Buscábamos una razón y la razón era José Antonio Morante Camacho. Volvió el genio y el mundo se puso a soñar: cualquier sueño entero era entonces posible. Atrás quedaba la pesadilla de dos interminables meses sin su torería. El ruedo era a las siete un planeta mucho más bonito. Y, también, más humano. Sonreíamos con su toreo, aunque a la vez dolía ver el alma rota de un hombre, tan cargada de sentimiento. Así fue su faena. Sublime. De una torería nacida para marcar una época y que morirá cuando se arrastre el último toro de Morante. Pero este martes era el de su vuelta, el toro con el que apretó los dientes para marcharse a la guerra. Contra el...
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