Todo el mundo sabe que el Loira es famoso por sus castillos. El río es precioso, sí, y la campiña que lo rodea también, de acuerdo, pero lo que lo convierte en uno de los lugares más visitados de toda Francia es sin duda su alta concentración de châteaux, auténticos palacios que transforman el paisaje con aires de nobleza.
Pero el Loira es largo, larguísimo, y desde que nace hasta que desemboca alcanza una longitud que supera los mil kilómetros. Eso le permite tener zonas más conocidas y concurridas y otras más escondidas y tranquilas. La histórica provincia de Touraine, o Turena en castellano, es uno de esos recovecos que se sale de las rutas más populares para ofrecernos la otra cara del Loira, la de los pueblos llenos de encanto y herencia medieval.
Un viaje por Touraine nos llevará por paisajes de auténtica postal, salpicados por bosques, ríos y pequeños pueblos rebosantes de encanto. Aquí el ritmo pausado invita a pasear con calma, a disfrutar de la excelente gastronomía de la región, a visitar sus castillos, sus cafeterías, sus parques y su exuberante pero cuidada vegetación. A perderse por callejuelas estrechas y enrevesadas, a adentrarse en fortalezas llenas de historia y, cómo no, a visitar alguna de las bodegas que dan fama a los vinos con Denominación de Origen Saint Nicolas de Bourgueil.
Para asegurarnos de no saltarnos ninguna parada imprescindible, nuestro paso por Touraine nos deberá llevar, al menos, por pueblos como Loches, Montrésor, Langeais y Chédigny, dejando siempre margen para la improvisación. Cada uno a su manera, con sus monumentos y atractivos naturales, hará que esta ruta por el Loira más desconocido se convierta en una experiencia perfecta para desconectar.
Loches tuvo un papel defensivo muy importante en la ruta comercial que unía París con el norte de España, y de su riqueza de entonces perduran hoy en día mansiones del Renacimiento, murallas medievales, iglesias y un castillo perfectamente conservado. Es un excelente ejemplo de cómo todo comenzó con una ciudadela elevada y fortificada, cómo la ciudad fue creciendo a su alrededor, y de cómo se construyó una segunda muralla con la que se protegieron estos nuevos barrios.
Arriba, lo primero que se vislumbra desde la lejanía es su majestuosa Ciudadela Real, pero para llegar a ella primero deberemos atravesar un casco viejo adoquinado y lleno de vida. En él la mayoría de los edificios datan de entre los siglos XII y XVI, y los más modernos, del XIX y del XX, están perfectamente integrados en el entorno.
Tras atravesar las murallas más antiguas, podremos poner rumbo a la Torre del Homenaje del siglo XI y sus correspondientes fortificaciones. El castillo domina el valle del río Indre desde entonces y perdura como uno de los ejemplos arquitectónicos militares medievales mejor preservados de Europa. Y lo que ya no existe, lo podremos ver gracias a una tablet con recreación en 3D que nos muestra los espacios desaparecidos.
No muy lejos encontraremos el Palacio Real, que se comenzó a edificar en el siglo XIII y hoy se muestra como toda una referencia de arquitectura civil gótica. Numerosos personajes de la historia de Francia pasaron por él, como Carlos VII y su amante Agnes Sorel, pero también Juana de Arco y Ana de Bretaña. Podemos recorrer su interior y su peculiar terraza del siglo XIV, desde la que a la realeza le gusta ver y dejarse ver. Para saber más de Agnes Sorel no tenemos más que visitar la cercana Colegiata San Urso, donde descansa la tumba de alabastro de la preferida del rey, y que siendo de los siglos XI y XII destaca por su cubierta con dos pirámides únicas en su estilo.
Desde lo alto de la Ciudadela Real podremos disfrutar de las mejores vistas de la ciudad, y si al salir lo que nos apetece es adentrarnos en la naturaleza más frondosa de los alrededores, no muy lejos se encuentra el bosque estatal de Loches, que con sus 3.600 hectáreas atravesadas por caminos y senderos recoge uno de los robledales más bellos de Francia.
No muy lejos de Loches, a unos 20 minutos en coche, se encuentra Montrésor. O, traducido al castellano, ‘mi tesoro’. Esta pequeña localidad cuenta con el sello Plus Beaux Villages de France (Los pueblos más bonitos de Francia) y un breve paseo por él nos permitirá comprender por qué se merece semejante reconocimiento.
Montrésor es fácilmente abarcable y no tardaremos mucho en recorrerlo de punta a punta, aunque conviene tomárselo con calma y animarse a descubrir algunos de sus rincones de mayor encanto. Cuenta con diez siglos de arte e historia, de los que conserva celosamente el recuerdo y las obras en sus monumentos.
