Las elecciones presidenciales de este domingo son cruciales no solo para Venezuela, sino para toda América Latina. Analizarlas desde una perspectiva comparada regional permite identificar cinco características del actual momento político-electoral venezolano y latinoamericano.
Del voto de castigo generalizado al selectivo: Las encuestas independientes anticipan una victoria de la oposición si las elecciones presidenciales se llevan a cabo con relativa normalidad. Los estudios demoscópicos coinciden en que el candidato opositor, Edmundo González Urrutia, de la Plataforma Unitaria Democrática, supera el 50% de intención de voto, aventajando a Nicolás Maduro por 20-40 puntos.
Si se confirma este resultado, sería un voto de castigo al gobierno, siguiendo la tendencia regional entre el 2019 y el 2023, salvo en Paraguay; tendencia que cambió en el primer semestre del 2024, con triunfos oficialistas en tres de los cuatro comicios presidenciales: en El Salvador, la República Dominicana y México. Panamá fue la excepción.
Como vemos, el electorado ya no castiga a los oficialismos de manera generalizada, sino selectivamente a los gobiernos ineptos. Por ello, una derrota del chavismo sería un voto de castigo a la mala gestión de los dos gobiernos de Maduro (desde el 2013), que han causado una grave crisis económica y social, y la salida de 8 millones de venezolanos al exilio.
Debilidades institucionales y manipulación electoral: La institucionalidad democrática en Venezuela está gravemente deteriorada. El régimen chavista manipula leyes e instituciones, captura la justicia, viola derechos humanos, incluida la libertad de expresión, y manipula procesos electorales para mantenerse en el poder. Indicadores globales califican al país como un régimen autoritario, con fragilidad del Estado de derecho, baja integridad electoral y escaso respeto a la libertad de prensa.
En el proceso electoral, el régimen ha desplegado una doble estrategia: por un lado, apela al voto del miedo (“si gana la extrema derecha habrá una hecatombe”, un “baño de sangre”, una “guerra civil”) y, por el otro, amedrenta a la oposición (ha habido más de 100 detenciones en el último mes).
Malestar social por mal manejo económico: Los graves problemas económicos (disminución del 70% del PIB, hiperinflación y una caída de la producción petrolera de 2,5 millones de barriles diarios en los 90 a 820.000 actualmente), el cansancio con el chavismo tras 25 años en el poder y la demanda de cambio de amplios sectores de la ciudadanía favorecen la alternancia.
Aunque la hiperinflación recientemente ha disminuido y se prevé un crecimiento del 4,2% en el 2024, la pobreza supera el 80% y el nivel de vida solo es aceptable para quienes reciben dólares del exterior o pertenecen a la élite chavista.
El papel de la diplomacia presidencial: Lamentablemente, los organismos regionales no han desempeñado un papel significativo en estas elecciones. Más relevante ha sido la diplomacia presidencial de Lula da Silva y Gustavo Petro, quienes en los últimos meses han intentado moderar a Maduro y generar condiciones para unas elecciones que puedan abrir camino a una transición pacífica y democrática. Por su parte, Biden ha ejecutado una estrategia de “palo y zanahoria” para presionar al régimen en la misma dirección.
Escenarios y gobernabilidad: Estas elecciones y sus resultados son altamente inciertos. Aunque González Urrutia es el favorito, su victoria no está asegurada. Maduro mantiene el control del aparato estatal, una red clientelista, tácticas legales para obstaculizar a los opositores y el apoyo de las fuerzas armadas. Analistas como Luis Vicente León sugieren que, bajo ciertos supuestos, como una alta abstención y menos de 11 millones de votos, Maduro podría ganar debido al ventajismo oficialista.
Todos los escenarios están abiertos. Si gana la oposición, enfrentará seis largos y desafiantes meses de transición (desde el 29 de julio hasta el 10 de enero del 2025), durante los cuales el régimen tratará de limitar el poder del nuevo gobierno y obtener garantías para su salida. La mayoría de los analistas coinciden en que sin garantías (amnistía, justicia transicional, otras medidas) difícilmente el régimen dejará el poder en caso de una derrota electoral.
Por otro lado, si gana Maduro sin fraude y con resultados verificables, el chavismo gobernará un país tenso políticamente y con una oposición empoderada. Si en cambio hace fraude o desconoce los resultados, ello podría gatillar un estallido de violencia con consecuencias difíciles de prever. En todas las hipótesis, estas elecciones inauguran una nueva etapa política en Venezuela. En el 2025 están calendarizadas las elecciones legislativas y regionales.
En resumen, no estamos ante unas elecciones democráticas y competitivas, sino semicompetitivas, que tienen lugar en un régimen autoritario-competitivo. Los niveles de integridad electoral son bajos y la cancha está claramente inclinada en favor del gobierno. El órgano electoral responde al chavismo.
La observación electoral internacional es críticamente débil para unas elecciones tan complejas como las de este domingo. No habrá misiones de la OEA (no fue invitada) ni de la Unión Europea (invitada y luego desinvitada). El Centro Carter advirtió de que su observación será limitada. Las Naciones Unidas enviaron un panel de expertos electorales que no harán declaraciones públicas y elaborarán un informe confidencial para el secretario general.
El viernes, el régimen impidió la entrada a miembros de la delegación del grupo IDEA y a un grupo de diputados y eurodiputados los expulsó de Venezuela. Este asunto es de máxima gravedad.
No existen garantías de que, ante el peligro de una derrota, Maduro no haga fraude o desconozca los resultados. A pesar de esto, la oposición democrática está unida, organizada y movilizada. Ha realizado una campaña valiente, con un elevado nivel de emocionalidad que ha conectado con amplios sectores ciudadanos que demandan cambio.
Sin subestimar el ventajismo oficialista, la oposición ha generado condiciones para derrotar al régimen. En este contexto, la participación electoral y la distancia entre Edmundo González Urrutia y Maduro son dos aspectos fundamentales que tener en cuenta.
Este domingo se vivirán horas de mucha tensión e incertidumbre. Es mucho, muchísimo, lo que está en juego no solo en Venezuela, sino también para la región y la geopolítica global. El impacto sobre el flujo migratorio es uno de los más importantes.
La única manera de que Venezuela vuelva a la normalidad es tener un proceso electoral creíble y respetado por todo el mundo. Como bien advirtió Lula da Silva: “Maduro tiene que aprender: cuando ganas te quedas, cuando pierdes, te vas”. ¿Hará caso Maduro a los consejos de Lula da Silva? Pronto lo sabremos.
Rogelio Núñez es profesor en la Universidad de las Hespérides, España.
Daniel Zovatto es miembro del Wilson Center, EE. UU.