Después de ocho días de fiesta -qué distintos éramos el 6 de julio-, me asomo a la prensa sin querer ver, como el que conduce junto al lugar de un accidente de tráfico. Vista desde Pamplona y su tamiz de ruido de charangas, de jotas, de toros, amigos y ajoarrieros, la realidad adquiere tintes irreales como si nada estuviera pasando. Los sanfermines son una distancia que ponemos sobre las cosas ocho días al año en el intento de no saltarnos la tapa de los sesos definitivamente. Desde el corazón de la primera fiesta del mundo, los sucesos adquieren categorías nuevas, fantasmagóricas, casi siempre divertidas, y así resulta muy notorio si un toro ha cogido a una australiana a la entrada...
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