La nueva ministra de la Presidencia, Laura Fernández, colocó un pesado grillete sobre su credibilidad el día en que simuló estampar una firma en la ley para declarar el 30 de julio Día del Voto Femenino.
Sin ningún remordimiento ético ni moral, doña Laura fingió unos cuantos garabatos en el aire con el bolígrafo que el propio presidente de la República, Rodrigo Chaves, le facilitó para consumar la farsa.
Como si se tratara de una prestidigitadora, la jerarca ejecutó el truco con tal maestría que la punta del lapicero ni siquiera rozó el documento, tal como quedó expuesto en las tomas de la televisión.
La insólita escena ocurrió durante el show de los miércoles que suele organizar la Casa Presidencial, y también tuvo como testigos “del horror” a las ministras Cindy Quesada, de la Condición de la Mujer, y Anna Katharina Müller, de Educación.
Podría haber muchas formas de calificar lo sucedido. Para mí, fue, sencillamente, un engaño planeado, como parte de una estrategia para promover la imagen de una figura en la que el chavismo parece tener expectativas... electorales.
Sin embargo, la rúbrica fantasma más bien genera dudas sobre la idoneidad de la persona que ocupa uno de los puestos de gobierno más sensibles, debido a la seriedad y el respeto que debería infundir al interactuar con los demás actores sociales.
Fingir una firma es lo mismo que faltar a la verdad. Es una pésima carta de presentación de doña Laura ante la opinión pública y un antecedente que podría marcar su incipiente gestión con suspicacias.
¿Será esta la primera vez que la ministra acuda a la tinta invisible para rubricar escritos oficiales? ¿Será la última? Lo que sabemos es que no es la única vez que se orquestan este tipo de actos de ilusionismo en Zapote. Más bien, parece ser el sello de la casa.
El 8 de mayo del 2022, el mandatario y la entonces ministra de Salud, Joselyn Chacón, hicieron la pantomima de firmar un decreto sobre vacunación obligatoria que, según revelaron después los Audios de la Presidencia, no estaba redactado en ese momento.
En otras palabras, se burlaron de los ciudadanos, convirtieron en un circo uno de los momentos más solemnes de la función pública, y, de paso, devaluaron su nombre a un pintarrajo sin ningún valor. Ese es un golpe a la credibilidad, póngale la firma.
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El autor es jefe de información de La Nación.