Como era de esperarse, la lista de los 100 mejores libros del siglo XXI del New York Times, dada a conocer el último sábado 13, ha pasado de ser celebrada a ser criticada por arbitraria, excluyente, ajena a las cuotas, etc., pero no cuestionada por la calidad de sus títulos (claro, siempre hay exabruptos, pero en este caso conforman un puñado). Se entiende que este tipo de selecciones, aparte de presentar un (¿discutido?) panorama de la producción literaria mundial traducida al inglés desde el 2000, de paso quiebra egos y pone en evidencia mentiras editoriales mediante las cuales se nos vendía como lo top lo que jamás fue tal. De eso van las listas, encima.
En este escenario, el escritor chileno Roberto Bolaño (fallecido a los 50 años en el 2003, a causa de un cáncer de hígado) colocó dos novelas: Los detectives salvajes (en el puesto 38) y 2666 (en el puesto 11). Si la memoria no me falla, Bolaño ya es una presencia constante, digamos inamovible, en esta clase de listas con espíritu de antología. Por cómo van los vientos, su figura y su obra quedan bien resguardadas a razón de las sensaciones que despierta su literatura y por el misterio de su vida que enciende el interés/la obsesión de miles de lectores en todo el mundo, en especial de los más jóvenes.
Ese es Bolaño: un autor con lectores. Pero lo que no debe perderse de vista es la raíz de su figura, la esencia del mito. Porque Roberto Bolaño fue un auténtico marginal toda su vida y despreció todos los privilegios que cualquier autor consagrado exprime hasta donde el ego se lo permite. Pero como todo autor que se respete, Bolaño sí buscó el reconocimiento —un fin lícito, por cierto—, pero sin traicionar su visión de lo que era la literatura, que calzaba igualmente con la manera en que conducía su vida, y esa empresa le presentó más de un óbice, en donde el silenciamiento, el desprecio y el odio del oficialismo literario estaban en su contra.
A los 15 años, Bolaño y sus padres, quienes querían darse una nueva oportunidad para salvar su matrimonio, abandonan Chile para irse a vivir a México. Era 1968 y al adolescente Bolaño le tocó ser testigo de sucesos sociales, como la matanza de Tlatelolco, en donde fueron asesinadas por el ejército mexicano entre 350 y 500 personas. Además, preso de la epifanía poética, Bolaño se entregó a la vida literaria: abandonó el colegio y solo se dedicó a leer y escribir, actitud que honró hasta el final de su vida. Como saben los lectores de Bolaño, México es el núcleo geográfico de las novelas incluidas en la reciente lista del NYT. México como patria literaria.
En 1973, Bolaño regresa a Chile para experimentar las reformas sociales del presidente Salvador Allende. Vive el golpe de Estado perpetrado por Augusto Pinochet el 11 de septiembre y tras deambular algunas semanas por ciudades del interior, en las que llegó a ser detenido en un autobús, emprende el retorno a su patria literaria, pero mucho más furioso. Bolaño era un revolucionario contenido. En 1974, conoce a quien sería uno de sus mejores amigos, el poeta Mario Santiago Papasquiaro, y un año después fundan, junto con el poeta chileno Bruno Montané y otros, el movimiento infrarrealista. Infrarrealismo: jóvenes furiosos dispuestos a dinamitar la jerarquía literaria y cultural comandada por un peso pesado de las letras hispanoamericanas: Octavio Paz.
“Bolaño odiaba a Paz, lo detestaba, le hacía la vida imposible. Le boicoteaba los recitales y los actos oficiales… No, Bolaño no era alcohólico, en esa época tomaba anís y leche. Pero odiaba profundamente a Paz”, me dijo —y no creo que solo a mí— en dos ocasiones José Rosas Ribeyro (1949 - 2023), uno de los pocos escritores peruanos que pudo conocer de cerca a Bolaño y con quien compartió el vínculo infrarrealista (la fotografía icónica del grupo fue tomada con su cámara, a saber), mientras me mostraba una plaqueta de poesía de Bolaño (la mostró también en el homenaje a Bolaño en PetroPerú en 2013), la cual estaba dedicada al propio Rosas Ribeyro, poesía que no he visto en la actual cartografía oficial de Bolaño, vale decir.
Efectivamente, Bolaño odiaba a Paz por lo que este representaba, tanto desde el punto de vista literario y político (la política chilena está del mismo modo presente en su obra). Pero veamos las cosas en perspectiva: ¿qué había en Bolaño que lo llevó a enfrentarse a una vaca sagrada que, para acrecentar su cólera, era mejor poeta que él? Esta actitud, Bolaño la pagó muy caro. Se le presentaron todos los escenarios y de todos le indicaban un único camino: la derrota y, por consiguiente, la desaparición.
Lo que la mayoría de autores jóvenes no hace, Bolaño lo hizo, siempre criticando hacia arriba, nunca hacia abajo. Esa es la rebeldía de Bolaño que no deja de seducir, esa actitud avalada por la coherencia que plasmó en su narrativa que empezó a forjar a su llegada, en 1977, a España, país en el que desempeñó una serie de trabajos modestos, en donde se casó con Carolina López y tuvo dos hijos, pero sin dejar que las circunstancias adversas lo alejaran de la escritura. Lo que Bolaño no pudo con la poesía, lo realizó con su narrativa, escanciada del vitalismo poético, aquel hechizo que hace que su narrativa, poblada de innumerables referencias literarias, personales, culturales, sociales y políticas, proyecte un arrobamiento en el lector, quedando este con las ganas de leer todo lo que Bolaño ha leído y barajando —insistiendo en la idea de inicios de párrafo— la posibilidad de cuán factible sería actuar como él en el circuito literario. Lo primero es factible y los resultados están a la vista: los cientos de miles de lectores de Bolaño son asimismo grandes lectores. En cuanto a lo segundo: solo desierto y puro humo. Bolaño es el escritor que en estos tiempos no se puede ser. Si un paso en falso puede destruir una carrera literaria avalada por el talento, pues Bolaño dio más de uno y siguió firme porque se sabía un gran escritor desde su marginalidad.
Aunque ya contaba con valiosos libros de narrativa, como Estrella distante y La literatura nazi en América, su vida cambia en 1998, cuando gana el Premio Herralde de Novela con Los detectives salvajes, la cual conseguiría incluso en 1999 el premio Rómulo Gallegos. Igual, no negoció su actitud, siguió disparando hacia arriba (Vargas Llosa y García Márquez, entre sus blancos favoritos) y empezó a interactuar con la nueva generación de escritores hispanoamericanos a la par que acababa 2666, proyecto de novela con el que quería asegurar el futuro de sus hijos.
Cuando el mundo comenzaba a descubrirlo y a hablar de él, Bolaño se va.
Bolaño falleció el 15 de julio del 2003.
Como ya es de conocimiento público, en sus últimos años de vida, Bolaño mantuvo una relación sentimental con Carmen Pérez de Vega. Fue Pérez de Vega quien lo llevó de emergencia al Hospital Universitario Valle de Hebrón de Barcelona por una insuficiencia hepática. Bolaño esperaba un trasplante de hígado que nunca llegó. Esta escena suscita algunas lecturas ante la tragedia de la enfermedad y hay quienes preferimos quedarnos con la imagen más amable: Bolaño murió estando enamorado. Así se forja el mito.