Desde el momento en que las decisiones del Tribunal Constitucional son del todo previsibles, que no hay factor sorpresa en ninguna de sus votaciones y que las crónicas sobre el devenir de sus plenos podrían escribirse con antelación -especialmente cuando se abordan asuntos en los que el Gobierno se la juega- nadie puede apelar a su dignidad y rasgarse las vestiduras por que se diga que el órgano de garantías es una cámara legislativa más en la que la mayoría progresista impone su criterio en bloque, con una auténtica disciplina de voto en la que ya ni siquiera hay reparo alguno en cambiar la doctrina del tribunal si eso va a servir para vestir al muñeco. De hecho, que las...
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