Están desenterrando a los muertos para comérselos. Este escándalo saltaba de boca en boca en Inglaterra. Acabados los víveres, se comieron a los cerdos y a los caballos. Pasaron a los perros y los gatos. Las ratas terminaron por ser un plato codiciado. Y cuando no quedaron más alimañas ni raíces que comer, acudieron a las tumbas. Un hombre acabó tan desesperado que mató a su mujer embarazada y guardó su cuerpo troceado en raciones para comérsela poco a poco. En el verano de 1610, llegó a Inglaterra un barco. A bordo del
Swallow venían unos hombres demacrados. Eran desertores de Jamestown, el intento más reciente de mantener un puesto comercial fijo en el continente americano. Sus historias conmocionaron a todo el que las escuchaba. Hablaban de
canibalismo y un sinfín de miserias.
Los colonos enviados al Nuevo Mundo se habían quedado sin provisiones, estaban rodeados por los indios y no tenían para comer más que la carne de sus propios muertos. Muchos historiadores modernos han dudado de la veracidad de estas historias en boca de unos fugitivos que necesitaban legitimar su regreso a la metrópoli, pero sus testimonios fueron corroborados por otros supervivientes e implicados en la fundación de Jamestown. Y, por si aún quedaba algún escéptico, en 2012 se encontraron los restos de un esqueleto con marcas que evidencian el canibalismo al que tuvieron que recurrir los primeros colonos ingleses en
América.
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