Liberté, égalité, fraternité, ¿recuerdas?, aquel lema que ensalzó el pueblo francés contra la monarquía y la Iglesia a finales del siglo XVIII, paradójicamente, no iba a significar el paraíso que proclamaba a los cuatro vientos, sino la llegada del terror, del caos, de una desmesurada y consentida violencia dispuesta a otorgar barra libre a los practicantes de los descontrolados índices de criminalidad de aquel último cuarto de siglo.
Ni existía libertad –iba en función del estatus social o ideas revolucionarias–, ni había igualdad –el poder otorga alas, prebendas y licencias para matar a los que lo toman–, ni había fraternidad entre hermanos a los que el Reinado del Terror ponía bajo la guillotina por el mero hecho de ser sospechosos, contrarrevolucionarios o, simple y llanamente, católicos o personas de bien. Si había habido tiranos, los nuevos regidores, al parecer, llegaban para emularles y, no conformes, superarles en la práctica del "gatillo fácil" precisado para la ejecución de sus viles propósitos.
Hace escasos días, el pasado 14 de julio, el país vecino celebraba la Toma de la Bastilla (1789) y la ¿unión? de sus nacionales. Desde luego, con sogas, venenos y cadalsos resulta más sencillo persuadir a todo opositor a cualquier régimen recién implantado y alcanzar esa proclamada ¿unidad? aunque sea irreal, ¿o no? De hecho, las últimas elecciones, por si había algún resquicio de duda, han dejado a las claras la fragmentación social y el mal ambiente que se respira en el país vecino. A fuerza de ser sincero, tampoco dista mucho del de estos lares. Habrá que preguntar a los creadores y gestores de la polarización en la que nos hemos instalado.
Sin embargo, no voy a acudir a una cita con ese triste episodio histórico del país galo, sino a reclamar justicia para un amigo, para J., un español que, a punto de cumplir ¡¡¡dos años en prisión preventiva en la prisión de Lille!!!, sigue siendo objeto de una deshumanizada marginación, sin juicio ni sentencia alguna que puedan avalar estos casi veinticuatro meses a la sombra en su celda francesa. Lamentable. Al menos, me queda, le queda la justicia e intercesión divina del padre Huidobro tras haber recibido el libro que le he mandado a principios de mes. Esta vez, las autoridades carcelarias han permitido que el envío llegue a su destinatario, hecho al que no le tenían acostumbrado con otras obras enviados por su propia esposa. El trato, como se puede intuir, dista mucho de la corrección, humanidad o presunción de inocencia para una persona a la que, a día de hoy, le han robado dos años de su vida en ese “destierro” francés consentido por nuestra sumisa Audiencia Nacional en agosto de 2022.
También, utilizo este medio para llamar la atención de la Embajada Española en París, de alguno de las, creo, catorce oficinas consulares españolas en Francia que, por lo escasamente demostrado, no parecen tener interés por la situación que un ciudadano español y su familia llevan viviendo en forma de continua pesadilla desde que el 23 de junio de 2022 su piso en Madrid, con tres menores en el interior, fuese temerariamente asaltado por personal armado de la Gendarmería Francesa, Policía Judicial y Guardia Civil. Vamos, todo un circo, como el que hace 48 horas denunciaba Mascherano, seleccionador del equipo de fútbol argentino, tras, haberse revertido el resultado de su partido contra Marruecos en el bautismo de fuego de los suyos en las Olimpiadas que, oficialmente, se estrenan hoy. Funciones circenses, tal y como está el patio de la delincuencia por aquellos lares, no nos van a faltar en la capital parisina en los próximos días. Tiempo al tiempo. Si Pierre de Coubertin levantara la cabeza y echase un vistazo a eso de los valores y espíritu olímpico en la población y civilización actual, decidiría volver bajo tierra lo antes posible.
Hablando de circos –y de, casualmente, Lille–, el de nuestros chicos de basket en los "modernos" JJ.OO. franceses. Anteayer, ni siquiera tenían asignada pista de entrenamiento antes de empezar a disputar el campeonato contra Australia en la matinal de mañana sábado. No es de extrañar tras las limitaciones y restricciones que J., mi amigo preso, lleva sufriendo en la prisión de esa misma ciudad por ser español y estar en el punto de mira de una jueza que, en veintitrés meses, sólo ha sido capaz de poner trabas a la defensa, imposibilitar la visita de su mujer y/o hijos, no hallar pruebas concluyentes que liberen a J. de esta eterna prisión preventiva e insistir en que no tiene arraigo en España para hacerle cumplir su prevención carcelaria en nuestro país. Al parecer, haber nacido aquí, en territorio español, haber hecho el servicio militar, tener mujer, padres y 3 hijos españoles o tributar con tus empresas no son motivos suficientes para sopesar lo del arraigo. Se lleva más la patera, la valla de la frontera, la entrada ilegal y demás vainas para ser español –y europeo– de pura cepa. Así nos va y, si no, recuerden las "funciones y acrobacias" a las que Francia nos viene acostumbrando últimamente. Sin irse muy lejos en el tiempo, varios jugadores de los bleus se han dedicado a hacer campaña política a favor de su particular Frente Popular durante la disputa de la pasada Eurocopa en Alemania. Pan y circo del bueno.
