Nunca ha sido fácil encontrar un sentido a la vida. Ahora, con la superficialidad a la que nos han llevado el mundo virtual y las nuevas tecnologías, caminamos sin propósito por un hermoso sendero de plástico. La psiquiatra Rojas Estapé nos aconseja practicar la reflexión, hacernos esas preguntas eternas y fundamentales: ¿quién soy? ¿qué quiero? ¿a quién amo? ¿por dónde voy? «Las pantallas, el miedo, la soledad, la hiperestimulación», dice, son elementos que contribuyen a un bloqueo mental que impide ir más allá de un nivel superficial de pensamiento. Se ha perdido en gran medida el gozo que produce practicar el intelecto; gozo tan agradable como el sensorial. Reflexionar mientras se lee, discutir sobre las honduras de la existencia con los amigos y analizar por qué ocurren ciertas cosas da alegría y calma. Nos hace entender que todos viajamos en un barco parecido y que nuestras preguntas, con o sin respuesta, son comunes y cómplices. En las tertulias de ahora el grito es la sinfonía general. Se habla sin escucha, se parlotea al unísono. Da igual el tema, la primera palabra suele ser «yo…». Yo pienso, yo creo, yo más.
Esa falta de interés por el pensamiento o la experiencia del otro vence en las redes; como subas una consideración de más de tres líneas estas perdido. Y no hablemos ya de un artículo de opinión; a muy pocos les interesa pararse a leer lo que algún prójimo indaga sobre aspectos importantes. Cierto es que decimos muchas tonterías y hay una selección muy sesgada de opinadores. Pero es estimulante tomarse la molestia de buscar, de leer engendros hasta que encuentras al lúcido. Lo que nunca falla en redes es la foto llamativa con frase conmovedora. Eso es Instagram, la red juvenil por excelencia. X es la de los peleones politiqueros. En Facebook todavía quedan algunos lectores, gente de madurez tardía mayormente. Si nuestros gobernantes son tan superficiales como son, si cada vez tenemos menos referentes, ¿dónde encontrar el hilo a la reflexión? Ay, si yo lo supiera.
