'Está bien sentir' es un espacio de conversación con la poeta y escritora Sara Torres ('La seducción', Reservoir Books). Envíanos tus reflexiones y preguntas, tus deseos de indagar sobre una realidad, un vínculo, un placer o un duelo
¿Qué es 'el bien querer'? Sobre nuestras creencias colectivas al hablar de amor
Hola, Sara. Soy hombre y últimamente he trabajado para alejarme de una masculinidad tóxica. En contra de lo que creo, no me siento satisfecho si mi pareja no tiene una belleza normativa. ¿Qué puedo hacer para mejorar en esto?
Desde el nacimiento recibimos de forma involuntaria, amable a veces y a veces violenta, un repertorio de imágenes. Este inventario de imágenes interpreta y organiza la realidad – que es ambigua, cambiante y matérica – atribuyéndole un orden de valor y de sentido. Cuando la sociedad nos asigna un género, también nos asigna una posición, un lugar de relación con respecto a estas imágenes que ordenan la vida representando cómo ha de vivirse para que nuestra existencia sea “correcta” según la norma y “deseable” para lxs otros.
Este inventario de imágenes, que por su constante aparición e impacto en el espacio social es imposible “no ver”, tiene algunas representaciones que parecen llevar más peso de atención, que ocupan un lugar jerárquico en su influencia en nuestra forma inconsciente de leer el mundo. En la cumbre de la visibilidad está tal vez la imagen de la mujer “bella”, representada hasta la saciedad, como panfleto o propaganda impresa de forma viral y compulsiva. Nadie puede nacer en occidente y desconocer las representaciones de la belleza femenina de su tiempo. Determinada por un canon variable y contextual, la imagen de la mujer bella parece la unidad de medida a través de la cual medir el valor de la propia vida. Dependiendo del género asignado, dentro del orden heterosexual, la imagen de la mujer bella es capital al que tenemos acceso desde dos posiciones distintas: 1) siendo reconocidas como “la mujer bella”, acercándonos lo más posible a la encarnación de la imagen, o 2) “poseyéndola” teniendo una representación parecida a “la mujer bella” al lado, deseándola, fusionándonos eróticamente con ella. Fuera del orden heterosexual, en el deseo lesbiano, estos dos modos de relación también perviven, aunque con mayor variación y transfusión de roles.
Identificarnos con lo femenino nos coloca inconscientemente en el lugar de la búsqueda de la imagen de la mujer bella dentro de nosotras. Sin haberlo elegido ni racionalizado, muchas asimilamos que intentar ser “la mujer bella” es una parte fundamental de nuestro trabajo para poder formar parte de la sociedad. Este esfuerzo, en la contemporaneidad, no queda además concentrado en la primera juventud o la adolescencia, sino que se convierte en un imperativo perverso a través de las distintas edades de la vida, generando un profundo miedo a los cambios corporales que traen los años. Para la norma, “la mujer bella” siempre es joven, y lo es en cuanto a que, por ser precisamente imagen, su naturaleza es lo inanimado, lo estático. La estabilidad de las imágenes ideales sintetiza la vida que es fluctuación, diferencia, exceso, con una rigidez fascista. El cuerpo, abundante en su movilidad, es un monstruo para el orden fascista de las imágenes que muestran lo bello normativo.
Dentro de la tradición heterosexual occidental, al recibir socialmente un género recibimos una diferencia de clase en nuestro modo de relacionarnos con la imagen regulativa de la mujer bella. Si nos ha sido asignado el masculino, entonces nuestro deber es buscar esta imagen fuera de nosotros. Buscaremos el reconocimiento y el valor social, perseguiremos el acceso al capital que aporta la imagen de la mujer bella cuando camina a nuestro lado. Pero sorpresa, bajo cada imagen que parece representar el ideal, hay un cuerpo secuestrado que teme su propia transformación. Creo que la ansiedad, el miedo a la pérdida del cuerpo deseado, el miedo a dejar de ser mirada de cierta forma por los otrxs, truncan la posibilidad de la pasión y de la alegría, reduciendo la profundidad de lo amoroso a una extraña obra de teatro.
Por nuestra educación en la norma, es muy difícil no desear a aquellas personas que en parte representan lo que aprendimos como bueno. Pero poco o nada habremos conocido del amor, la sexualidad y la belleza, si no logramos vincularnos a través de la hermosa fiereza cuerpo, sus sentidos y sus apegos. Si existe algo parecido a la madurez, creo que esto es el camino creativo que nos permite poco a poco, y de forma no lineal, emanciparnos del juego de Monopoly de las representaciones, para desarrollar un gusto propio, fruto de nuestras sensibilidades y nuestras diferencias. Si estamos despiertas y atentas, nuestra mirada adquiere matiz y profundidad, deja de buscar ser seducida de forma superficial por imágenes fijas, sintéticas. En la sabiduría suave del eros, la mirada no es estrictamente visual, integra los sentidos, encuentra placer en los gestos y detalles que apuntan hacia una verdad más compleja del ser, más reveladora, más amplia.