En casa este año pasamos el domingo del pollo a la brasa dedicados a comer otra cosa. Habíamos consumido tantos en lo que iba del año, que uno más hubiera sido redundante. Sin duda es una historia de enorme éxito dentro y fuera del Perú, y un preparado que no necesita promoción. Pero a la vez existe tal cosa como el empacho. ¿Por qué comemos tantos?
Quizás es la comida que más y mejor difunde su incomparable aroma a grasa de pellejo tostado, que es en sí mismo un magnético aviso oloroso. Sucede como con las pipas y el tabaco: es mejor oler la del fumador vecino que el humo de la nuestra. Hay poco (solo un poco) de decepción en el paso de las brasas a la mesa.
Otro atractivo es la facilidad con que se le puede repartir, y en esto es una perfecta comida familiar, en casa o en la pollería. Se le reparte de acuerdo a la jerarquía del comensal, su gusto personal, la relación oferta/demanda. De chicos nuestra madre se reservaba los huesitos crocantes y la rabadilla, dos partes sin demanda alguna.
También ayuda al éxito que esta preparación del pollo sea versátil en lo social, con locales que van desde lo ambulatorio hasta lo muy establecido. Comparado con otras carnes que van al fuego, el pollo es barato. Sumado al olor y al gusto, eso lo hace muy popular, una salida a la calle para multitudes, siempre mejor en la calle que tostado en casa.
Es una de esas preparaciones a las que se llega por antojo, sobre todo porque ese pollo aromático es el centro de un ritual que incluye, entre varias otras cosas, las papas fritas, el ají y la eventual ensalada. Pero siempre pueden aparecer los elementos de un aeropuerto, como fideos o arroz, o salchicha picada. Es decir, todo.
La leyenda (más que dudosa) que llama a la preparación un invento peruano se sigue sosteniendo, a pesar de las pruebas en contrario. Sin embargo, los clientes de las exitosísimas cadenas de peruvian chicken en los EEUU aceptan la versión, que no le hace daño a nadie. Digamos que es un pollo nacionalizado con todo gusto, consumido aquí y exportado como tal.