Explica Rosalie Varda, diseñadora de vestuario e hija de Agnès Varda, que después de media vida trabajando para el cine, la ópera y el teatro y colaborando con Jean-Luc Godard, Samuel Fuller y Jacques Demy, un buen día decidió dejarlo casi todo para centrarse en una única cosa: intentar entender a su madre. Comprender cómo operaban los mecanismos de creación de esa mujer que empezó a ganarse la vida haciendo álbumes fotográficos para niños y retratos de ilustres vecinos como Brassai, Ionesco o Calder; anticipó la 'Nouvelle Vague' sin querer y sin tener experiencia cinematográfica alguna; inventó la 'cinescritura'; y, en fin, celebró con alegría, libertad e infinita curiosidad el feminismo combativo y el milagro de las vidas ordinarias. «Quería saber cómo funcionaba su cabeza», insiste Rosalie a las puertas de 'Agnès Varda. Fotografiar, filmar, reciclar', exposición que se desliza por la mente de la directora francesa para recrear en el Centre de Cultura Contemporèanea de Barcelona (CCCB) su universo fílmico y celebrar la naturaleza mutante de su trabajo. «Si hay una creadora que se identifique con el espíritu del CCCB, esa es Agnès Varda», destaca el jefe de exposiciones del centro, Jordi Costa. Y ahí está Varda, verso libre y viajero, pionera feminista y creadora avanzada a su tiempo, a todos los tiempos, narrándose a sí misma en una muestra que amplía la ya vista en la La Cinémathèque Française y entrelaza y agavilla objetos personales, fragmentos de películas y cortometrajes, manuscritos, autorretratos, instalaciones artísticas y abundante material fotográfico. Se muestra por primera vez , por ejemplo, una serie de fotografías que tomó durante un viaje a Cataluña en 1955 y en la que destacan dos retratos de Salvador Dalí en su casa de Portlligat. ¿Una referencia casual? Para nada. Un par de salas más y aparece un fotograma de 'Jane B. par Agnès V.' (1987) que calca 'Rostro paranoico', óleo del ampurdanés de 1935. La exposición, en palabras de la directora del CCCB, Judit Carrera, quiere ser un homenaje a una fórmula aparentemente sencilla («amar a quien se firma y dejarse sorprender por el azar») y una profunda exploración de la particularísima Santísima Trinidad de Varda. A saber: inspirar, crear y compartir. A partir de ahí, añade la comisaria Florence Tissot, existen dos aspecto nucleares que vertebran la muestra: una obra «poliforme» que se fue transformando en diferentes formatos artísticos; y la dimensión política y social de una artista siempre anclada a su época. «Es más que un testimonio individual de su tiempo; es una mirada, un diálogo sincero», subraya Carrera. Como Berlanga, también Varda era una proverbial coleccionista de sí misma y murió dejando una gran cantidad de cartas, documentos y papeles que ayudan ahora a explicar su vida y reconstruir su carrera. Dibujos, autorretratos y composiciones fotográficas inspiradas en lienzos de Goya y Picasso sirven para presentar la primera encarnación de Varda, la de la fotógrafa que rondaba por Montparnasse retratando a sus vecinos y aceptando encargos de la revista 'Réalités' y el Théâtre National Populaire. A la segunda no fue la vencida, pero casi: 'La pointe Courte' (1954), con las historias entrelazadas de los habitantes de un barrio pescador y una pareja en crisis, se adelantó unos cuantos años a Jean-Luc Godard y su 'À bout de souffle' (1960) y anticipó algunos de los preceptos de la 'Nouvelle Vague'. Cita con la historia, sí, aunque ser la única mujer en un movimiento eminentemente masculino no fue precisamente coser y cantar. Al contrario. Siempre se sintió, leemos, «la excepción, la cuota o el elemento decorativo, la mascota del regimiento, la guinda del pastel». Por ahí anda, con trazas nada disimuladas de misoginia, el manuscrito de una crítica a Varda que Godard publicó en 'Les Cahiers du cinéma' en 1962. Casada con Jacques Demy, marido y cómplice a pesar de que nunca trabajaron juntos, y con un círculo de amistades en el que destacaban la escultora Valentine Schlegel, el director de teatro Jean Vilar, las actrices Jane Birkin y Catherine Deneuve, y los cineastas Chris Marker y Alain Resnais, Varda fue, destaca la comisaraa, «protagonista de la efervescencia social y política de su tiempo»: llevó a sus películas la lucha por los los derechos de la mujeres; se reivindicó «libre, feminista y alegre» a través de títulos como 'La felicidad' (1965) y 'La una canta, la otra no' (1977): y documentó la explosión contracultural californiana y la revuelta de los Panteras Negras a finales de los ochenta. Todos esos caminos son los que recorre una exposición que, entre retratos de Fidel Castro, el cuaderno de notas para el documental 'Black Panthers' o el vestido multicolor que llevaba durante el rodaje de 'Lions Love', presta especial atención a títulos como 'Sin techo ni ley', León de Oro en la Muestra de Venecia de 1985; 'Cléo de 5 à 7' (1962); o 'Los espigadores y la espigadora' (2000), elegantísima vuelta de tuerca a la pobreza con la que se estrenó en el cine digital y recibió el César honorífico. Con los años llegarían también la Palma de Honor del Festival de Cannes y el Óscar Honorífico, galardones que se muestran aquí como despedida y cierre de un exposición salpicada de obras de Tàpies, Barceló y Niki de Saint Phalle y en la que el compromiso femenino, los cortometrajes turísticos subversivos de la Costa Azul y los retratos de Harrison Ford y Catherine Deneuve comparten espacio con sus orígenes griegos, sus 'cabañas de cine' construidas con película de 35 mm, y su pasión por los gatos. Conceptualmente, la exposición acaba con 'La tumba de Zgougou', una instalación dedicada al más querido de sus felinos, pero basta con andar un par calles para entrar de nuevo en el universo Varda gracias a la retrospectiva que le dedica la Filmoteca de Cataluña. En el programa, el documental '¡Viva Varda!' y las películas 'Cléo de 5 a 7', 'Las criaturas', 'Sin techo ni ley' , 'Jacquot de Nantes' , 'Los espigadores y la espigadora' y 'La una canta, la otra no'.
