En 2022 la artista multidisciplinar Irene de Andrés presentó el proyecto A orillas del Manzanares, donde partía de La Isla, un complejo de ocio existente durante los años treinta en medio del Manzanares, para dialogar con la historia del río hasta llegar a su actual perfil renaturalizado. De Andrés ponía la mirada sobre el hecho social que ha acompañado al río de Madrid desde que fuera determinante para el asentamiento de comunidades humanas en sus riberas, cuando no existía aún nada parecido a una ciudad. Un espacio para la vida, el trabajo y el ocio central en la vida de una ciudad sin playa.
La Isla era un club cuyo edificio principal, de estilo racionalista, imitaba las formas de un barco. Contaba con dos piscinas exteriores, una cubierta, cafetería, sala de fiestas… todo lo necesario para que Madrid se pareciera a San Sebastián y se acercara, además, a la gran capital de la modernidad a la que aspiraba.
El complejo deportivo se inauguró entre el puente de la Reina Victoria y el del Rey en 1932 en una isla que existía en el cauce del Manzanares (se accedía a través de unas pasarelas metálicas). Aunque quedó muy dañado durante la guerra, alargó su existencia hasta la década de los cincuenta y fue derruido en 1956 para acometer las obras de la canalización del río.
El fantasma del lugar se ha convertido en uno de esos fetiches de los amantes del Madrid desaparecido y los arquitectos madrileñistas. No es para menos, la belleza de las líneas racionalistas salidas de la mano de Luis Gutiérrez Soto y la historia de la ciudad desde el abandono y la búsqueda de su río son muy atractivos. Es curioso, por cierto, que La Isla no tenga a día de hoy su propia página en Wikipedia.
Luis Gutiérrez Soto también es un personaje muy atractivo para chapotear en su biografía. Jugador del Real Madrid (Pichichi le llamaban, como al mítico delantero del Athletic), cultivador del racionalismo y la decoración Art Decó, motor de la arquitectura fascista neoherreriana cuando tocaba y arquitecto de las élites franquistas. De su cabeza han salido el cine Callao, el teatro Barceló, el Europa o el Ministerio del Aire, entre muchos otros edificios que conforman el siglo XX madrileño.
Pero La Isla no representó ni el principio ni el final de la aspiración madrileña por bañarse en la playa sin agarrar la carretera de Valencia. En realidad, contamos con centenares de fotos y estampas de prensa que muestran a madrileños de épocas pasadas bañándose en sus ríos, en zonas acondicionadas para ello, sobre todo en el propio río Manzanares.
Hubo en los años 30 otro proyecto racionalista de playa para Madrid en sus alrededores que también aprovechaba el que era, de hecho, uno de los lugares de baño más habituales, el río Jarama. El socialista Indalecio Prieto, titular de la cartera de Obras Públicas, conoció una propuesta de playa para Barcelona desarrollada por el GATEPAC y quiso trasladar la experiencia (no nata) a Madrid.
Las siglas GATEPAC significan Grupo de Arquitectos y Técnicos Españoles para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea y reunían a un grupo de profesionales que pretendieron traer aires de Le Corbusier, modernidad y racionalismo a España durante la Segunda República. En julio de 1933 se presentó el proyecto Playas del Jarama, integrado en el Plan de Accesos para Madrid. La propuesta era coherente con otros desarrollos de esparcimiento popular del momento, como la integración de la Casa de Campo entre los parques públicos de la ciudad, los balnearios del Manzanares (que no llegaron a hacerse) o la Playa de Madrid, de la que hablaremos más adelante.
Se proyectó utilizar las riberas situadas entre Paracuellos y Arganda con tres playas artificiales, que eran posibles gracias a embalses colocados estratégicamente en puntos bien comunicados con la capital. El proyecto incluía restaurantes, clubes de remo, vestuarios y viviendas en las que debían tener cabida la clases trabajadoras.
Las Playas del Jarama no prosperaron por el cambio de gobierno (el comienzo del bienio radical-cedista en 1934) aunque se retoman modificadas y trasladadas a la sierra en el Plan Regional que Besteiro redacta durante la guerra y que, por razones obvias, no se llegó a desarrollar.
El estudio del proyecto Playas del Jarama influyó en la conceptualización de la Playa de Madrid del arquitecto Manuel Muñoz Monasterio (Las Ventas, Santiago Bernabéu), muy ligado en los treinta a las concepciones defendidas por GATEPAC. El arquitecto hizo varias propuestas para llevar a cabo el sueño del esparcimiento acuático en terrenos de Patrimonio Nacional, en los terrenos del eje del Manzanares entre El Pardo y Madrid.
Finalmente, se realizó una presa de hormigón que aprovechaba el cauce del Manzanares en su confluencia con el arroyo del Fresno, en el término municipal de El Pardo. Para acceder, se construyó un puente que aún existe. Los edificios del complejo son puro racionalismo de muro curvo y viseras.
La Playa de Madrid quedó muy deteriorada después de la guerra y el propio arquitecto fue protagonista de su reconstrucción en 1947. Aparecieron entonces elementos decorativos de corte imperial franquista (pináculos, pizarras, etcétera). En los años 50 Muñoz Monasterio incidirá en la visión de la arquitectura para el ocio de masas con el contiguo Parque Sindical, cuya enorme piscina era conocida como “la charca del obrero”.
La Playa de Madrid continuó como complejo de esparcimiento durante muchos años pero la contaminación del Manzanares hizo que perdiera su esencia como lugar de baño natural y el lago fuera desecado. Fue club privado gestionado por distintas empresas (desde los 70, para empleados de Telefónica, aunque podían acceder personas externas a la empresa). Echó el cierre definitivamente en 2014, siendo gestor el grupo Arturo Cantoblanco, del entonces presidente de la patronal madrileña Arturo Fernández (dejó una deuda casi millonaria). En 2021, la gestión del complejo salió a concurso público sin éxito.
Hoy, la Playa de Madrid sigue existiendo… como un enorme complejo abandonado con piscinas vacías, pintadas y desconchones al que Patrimonio Nacional no consigue dar salida. La Confederación Hidrográfica del Tajo lleva a cabo un ambicioso proceso de recuperación del cauce y del dominio público hidráulico del río Manzanares que ha permitido que se pueda pasear por la orilla izquierda del río y contemplarlo. La reivindicación de la ribera como espacio público, por cierto, fue impulsada por el movimiento ecologista, que reclamó, cizalla en mano cuando fue necesario, el paso libre por zonas invadidas por los clubes privados.
Desde que el movimiento racionalista se alió con la apertura democrática de la Segunda República para dar cauce popular a las ansias del ocio de masas, han sido muchas las veces que las palabras playa y Madrid se han alineado en los titulares. Las últimas apropiaciones metafóricas de la playa son la llamada playa urbana de Madrid Río (una serie de láminas de agua y chorros que se activan en verano), un intento fallido en la plaza de Colón durante el Ayuntamiento de Carmena y el anuncio de una playa artificial en las parcelas cedidas por el Ayuntamiento al Atlético de Madrid en los alrededores del Metropolitano. Pero no hay manera, no, aquí no hay playa, aunque sí una rica historia social del agua.