La historia es caprichosa, pero el capitalismo más. Quiero decir que a Medinaceli se puede llegar con el ceño fruncido del académico para ver el imponente arco romano de la entrada, el único de tres vanos que queda en la Península, y desde lo alto del cerro contemplar el paisaje y gritar: «Y tú, ¿cuántas veces al día piensas en el imperio?». Se puede llegar, digo, rastreando las huellas del Cid (el poema, no el hombre, que ya será polvo de estrellas) como quien persigue fantasías o indios apaches; se puede llegar buscando la belleza de la piedra o del pasado, que fue celtíbero, romano, árabe y cristiano y constatar, poniendo la oreja en el suelo, la multiculturalidad española pre...
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