Tras los resultados electorales del pasado 2 de junio y de la abrumadora victoria del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, la oposición mexicana ha venido atravesando en las últimas semanas una profunda crisis. Como si fuese un duelo luego de una muerte trágica, los líderes opositores se encuentran entre la negación de un país que pide un cambio de régimen y el pesimismo de no encontrar vías alternas para hacer frente al peligroso tsunami que suponen seis años más de gobierno de la Cuarta Transformación.
Urge un trabajo profundo de revisión a lo interno de la oposición que incluya una autopsia de lo ocurrido en las últimas elecciones. Es cierto; los planes sociales y las cuantiosas sumas de dinero repartidas por el gobierno para buscar el apoyo electoral fueron determinantes en el resultado. Sin embargo, el problema es mucho más profundo, termina por ser estructural. Tiene que ver con el deseo de un liderazgo alternativo y diferente que hasta los momentos no consigue asidero en los partidos políticos tradicionales que adversan a Morena.
El momento que vive la oposición mexicana es delicado pero al mismo tiempo retador. Lo mejor que puede hacer la alternativa democrática de cara al futuro gobierno de Claudia Sheinbaum es buscar en las regiones y localidades, gente joven que se deslinda de ciertos grupos de poder que no ayudan a mejorar la menguada reputación de los partidos tradicionales. La responsabilidad desde la oposición recae hoy en no permitir que un nuevo régimen con tintes autoritarios se termine de instalar y construya los tentáculos necesarios para reeditar la dictadura perfecta que el otrora PRI mantuvo durante siete décadas. La oposición, o se renueva o desaparece.