Pero sigamos hablando del caso que nos ocupa –y de circos– porque, aquí en España, los jueces andan haciendo malabares y trucos de magia que, casual e indignamente, benefician al esposo, la esposa, traidores, golpistas, terroristas o malversadores de caudales públicos –amigos de barras, fiestas, corruptelas, sustancias prohibidas y mujeres de moral distraída–. Es lo que hay aparte de la poca confianza y falta de credibilidad –y constitucionalidad– en torno a la figura de García Ortiz, el fiscal general, acostumbrado a continuos varapalos del Tribunal Supremo tras sus controvertidos nombramientos, procedimientos, votaciones y, en resumidas cuentas, infames juegos de trile. Aquello del orden constitucional y la igualdad de todos, si eso, puede esperar en esta decadente y ultrajada nación. Hoy, ciertamente, algunos de nuestros jueces se han vuelto sospechosamente caprichosos en sentencias que sonrojan al ciudadano de a pie y causan estupor y carcajadas en el exterior por el arbitrario y sesgado funcionamiento de una Justicia con ojos vendados no por evitar ser testigo, sino por no querer ser partícipe de la vergüenza en la que ha sido enfangada por los que, de manera guerracivilista, vociferan eso del "fango", los del "consejos vendo que para mí no tengo".
Es decir que, en una u otra parte, Francia o España, cuecen habas. Extraditado y encarcelado sigue J. y la vía diplomática ni está ni se la espera. Además, con significativas e indignantes ausencias en gestos o intenciones para, al menos, interesarse por la situación del reo, sus familiares o la evolución de su estancia en prisión preventiva, recordemos, de casi dos años, que no es moco de pavo. Es lo que tiene el hecho de no ser hijo o sobrino de tal juez o político o, también, no llevar el carnet del partido entre los dientes cual arma arrojadiza y salvoconducto ante casos como el de nuestro compatriota. La sobredosis de cinismo e hipocresía, ciertamente, indigna al más pintado como escribía hace algunos meses en Preso y...presos a propósito de Sancho y el caso tailandés o, por otra parte, ya había anticipado en El futuro ya no se espera, se teme y EncroChat: del derecho penal al Terror, todos en este mismo medio.
Y en el caso de J., ese La Terreur, aquel histórico y jacobino Terror, del que inicialmente hablaba se ha convertido en la moneda de cambio, el vil sucedáneo de un Derecho Penal ninguneado, ensuciado y manipulado desde la primera –contradicciones y defectos de forma incluidos– emisión de la OEDE (Orden Europea de Detención y Entrega) desde la fiscalía de Lille. Sorprende que, por otro lado, la Sección Tercera de la Sala de lo Penal declarara "las dudas razonables de actuación para investigación o ejecución ante el contenido de la OEDE en esta cuestión" a través de un auto con fecha de 20 de julio de 2022 de D. Juan Carlos Campo, magistrado de la Audiencia Nacional.
Pues, de acuerdo, a aquella sibilina OEDE de junio de 2022, no exenta de errores en su inicio y procedimientos posteriores, no podía faltar un despropósito superlativo, el del juez Pedraz, titular del Juzgado de Instrucción N° 5 que, entonces ocupado en asuntos personales de calado en el papel cuché y enlaces matrimoniales interruptus, debió andar algo despistado al no permitir que J. obtuviera la libertad provisional pagando una fianza y, lo más sangrante, permaneciera en España por, según su torticera interpretación, carecer de arraigo. Otro que tal baila –le va la marcha, por cierto— como la jueza de Lille. Lo más sencillo en aquel periodo estival era “un balones fuera” y, sumiso a Francia, conceder la extradición.
¿Y de qué se lleva acusando a J. en todo este tiempo, su supuesto delito? Pues, de la venta de teléfonos móviles encriptados a usuarios que, a la postre, los utilizarían para comunicaciones privadas en las que, a través del sistema EncroChat –de difícil descifrado para la Gendarmería Francesa y otras Fuerzas de Seguridad galas– llevarían a cabo actividades ilícitas en redes y mafias criminales. Es decir, que, si tienes un concesionario de coches y vendes uno a un delincuente, con el mismo criterio, puedes ser acusado de haber colaborado en cualquier delito en el que el automóvil vendido haya sido actor o partícipe. Huelga decir que la venta y distribución en España, donde J. tiene –bueno, tenía– su negocio, de esos terminales con EncroChat es totalmente legal, como en otros estados europeos, al contrario que en Francia.
Así, la familia de J. permanece rota por tercer verano consecutivo sin la rotundidad de una sentencia, la de un juicio inexistente, y con la rabia contenida porque ni Estado, Justicia, ministerios, consulados o embajadas han movido ficha para que este honrado padre de familia sea atendido con las mínimas garantías penales por su arraigo, compromiso y nacionalidad con España, la patria que le vio nacer y que, desde agosto de 2022, consintió su deportación a territorio francés de manera humillante y despreciable debido a, con toda seguridad, algún trapo sucio o vendetta pendiente entre jueces o ministerios de ambos países.
En este tiempo, Confilegal, La Razón, diversos medios online y el Ilustre Colegio de Abogados de Madrid se han hecho eco del atropello con J. y su familia. De igual forma, Vincent Hazard, guionista y editor de sonido francés, se ha acercado a la familia para, desde el lanzamiento de su serie Gone Dark, recabar información para llevarla a la pantalla y mostrar la interminable pesadilla en la que muchos europeos, sin juicios ni sentencias, andan sumidos de manera preventiva y prolongada en prisiones de su propio país o, como J., extraditado, vejado y repudiado por su Patria, la española, en la ciudad de Lille, en la Alta Francia, a casi mil quinientos kilómetros de distancia de un hogar quebrantado y una familia abatida en Madrid a la espera de que la Justicia Divina y la Providencia ayuden con su magia a resolver incongruencias y desvaríos de los procedimientos judiciales realizados por ambos países.