Aquí lo primero que nos llamará la atención será su castillo medieval, reformado primero en el Renacimiento y después en el siglo XIX por Xavier Branicki, un conde polaco exiliado en Francia que impulsaría el resurgir de todo el pueblo. El castillo pertenece a la familia descendiente del conde, se puede visitar y acoge numerosas obras de arte.
Casi tanto como el castillo llama la atención la Colegiata, edificada entre 1519 y 1541, y considerada una de las obras maestras del Renacimiento turonense. Mientras que al otro lado del castillo encontramos el Mercado de los Cardadores, una plaza cubierta del siglo XVIII que albergó el comercio de la lana hasta el siglo XIX. En su planta superior se puede visitar una exposición permanente dedicada al arte del Gemmail, una técnica moderna derivada de las vidrieras.
Si tras disfrutar de los principales monumentos de Montrésor queremos contemplar una de sus mejores panorámicas, es fundamental dirigirse al paseo del río Indrois, conocido como Les balcons de l’Indrois, desde donde tendremos vistas del pueblo, la fortaleza, el castillo, la colegiata y la antigua lavandería, acompañados de paneles informativos que nos cuentan la historia que nos rodea.
Seguimos nuestra ruta y nos trasladamos a Langeais, ya a orillas del Loira y a una hora desde Montrésor. Aquí vamos a adentrarnos en la historia de Francia y para eso será necesario atravesar las puertas de su castillo.
Comenzado a construir en 1463 por el rey Luis XI, el castillo de Langeais muestra una fachada exterior defensiva, con puente levadizo incluido, y una interior mucho más armónica y decorada, dedicada a la zona de residencia. Aquí, en 1491, tuvo lugar la boda secreta entre Carlos VIII, hijo de Luis XI, y Ana de Bretaña, lo que puso en marcha la integración de Bretaña en Francia, aunque no de forma inmediata ni mucho menos. Este acto fue de tal importancia para la historia del país que está representado en el interior del castillo.
El resto del interior del castillo cuenta con un gran número de reconstrucciones históricas, lo que nos facilita viajar más fácilmente en el tiempo y comprender cómo se vivía siglos atrás. El mobiliario de los siglos XV y XVI es abundante, al igual que los tapices, de los que contaremos más de 30 y muy bien conservados en seda y lana. De todo lo que veremos, la pieza más antigua será un relicario del siglo XIII.
Para completar la visita, un generoso parque acompaña al castillo, regalando espléndidas vistas sobre el valle del Loira con numerosos lugares de esparcimiento y entretenimiento para toda la familia, especialmente los más pequeños.
Y llegamos finalmente a Chédigny, un pueblo que poco tiene que ver con los anteriores, pues aquí prescindimos de historia y castillos para centrarnos en las flores. Chédigny presume del sello Jardín Notable de Francia, y fue de hecho el primer pueblo de toda Francia nombrado por el Ministerio de Cultura como Jardín Remarcable.
En Chédigny, donde había aceras, ahora hay plantas transformando las calles. Este proyecto que comenzó hace ya 25 años nació con el objetivo de mejorar la calidad de vida de sus vecinos y ha hecho que sea uno de los pueblos más llamativos de la región. Además de crear un huerto hace siete años que recuerda la antigua huerta del cura, con plantas medicinales, alimenticias y traídas por los misioneros de la época, el pueblo se volcó en dar vida y color calle a calle y casa a casa.
En total en Chédigny se cuentan más de mil rosales, casi el doble que habitantes, de un total de 350 variedades diferentes. De hecho, tres de ellas presumen de ser propias del pueblo. El último fin de semana de mayo, cuando las plantas están en pleno apogeo, se celebra un festival dedicado a los rosales que durante dos días acoge a unas 15.000 personas cada año. Los visitantes pueden aprovechar para comprar plantas eligiendo entre las que más les gusten, pues todas y cada una de las variedades están identificadas y explicadas con pequeños carteles informativos.
Sin quererlo, los rosales de Chédigny han generado un turismo sostenible que atrae a amantes de las flores de aquí y allá, y al ser considerada la mayor rosaleda de Europa también es toda una referencia a la hora de formar jardineros para otras ciudades.
Tras un paseo por sus calles, cuando entre primavera y verano las fachadas se llenan de flores de todo tipo, color y tamaño, Chédigny se encargará de grabarnos en la memoria un aroma embriagador con el que poner punto y final a esta ruta por el Loira más desconocido.