al mercado laboral (Age International, 2018). También recordemos que la tasa nacional de informalidad de las mujeres es del 56.1% (INEGI, 2022), lo cual implica que muchas de ellas no tengan acceso a pensiones y vivan con ingresos bajos.
Las contribuciones de las mujeres mayores al sostenimiento de la economía y al bienestar comunitario han sido invisibilizadas cultural y políticamente, ya que se considera que los trabajos de cuidados son parte de su “rol natural”. Así, muchas de ellas han visto truncados sus proyectos de vida por haberse visto obligadas a asumir de manera casi exclusiva esta carga en sus familias.
Por ello, la virtual presidenta electa tomó un paso importante para corregir esta injusticia al proponer una iniciativa que busca ampliar la cobertura de la pensión de personas mayores de 65 años para incluir a mujeres de entre 60 y 64 años y otorgarles un apoyo bimestral de 3 mil pesos. Este derecho también será elevado a rango constitucional para asegurar su continuidad. Mediante esta acción se pretende reconocer y retribuir el trabajo de cuidados no remunerado que realizan la mayoría de las mujeres mexicanas a lo largo de su vida y hasta su vejez.
Los programas sociales resultan cuestionados por gente que piensa que son dádivas asistencialistas de los gobiernos para ganar adeptos y seguir conquistando al electorado con dinero. Esta visión reduccionista y utilitaria resulta profundamente inhumana y falta de toda empatía. El combate a la desigualdad debe ser nuestro punto de encuentro para impulsar acciones que reduzcan las brechas, ahora con las mujeres mayores de nuestro país.