Están los genios, los talentos en bruto capaces de justificar por sí mismos casi cualquier tipo de arte, y luego están los catalizadores, los que saben exactamente de quién rodearse para cardar la lana mientras otros, casi todo, crían la fama. John Mayall, pionero del blues británico y legendario maestro de esa escuela de la música popular del siglo XX que fueron los Bluesbreakers, sería de los segundos. Bajo su exigente tutela despegaron, uno detrás de otro, guitarristas de leyenda como Eric Clapton, Peter Green (Fleetwood Mac) y Mick Taylor (The Rolling Stones), así como Jack Bruce, bajista de Cream; Mick Fleetwood y John McVie, también de Fleetwood Mac; Harvey Mandel y Larry Taylor, de Canned Heat; y Jon Mark y John Almond, de la Mark-Almond Band. Pupilos privilegiados en manos de un maestro de primera, «padre blanco del blues» o «padrino del blues británico», según a quién le pregunte, que como tal falleció el pasado martes a los 90 años. «Con el corazón encogido damos la noticia de que John Mayall falleció en paz en su casa de California el 22 de julio de 2024, rodeado de su querida familia«, podía leerse esta madrugada en un mensaje compartido en la cuenta de Instagram del músico británico. »Los problemas de salud que obligaron a John a poner fin a su épica carrera de giras han llevado finalmente a alcanzar la paz a uno de los mayores guerreros de la carretera de este mundo. John Mayall nos dio noventa años de incansables esfuerzos por educar, inspirar y entretener«, proseguía el comunicado. Figura capital en el desarrolló de la versión inglesa del blues a finales de los años sesenta, Mayall nació el 29 de noviembre de 1933 en Macclesfield, y creció rodeado de los discos de jazz y blues de su padre, también músico y quien lo animó a estudiar piano (un año con cada mano, según recordaba entre risas), armónica y guitarra. Estudió diseño en Manchester, estuvo desplegado en Corea con el ejército y vivió por y para el blues, primero desde la barrera, fantaseando con seguir los pasos de Alexis Korner y Mose Allison, y desde el escenario a partir de 1963, año en que nació la primera formación de los Bluesbrakers. «Para ser sincero, no creo que nadie sepa realmente qué es el blues exactamente. Simplemente no puedo dejar de tocarlo», defendía Mayall en una entrevista citada por su familia en su mensaje de despedida. Dicho y hecho, Mayall se pasó toda la vida bombeando savia del Delta, adaptando los sonidos de Chicago y revitalizando el legado de veteranos bluesmen estadounidenses. «John era un maestro. Si no fuera por él y otros colegas británicos de su generación, que le dieran su toque personal al blues, muchos de los músicos negros de los Estados Unidos, como yo, todavía estaríamos viviendo el infierno que vivíamos antes», llegó a decir B. B. King. Como escuela de guitarrista e instrumentistas, los Bluesbrakers de Mayall no tenían rival: Clapton aterrizó ahí tras dejar los Yardbirds y antes de formar Cream; Peter Green se fogueó en sus filas antes de alumbrar la primera encarnación de Fleetwood Mac; y Mike Taylor ganó rodaje para acabar sustituyendo a Brian Jones en The Rolling Stones. »Ellos querían tocar blues y yo les daba la oportunidad», relativizaba Mayall siempre que podía. Su primer disco, publicado en 1966 bajo el título de 'Blues Brakers' y con Clapton en modo ya estelar, está considerado como mejor álbum de blues británico jamás grabado. «Nunca he tenido un disco de éxito, nunca he ganado un Grammy y 'Rolling Stone' nunca ha hecho un artículo sobre mí. Sigo siendo un artista underground», ironizaba hace más de una década un músico que, a pesar de todo, siempre mantuvo unos niveles de prestigio excepcionales. En los años setenta se mudó a Estados Unidos, donde aparcó y recuperó el nombre de su banda, vio cómo su casa de Laurel Canyon era pasto de las llamas e hizo buenas migas con el jazz y el funk. Fueron años de altibajos, de colaboraciones junto a Mavis Staples, Buddy Guy y John Lee Hooker y de reencuentros con Taylor, McVie y para intentar recuperar el espíritu de los Bluesbrakers originales. «Elijo a los músicos por lo que aportan, disfruto de su trabajo y quiero darles la oportunidad de expresarse porque para eso los contraté. Disfruto de su forma de tocar y, afortunadamente, al ser líder de una banda, puedo elegir con quién quiero tocar. Así que me doy el gusto de disfrutar de mi propia música», explicaría un músico que, en activo sobre el escenario hasta un par de años, ingresará ya de forma póstuma en el Salón de la Fama del Rock and Roll a finales de este año.