Para quien nunca ha sostenido un sable de esgrima, la sensación que se percibe en la mano es lo más parecido a «una pluma de ave que coges y te permite dibujar en el aire las sensaciones que tienes en ese momento», dice Lucía Martín-Portugués (Madrid, 1990). ¿Pesa? «No, es como una batuta de director de orquesta con la que siento control y el poder para sacar esa parte primitiva que está dentro de todos», y sin ponerle paños ni etiquetas añade que su deporte, la esgrima, va de darse golpes. De recibirlos. Y de superarlos, ¿cómo si no habría logrado clasificarse para debutar hoy en los Juegos Olímpicos de París tras diagnosticarle epilepsia con 17 años? Su trastorno neurológico...
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