A la edad casi bíblica de noventa y nueve años nos dejó este mercader de obras de arte y poeta auto consagrado en su envidiable mansión neoyorquina para que el Washington Post y el Times lo despidieran con sendos obituarios generosamente olvidadizos. Moss sobrevivió a su precariedad original, perduró en la sangrienta segunda guerra mundial en la que intervino y, posteriormente, se consagró como especie casi inmortal a la policía franquista, todo un mérito. El señor Moss fue un auténtico amante de la cultura y del arte, sobre todo de la pintura española e italiana. Pero también se quiso a sí mismo con intensidad y desenfreno, dejando tanto cariño un rastro pringoso de turbios comportamientos y multas durísimas por lo...
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