En la Pitiusa de la luz, el laberinto de culturas y callejas invita a perderse por Dalt Vila, lejos del gentío. Deambular en busca de los reductos del silencio entre el entramado de cal y piedra, que a veces finaliza en una escalinata de buganvillas que muere, unos metros después, en ninguna parte, tiene su encanto. Y su sabor, como el de los dulces recién horneados que la pequeña Congregación de Agustinas elabora cuidadosamente, con recetas artesanas que incluyen higos, tras el torno del modesto monasterio de San Cristóbal, el de ses Monges Tancades, fundado en 1599 cerca de la catedral. Varias son las que, desde sus remotos países de origen, han empaquetado su vocación hacia esta isla que despertó la codicia de piratas y sarracenos, la sinrazón de la despiadada Guerra Civil y la voracidad de los que apreciaban, hace siglos, su exquisito azafrán. No hay duda. En Ibiza hay muchas Ibizas.
Bien distinta es la maleta de los millones de viajeros de lenguas más o menos desconocidas que, desde los años 60, descubrieron el magnetismo indiscutible del Mediterráneo que se divisa desde lo alto de la cercana fortaleza renacentista, Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. El mismo mar que dibuja, con hilos de espuma blanca sobre fondo turquesa, el contorno de esta isla situada a 49 millas de la Península. Su casco histórico está repleto de cuestas empedradas con aroma fenicio, romano, musulmán o judío… y de una amalgama de terrazas, tiendas de diseño y cenefas de croché entre vestidos de algodón vaporoso. Tampoco falta algún que otro jadeo: cada pendiente pasa factura, pero nadie renuncia a las vistas que, allá en lo alto, regala la regia muralla que mandó construir Felipe II y que, por momentos, se desvanece al atardecer.
Cada cual tiene su estilo. Y sus preferencias. Y sus expectativas a la hora de elegir el hotel ibicenco capaz de convertir sus vacaciones, y recuerdos, en un momento de película. El umbral de Mongibello es, posiblemente, la bienvenida más cinematográfica del universo Concept Hotel Group. Su nombre, en realidad, evoca el pintoresco pueblo ficticio donde se desarrolla la trama de «El Talento de Mr. Ripley». Nominada a cinco Oscar e inspirada en la novela homónima de la escritora estadounidense Patricia Highsmith, este thriller psicológico transcurre, entre otras localizaciones, en la Costa Amalfitana.
El imaginario Mongibello es un ejemplo de que, en Ibiza, la realidad supera la ficción. Esa es la sensación que este alojamiento produce desde su primer fotograma. Una vez cruzado el umbral, no pasa desapercibido que alguien se ha tomado el tiempo de anudar, con mimo, los pequeños pañuelos de seda alrededor del cuello de los bustos de piedra que custodian la recepción y varias dependencias. Puede que el encanto sea producto de una sonrisa a tiempo, de una música maravillosa que no para y de la sucesión de espacios de marcada estética italiana de los 60-70, que brilla por su presencia. Tal vez se deba a la colocación milimétrica de hamacas y parasoles de rayas, antesala de la piscina y el horizonte marino, o a los movimientos relajados de los huéspedes que practican yoga en la cala privada del hotel Mongibello. Un «only adults» que también permite la entrada de adolescentes.
De cada guiño estético que emula la atmósfera de «El Talento de Mr. Ripley» se ha encargado el estudio de diseño Ilmiodesign, capitaneado por los italianos Michele Corbani y Andrea Spada. Han aportado su sello personal para plasmar un revival puro de Ibiza en sus años dorados y un estilazo desenfadado gracias a detalles únicos. Entre ellos, los suelos y cerámicos inspirados en Gio Ponti o las fotografías del inconfundible Slim Aarons. El arte de vivir que respiraban los personajes que fotografió dan su toque en las zonas comunes, donde impera el azul. Puede parecer descabellado, pero en cualquier momento podríamos espiar a Matt Damon y a Gwyneth Paltrow mientras saborean una pasta alla Norma y un Espresso Martini en Sorella Terraza o en Sorella Restaurante, donde la vajilla cerámica de Casa Maricruz, por cierto, es digna de contemplación. Tampoco se podría descartar que Jude Law, Cate Blanchett o Philip Seymour se pasearan con el vestuario retro con el que Ann Roth y Gary Jones fueron nominados al Oscar. De hecho, tras el estreno de la película, muchas marcas de lujo crearon colecciones similares. En Mongibello y en Ibiza, (casi) todo es posible.
Familiar, empático y pasional, el CEO y cofundador de Concept Hotel Group, Diego Calvo, tiene fondo… Y no nos referimos a su armario, cuya colección generosa de hawaianas ha dejado espacio para la «western» roja original que Patricia Arquette lució en «True Romance», su película fetiche.
En aquella Ibiza de los 90, la de casas encaladas donde las puertas quedaban abiertas, aquel niño tímido que pasó muchas horas moviendo ficha en el tablero de «Hotel», supo intuir el potencial del turismo entre la touroperación clásica, la personalidad inequívoca que hace de Ibiza ¡Ibiza! y el carácter multicultural de la isla.
Actitud, actitud, actitud y bondad (y ampliar la cultura musical más allá del reguetón) son algunos de los valores que trata de transmitirles a sus hijas. A él le vinieron de serie no sólo en Sierra Leona, donde vivió con sus padres los tres primeros años de vida, sino en los posteriores que pasó en la Nicaragua de la Revolución Sandinista. Ginecólogo él, psicóloga ella, sorianos los dos, su familia fue, y sigue siendo, su buena escuela.
Universidad, experiencia en grandes cadenas hoteleras, perseverancia, un punto de locura para construir contracorriente y seguridad fueron decisivos para que, en 2013, Diego y su socio Tallyn Planells levantaran Santos. Ahora, Concept Hotel Group cuenta con Tropicana, Dorado, Cubanito, Paraíso, Romeo, Gran Paraíso y el recién estrenado Los Felices (inspirado en la moda), que suman su particular concepto a Mongibello: un capricho de 168 habitaciones, cuyas 32 suites con vistas al mar reconocen a personas determinantes en la isla. Ángela Molina, Charo Ruiz, Ricardo Urgell o Alba Pau son algunos homenajeados que pueden mirarse en Il Specchio creado por Sergio Prieto, en exclusiva, para cada habitación.
Seguro que ellos tienen la clave que da paso a Lola’s, el «speakeasy» secreto del hotel. Allí la bola roja ochentera proyecta el reflejo de sus espejos sobre un cóctel llamado «Ragazza di Ipanema» y en las fotografías de Tony Pike, Pedro Planells, Merel, Rosa Clará o Antonio Escohotado, a quienes recuerda una estancia con vistas al mar. Otro mundo, otro pasado, otra música llena de recuerdos al ritmo de Bruce Springsteen, Bryan Ferry o Loquillo.
Cuando llega el otoño, podría verse un Mustang del 65 camino de Campao o de Cala den Serra. A Diego, que ha hecho de su pasión su trabajo, le gusta darse un chapuzón y entregarse a la lectura de una biografía interesante. Se conforma con mirar el mar en buena compañía, desconectado de las distracciones del teléfono móvil. Quizá piensa en la fuerza de la Muralla Roja de Bofill, que tanto le inspira, en las últimas fotografías de Nadia Lee Cohen o en los avances de la ONG Proyecto Juntos, con la que colabora. O, sin más, puede que esté maquinando su próxima Jazz Sessions o el concepto de un posible futuro hotel. De momento, me guardo la clave de la dolce vita en Ibiza. Es azul. Y la del Lolas, numérica.