Miguel Caño (Haro, 1985) tuvo que pensárselo dos veces antes de meterle mano al bar Los Caños de su pueblo. Tocar lo que funciona es una responsabilidad que da vértigo cuando pesan sobre la espalda los sacrificios de dos generaciones anteriores . Hacer un punto de inflexión en una historia que le triplicaba en décadas para transformar algo más que un espacio, un sólido recuerdo en el ideario popular y el paladar de sus convecinos, conservando únicamente su esencia, aún más. Hay bares que son templos y tienen sus parroquianos. «Se nos echó la gente encima, no lo entendían. Le decían: «Te vas a estrellar». Pero yo confiaba al máximo en él. Yo ya había trabajado mucho en Los Caños...
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