Milagro en el Tribunal Supremo: lo que fue una ensoñación y una quimera castigada con la sedición en la sentencia del procés de 2019 que firmó Marchena ahora se convierte en un "golpe de Estado" para oponerse a la ley de amnistía
El Tribunal Supremo se sube a la máquina del tiempo para reinventar el procés
Han pasado cinco años desde la celebración del juicio del procés en el Tribunal Supremo y Manuel Marchena ya no ve las cosas de la misma manera. Lo que antes era una quimera o ensoñación en la que la violencia no jugó un papel esencial para el presidente de la Sala Penal del Supremo, que presidió ese juicio, ahora está teñido de elementos violentos y de “adoquines” volando. La sentencia no condenó a los encausados por rebelión, sino por sedición. En el texto del auto que plantea una cuestión de inconstitucionalidad contra la ley de amnistía, hay múltiples referencias a los “golpistas”, en la línea de las denuncias hechas desde entonces por el Partido Popular y Vox. Marchena ha cambiado el libreto y lo ha ajustado a las necesidades de los que afirmaban que se había producido un golpe de Estado.
La sentencia de 2019 quedó definida en buena medida por el uso de la palabra “ensoñación” para describir el intento fracasado de provocar la independencia de Catalunya desde el Govern de Junts y Esquerra. La gran paradoja es que fue a Marchena a quien se le ocurrió ese término con la intención de aunar las distintas opiniones que se estaban debatiendo en el tribunal. Su objetivo era alcanzar la unanimidad en la sentencia, sin votos particulares discrepantes, lo que le daría más fuerza jurídica de cara a futuros recursos. Luciano Varela puso sobre la mesa la idea de que todo había sido un engaño, mientras que otro magistrado, Andrés Martínez Arrieta, no estaba de acuerdo con esa definición.
Terminó siendo ensoñación. La sentencia admitió que el proceso independentista no tenía ninguna posibilidad de éxito. Los políticos condenados “eran conocedores de que lo que se ofrecía a la ciudadanía catalana como el ejercicio legítimo del 'derecho a decidir', no era sino el señuelo para una movilización que nunca desembocaría en la creación de un Estado soberano”.
Varela lo explicó de forma coloquial en una entrevista posterior en El Mundo en 2020: “Vamos a ver, ¿usted se imagina un golpe de Estado en que le sacan una hoja del BOE (la aplicación del artículo 155 de la Constitución) y acaba todo? Llamar a eso rebelión es una desproporción que minimiza lo que hicieron Milans del Bosch y Tejero. Es una pura performance delictiva que sólo encaja en el tipo de sedición, de ninguna manera en el de rebelión. ¿Qué rebeldes eran esos?”.
La “hoja del BOE” con la que se pone fin a un supuesto golpe de Estado se menciona de esta manera en la sentencia: “La conjura fue definitivamente abortada con la mera exhibición de unas páginas”.
Sobre el uso de la violencia, la sentencia lo tenía claro. Los incidentes violentos producidos fueron sólo eso, incidentes, y no el elemento clave de una conspiración. “La violencia tiene que ser una violencia instrumental, funcional, preordenada de forma directa, sin pasos intermedios, a los fines que animan la acción de los rebeldes”. Y así se descartaba una condena por el delito de rebelión, es decir, que hubiera existido un golpe de Estado.
La violencia ha resucitado esta semana a ojos del Tribunal Supremo, unida a las variadas referencias a un golpe de Estado que no aparecía en la sentencia original. Los condenados, “además de delinquir, lo hicieron animados por el propósito de culminar un golpe de Estado”. “La libre y democrática convivencia fue gravemente perturbada en España como consecuencia de un intento, por fortuna fallido, de golpe de Estado”. La respuesta de los demócratas no se rebajó a la de los agresores del Estado de derecho, porque confiaron en el funcionamiento de las instituciones democráticas. “No decidieron, por su parte, desentenderse también del ordenamiento jurídico, respondiendo a los adoquines con adoquines”.
Para oponerse a la amnistía, el Supremo da mucha importancia a la propaganda independentista. “Lo volveremos a hacer”, han dicho algunos de sus dirigentes. Pretenden comunicar a sus seguidores que no han sido vencidos y que en cualquier momento volverán a estar en marcha, no se sabe cómo.
Sus resultados en las últimas elecciones generales y autonómicas han sido peores que en las anteriores. Esquerra ha sufrido una auténtica hemorragia de votos. En las autonómicas de mayo, Junts se quedó en el 21% de los votos. La última encuesta del CEO revela que el rechazo a la independencia se encuentra en máximos históricos (desde que en 2015 se empezó a hacer esa pregunta). Un 53% se opone a la secesión, frente a un 40% que la desea.
La realidad no es tan importante para el Supremo como lo que dicen los dirigentes de Junts y ERC, a diferencia de lo que mantenía la sentencia de 2019. No sólo no piden perdón, sino que “proclaman que no aceptan perdón alguno, que simplemente han vencido y, como machaconamente repiten, amenazan con que lo volverán a hacer”, se dice ahora.
Hace cinco años, no dieron tanta importancia a este tipo de declaraciones. “No hay ningún tipo de arrepentimiento. Todo lo que hice, lo volvería a hacer”, avisó Jordi Cuixart en la última jornada del juicio en la que los acusados tenían derecho a dirigirse al tribunal. Marchena y los demás magistrados no se sintieron muy condicionados por estas palabras en la redacción de la sentencia.
El auto de 2024 destaca la gravedad de los hechos de 2017, cuando se intentó “alterar por la fuerza de los hechos el orden constitucional democrático”. La sentencia del procés pretendía ajustarse a los hechos reales. Ante el alegato de los fiscales, que llegaron a sostener que “el 27 de octubre, la independencia se consuma en Cataluña y la Constitución se ha derogado en el territorio”, como afirmó Fidel Cadena, el Supremo no se dejó llevar por ese nivel histérico que era habitual encontrar en la prensa de derechas, como ha vuelto a suceder con la ley de amnistía.
“El Estado mantuvo en todo momento el control de la fuerza, militar, policial, jurisdiccional e incluso social. Y lo mantuvo convirtiendo el eventual propósito independentista en una mera quimera”, afirmó la sentencia.
Ya lo dijo Luciano Varela en la entrevista: “En ningún momento existió la posibilidad de que Cataluña dejara de ser Estado español. Ni con lo que habían hecho, ni con lo que pensaban hacer”. Una hoja del BOE y todo se vino abajo. Ahora Marchena ha construido una realidad alternativa y ha descubierto el golpismo. Con efectos retroactivos.
Con su decisión conocida este miércoles, la Sala Penal del Supremo ignora los hechos probados de la sentencia de 2019 redactada por la misma sala presidida por el mismo magistrado. Cualquiera diría que hay una élite judicial dispuesta a cambiar sus principios en favor de sus intereses ideológicos y que eso le lleva a utilizar en esta ocasión en nueve ocasiones la palabra 'golpistas', como si se les hubiera aparecido de repente en mitad de una revelación inspirada por el Todopoderoso. Y en el auto incluyen consideraciones evidentemente políticas, como las críticas al Gobierno por pactar la amnistía a cambio del apoyo parlamentario de un número reducido de diputados, calcando de esta manera el argumentario del Partido Popular.
Menos mal que la derecha judicial lleva tiempo diciéndonos que su único objetivo es asegurar la independencia judicial.