Tras una meteórica y sorprendente etapa novilleril, con un impacto tremendo en su presentación en Valencia en las fallas de 1993 y triunfos importantísimos posteriores en La Maestranza, Pamplona, Zaragoza y varios más en el coso de Monleón, así como en plazas de menor calado, el 24 de julio de 1994, en plena feria de julio, un nuevo Vicente Barrera, nieto de aquella legendaria figura de la Edad de Plata del toreo, se convertía en matador de toros.
Fue en la quinta función de aquel serial que se abrió con dos novilladas picadas en las que el valenciano Tomás Sánchez salió a hombros en la primera y Javier Rodríguez, otro novillero de la tierra, dio dos vueltas al ruedo en la segunda, y en la que el día anterior se tuvo que suspender la corrida anunciada al rechazar la autoridad los toros de Baltasar Ibán previstos para que fuesen lidiados por Ángel de la Rosa, Javier Vázquez y Pepín Liria.
Todo estaba preparado y dispueso para que lo que era todo un acontecimiento fuese también un gran éxito, pero ya se sabe que el toro suele descomponer lo que el hombre propone. Y los toros de João Moura, que con tanto celo y mimo se habían escogido para que este acto resultara todo un acontecimiento, fueron los que precisamente dieron al traste con lo que debería haber sido una tarde triunfal y brillante.
Lo primero que chocó fue la presencia del ganado. Toros chicos, sin trapío ni fuerza, que deslucieron más de lo conveniente la labor de los espadas. Vestido de coral y oro, Vicente Barrera, por ejemplo, se estrelló contra la invalidez del toro de la alternativa. Un toro sardo que hizo honor a su nombre, “Ratón”, no por lo que representa esta filiación en la tauromaquia, sino por su escasa presencia, y que tapó su falta de casi todo con su preciosa lámina. Y pese a que el animal metía bien la cabeza, su invalidez anuló cualquier posibilidad de brillo. Barrera apenas pudo mantenerle en pie y componer un trasteo aseado y correcto, pero carente de cualquier emoción, siendo ovacionado cuando las mulillas hicieron su trabajo.
Tuvo que esperar a que saliese un sobrero de Alcurrucén para poder lucir, si bien su labor ante este animal, parado y un tanto desvaído, fue más que nada tesonera. El toricantano se tuvo que esforzar muchísimo para poder sacar una faena que su oponente no tenía y que tuvo que arrancar muletazo a muletazo, paseando su primera oreja como matador tras haber escuchado un aviso.
Tampoco Litri tuvo muchas opciones con su primer oponente, que se apagó a mitad de faena. Con el quinto, que sacó nervio, y, pese a humillar, intentaba regañar, el onubense dejó un quehacer tan templado y limpio como emotivo y que cerró con sus clásicos alardes y desplantes, logrando una oreja. Curro Romero fue a lo suyo y escuchó pitos tras acabar con el primero de su lote y hubo división de opiniones, con más sonido de viento que de palmas, en el otro.
Vicente Sobrino, en su crónica de Diario 16, reflejaba ese regusto amargo que habíaa dejado la corrida, no en vano quien más quien menos esperaba un festejo triunfal: “Una primera decepción: la plaza no se llenó. Una segunda: la corrida de Moura no fue la esperada para festejo de tanta expectación. No lo fue ni de forma ni de fondo. Una corrida, no obstante bien hecha, con cuarto y quinto altos y muy gordos, aunque la tablilla no exhibiera un peso exagerado. La corrida pues se perdió algo por el poco juego de los toros y también por que su presencia caló de forma negativa en el público. Ante esas circunstancias la alternativa de Vicente Barrera se condicionó desde ese primer toro de la tarde. Espectacular de pelo, tapó sus deficiencias de trapío. Se derrumbó desde el principio y la faena de Vicente fue aseada, pulcra, sin perder la compostura pero cuidando de que el toro no perdiese el equilibrio. El sexto, sobrero de Alcurrucén, llegó muy apagado a la muleta. Barrera planteó la faena en el mismo platillo. Fue labor de insistencia, de porfía, de mantenerse sereno en todo momento. Faena muy justificada, con su aire de personalidad y muy vertical. Pero el de Alcurrucén que se lidió como sobrero no le dió opción a una mayor brillantez”.
“Me he esforzado como un perro”, declaraba el nuevo matador de toros tras finalizar el festejo de su alternativa, una función para la que se encontraba muy tranquilo antes de que comenzase: “La verdad es que nervios, nervios no tengo; sí tengo claro ese peso de la responsabilidad y la incertidumbre de ver cómo salen los toros”, comentaba antes de iniciarse el festejo. Una vez concluido el mismo expresaba su decepción: “Ha sido una pena. El toro tenía calidad pero sin fuerza. Curro Romero me ha dicho cosas muy bonitas. Me ha dicho que para él era un honor darle la alternativa a un torero de mi corte y que estaba seguro de que iba a poder llegar lejos en la profesión; ojalá se cumpla lo que dice”.
Durante los siguientes años estuvo presente en las principales plazas y ferias de todo el mundo, convertido en torero imprescindible en las mismas, alargando su carrera hasta 20 años después, dejando un grato recuerdo entre los aficionados.
Tras su retirada coqueteó con la política y también en este campo acabó triunfando, no en vano llegó a ser vicepresidente de la Comunidad Valenciana y conseller de Cultura de la Generalitat Valenciana, algo que nunca logró torero alguno y que le sitúa, en otro plano, como una figura muy destacada de la tauromaquia moderna. 30 años después de su alternativa se sigue recordando su planta quieta, su toreo estático, inmóvil y su increíble serenidad ante los toros. Sí, Vicente Barrera, Simó, fue también una figura como Vicente Barrera Cambra, cuya memoria honró sin desdoro.