Aviones atrapados en los aeropuertos sin poder despegar, viajeros atónitos ante pantallas de información vacías, la agenda de atención hospitalaria caída, las reservas de billetes de tren y la circulación de los convoyes alterada, una cadena de televisión británica informando que no podía seguir emitiendo, bancos sin poder brindar pagos telemáticos, compañías de todo tipo que perdían el control de sus operaciones por una 'pantalla azul', gobiernos organizando gabinetes de crisis. Durante algunas horas, este fue el panorama en el que amaneció una Europa que se despertaba en medio de la canícula de julio. Responsable: la actualización del 'software' de una empresa de ciberseguridad (Crowdstrike), que entró en conflicto con las plataformas basadas en Windows de Microsoft. De pronto, un paisaje distópico empezó a extenderse por todo el planeta. Nunca como ayer, la globalización fue tan tangible: un pequeño fallo informático en una empresa de Texas (Estados Unidos) empezó a bloquear la actividad del mundo entero. Fue el matemático y meteorólogo Edward Lorenz el que acuñó el término 'efecto mariposa' que sostiene que cualquier pequeña variación en las condiciones iniciales de un sistema no lineal (como una red, que es lo que es internet), acabará dando lugar a una alteración mayor en estadios posteriores. Lorenz recurrió a un proverbio chino que es más claro, expresivo y bello: «El batir de las alas de una mariposa puede provocar un huracán al otro lado del mundo». Lo ocurrido ayer ha sido una clase práctica de lo que es la sociedad del riesgo global en la que vivimos y que profetizó el fallecido pensador alemán Ulrich Beck. El colapso informático ha puesto de manifiesto nuestra enorme dependencia de la tecnología y la manera improvisada, y a veces desordenada, en que se ha ido construyendo la economía moderna. Como dice un experto consultado por ABC, ha sido una pandemia digital: un fallo en un punto único que termina afectando a miles de millones. Además, hemos descubierto que servicios públicos importantes están prendidos con alfileres y que precisamente los encargados de brindarnos protección pueden asestarnos involuntariamente una puñalada por la espalda. Las pérdidas económicas, cuando se terminen de calcular, podrían ser cuantiosas y aunque ayer por la tarde la situación se estaba normalizando en todo el planeta, los cuellos de botella pueden persistir por varios días. Muchos responsables de empresas y servicios descubrieron este viernes que, a diferencia de los pilotos de un avión, no es sencillo «pasar a manual» la vida cotidiana de las sociedades actuales. Se ha usado mucho la imagen de que internet es la nueva Biblioteca de Alejandría que permite descentralizar y democratizar el conocimiento, pero antes se podía quemar la de Alejandría, pero quedaban otras bibliotecas que guardaban copias de los libros más valiosos a los que se podía seguir accediendo. Hoy, con el efecto red, el borrado del conocimiento, es decir la ignorancia, se extiende por todo el mundo a una velocidad fulgurante ya que apenas dos o tres empresas concentran toda la operatividad mundial. Hace 30 años, los apagones eléctricos en España eran habituales. Hoy ya no tanto. El sistema eléctrico ha aprendido donde debe poner los seguros, donde aplicar redundancias y donde reforzar su seguridad para evitar cortes de suministro. La economía digital aún tiene mucho camino que recorrer para mantener la enorme confianza que hemos depositado en ella.