Las salas de cine alguna vez fueron el epicentro de la vida social y cultural de Galicia . Desde la posguerra hasta los años 70, no solo sirvieron como foco de encuentro con amigos y familiares, sino también como una válvula de escape donde los sueños cobraban vida en la gran pantalla y como espacios de libertad en tiempos de dictadura. Por ello, ir al cine se convirtió durante varias décadas en un ritual casi tan importante como asistir a misa los domingos. «La época de mayor éxito fue hasta los años 60 », cuando «se construyen más de la mitad de los cines» que enriquecieron la vida de los gallegos, comparte para este medio el profesor y catedrático en la Universidad de Santiago de Compostela Jesús Ángel Sánchez García, autor del libro 'Cines de Galicia' y comisario de la exposición 'Cines de Pontevedra. Memorias dunha ilusión', que, hasta el 30 de agosto, revive estas ubicaciones caídas en el olvido en la sede de la Diputación de Pontevedra. Las casi 850 salas de cine catalogadas por el comisario han albergado incontables sesiones desde que el Teatro-Circo Coruñés, en 1896, proyectó la primera película en Galicia . Un año después, el Teatro Principal haría la propio en Pontevedra. Aquellos primeros filmes tomaron el testigo de métodos ópticos antediluvianos como las lámparas mágicas, los poliscopios o los panoramas que feriantes y grupos ambulantes utilizaron para amenizar fiestas y mercados. Poco a poco, las peliculas fueron evolucionando en calidad, temática y duración. Mientras, las barracas en las que se proyectaban, improvisadas con lonas, maderas y chapas metálicas, dieron paso a edificios más modernos y vanguardistas. Y con ello el acceso a todos los miembros de las familias , lo que resultó un factor importante en la consolidación del cine, pues hasta entonces burgueses e intelectuales lo despreciaban al considerarlo una atracción de feria más y eran coto casi exclusivo de obreros, funcionarios, comerciantes y militares. La visión de Isaac Fraga Penedo a principios del siglo XX, quien se asentó como el empresario más importante del sector en Galicia gracias a su política innovadora con programación y espectáculos de variedades, puso los cimientos de la gran proliferación que vivieron las salas de cine. La mayoría tuvo como gerentes a «pequeños inversores privados que ya tenían otros negocios como farmacias o conserveras» y que «montaban un cine por diversión o porque sabían que eran un negocio seguro», explica Sánchez García. Gran parte solo abría los domingos, festivos y días de feria . Aquellos ubicados en ciudades y villas de cabecera se permitían el lujo de ofrecer más de una sesión de forma diaria. Las primeras películas, de procedencia italiana, alemana y francesa, se echaron a un lado en favor de las producciones americanas tras el aperturismo que acompañó a España a partir de los años 50. Desde el régimen se promocionaron las películas bélicas que exaltaban el nacionalismo español y que estaban precedidas por la proyección informativa del NO-DO. Por otro lado, «en el rural gustaba mucho el western y el cine folclórico en el que salían Pablito Calvo, Joselito, Marisol,… », explica el catedrático y comisario. Estos espacios no solo ofrecían películas, sino también fiestas, espectáculos y otros eventos . «En aquellos años, las sesiones de cine se complementaban con bailes en los mismos locales», añade Jesús Ángel. La etapa dorada de los cines frenó en seco a partir de los años 70 por distintas razones. «La televisión llega primero a los bares y después a las casas . Es un primer golpe para el cine. Después llegó el coche. ¿Para qué esperar un mes si puedes ir a Vigo a ver la película que se está estrenando?», explica Jesús Ángel Sánchez. Como resultado, los cines de pueblo fueron los primeros en cerrar, un fenómenos que se extendió a todo el país: de las 400 millones de entradas vendidas para 6.000 pantallas en 1966 se pasó a apenas 69 millones entradas y 1.800 salas en 1988 . Paralelamente, la aparición del vídeo y la pérdida de la exclusividad de la explotación por parte de las salas supuso la estocada final para tantas otras salas, cuyos dueños tampoco fueron capaces de adaptar sus viejos locales a los nuevos tiempos. A medida que los múltiplex y las grandes cadenas como Cinesa y Yelmo Cineplex comenzaron a dominar el mercado, las viejas salas de cine cerraron sus puertas. En Galicia, esta transición fue especialmente dura, ya que muchos de los antiguos locales quedaron «cerrados, abandonados o en ruinas» . Otros se han ido transformando en cafeterías, restaurantes, discotecas, casas de cultura, centros multiusos o espacios de exposición . Algunos, muy pocos, todavía sobreviven, como son los casos del cine Seixo, en Marín; el Imperial, en Nigrán, y el Avenida, en Caldas , que han reconducido el negocio hacia las películas de calidad bajo una cuidadosa selección que sea atractiva para el espectador. Proyectos más recientes, como los cines Numax en Santiago, han optado por el cine de autor y actividades culturales complementarias, que demuestran que es posible mantener viva la esencia de estos lugares. El papel social del cine ha cambiado con el tiempo, pero la nostalgia y el valor de estos espacios persisten. La exposición no solo ofrece un vistazo al pasado, sino que invita a reflexionar sobre la importancia de estos lugares en la historia cultural de Galicia. «Se ha perdido el papel que tenían los cines como espacio de socialización», lamenta Jesús Ángel Sánchez. El trabajo de documentación y conservación de estas salas comenzó en los años 80, pero su proyección se mantiene hasta nuestros días . «Es importante que los vecinos sigan recordando y mantengan esa conexión con los sitios donde fueron felices », sentencia el comisario.