En plena final, la cámara captó un expresivo bostezo de
Simone Biles, la campeona norteamericana de 27 años que se colgó el primer oro de París con su equipo. No tenía sueño, ni seguramente estaba relajada. El bostezo es también un mecanismo para mantenerse alerta, protector del cerebro en situación de estrés, un efecto de defensa.
Biles pasó del apagón de Tokio al bostezo de París. En la ciudad de la luz volvió la claridad para una atleta extraordinaria que regresó para sonreír después de sufrir, publicitar y recuperarse de la ansiedad, de una enfermedad mental en Tokio y declarar al mundo que las grandes deportistas no son robots. Tal vez por eso bostezó.
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