Solo habían pasado tres meses del terremoto del Sábado Santo de 1983, en Golfito, cuando otro de magnitud 6,1 sacudió Pérez Zeledón, el domingo 3 de julio de ese año, a las 11:13 a. m.
Una de las comunidades más cercanas al epicentro fue la de El Jardín, en Rivas de Pérez Zeledón, donde las primeras familias habían llegado en 1946, en paralelo a la construcción de la carretera Interamericana Sur. Xinia Gamboa Arias, de 69 años, tenía 28 cuando ocurrió ese terremoto.
Ella estaba en su casa con su hija Marjorie, de seis años, y David, de un año y cinco meses. Los menores estaban jugando en la casa mientras la madre terminaba sus quehaceres.
De repente, comenzó un pequeño temblor que Xinia creyó normal, corrió a buscar a sus hijos mientras el movimiento aumentaba de intensidad. Alzó a David y abrazó a Marjorie, y los llevó hasta debajo del marco de la puerta de la sala. Vio cómo las ollas y la cocina de leña caían justo donde su hijo había jugado segundos antes. Luego observó cómo las camas se salían por las paredes colapsadas de la vivienda y caían al patio. Salió con los niños apenas a tiempo para observar su casa en ruinas.
Fue tal el sismo que hasta los bueyes de un vecino llamado Carlos Alvarado se hincaron en medio camino y bramaban asustados por lo que pasaba. En el resto del territorio, a esa hora de la mañana había mucho movimiento con gente en las calles, en iglesias, comercios y hasta en cinco estadios de fútbol, donde se suspendieron los partidos y muchas personas invadieron los terrenos de juego y se hincaron a rezar ante el temor por la fuerte sacudida.
Estos testimonios y varios más, de quienes vivían cerca del epicentro, quedaron plasmados en el libro El Jardín y el Terremoto olvidado: Crónicas del terremoto de Pérez Zeledón. El documento de la Editorial Universidad de Costa Rica, editado en 2013, recopiló las narraciones de decenas de afectados que se reunieron al cumplirse 30 años de ese evento de la naturaleza.
Sin embargo, en la memoria colectiva se borró ese terremoto, que dejó 50 casas inhabitables y otras 650 con daños, así como casi 3.000 damnificados, 20 kilómetros de la carretera Interamericana Sur dañados, la estructura del Hospital Escalante Pradilla con severa afectación y una mujer fallecida.
Para Mauricio Mora, geólogo de la Red Sismológica Nacional (RSN), en la memoria de la gente solo se quedó el terremoto del Sábado Santo en Golfito. Tal vez por la cercanía geográfica entre los dos terremotos de ese mismo año y por la magnitud de 7,4 que tuvo el de Golfito, uno de los más fuertes ocurridos en el país después del de Limón (1991) y Nicoya (2012), se opacó el de Buenavista de Pérez Zeledón.
Para contrarrestar ese olvido, Mora, junto con su colega Giovanni Peraldo Huertas, elaboraron trabajos, visitaron la zona y dirigieron un proyecto para documentar geológicamente el evento y recolectar testimonios de lo ocurrido esa vez. Este mes se cumplieron 41 años de aquel domingo en la mañana, cuando la tierra se sacudió.
El terremoto tuvo como particularidad un sismo precursor de magnitud 5,1 que ocurrió solo 40 segundos antes del principal, de 6,1. Leopold Linkimer, sismólogo de la RSN, dice que no recuerda otro terremoto precedido a tan corto tiempo por un temblor fuerte. Dijo que en el terremoto de Cóbano del 25 de marzo de 1990, hubo un sismo previo, de magnitud 6,4, pero fue seis minutos antes del movimiento de magnitud 7,3.
Olga Gamboa Brenes, de 50 años, era una niña de nueve años y ese domingo acompañaba a una prima a clases de catecismo. De repente comenzó el temblor. En medio de la confusión y el miedo, las catequistas les pidieron que se tiraran al suelo. Doña Marta, una de las catequistas, decía: “¡Oh, Dios mío, esto es un terremoto!” Olga se preguntaba a qué se refería, pues al principio no entendía qué estaba pasando. El tiempo que tardó el temblor se le hizo eterno. De pronto vio mucha destrucción alrededor y los suelos agrietados, mientras los temblores seguían sintiéndose a cada minuto.
La percepción de un terremoto tan largo puede obedecer a que primero sintieron el sismo precursor y luego vino el otro que fue mucho más fuerte. El epicentro estuvo en la zona montañosa de la cordillera de Talamanca, en medio del cerro Buenavista, más conocido como cerro de la Muerte y la ciudad de San Isidro de Pérez Zeledón, pues la doble ruptura de la placa local estuvo 14 km al norte de San Isidro.
Juan Rafael Gamboa Elizondo, quien tenía 20 años en esa época, dice que estaba en una reunión en La Hortensia, distrito de Páramo de Pérez Zeledón, cuando se escuchó un ruido. La escuela donde estaban se movió y las paredes se reventaron de arriba abajo. “Salimos como pudimos, pues no podíamos caminar. Todas las paredes de la escuela se derrumbaron. Una vez afuera, se hincaron a rezar por lo que pasaba, pues seguía temblando. La carretera se partió y pensaban que iban a caer a un barranco cercano. Las cocineras que tenían el almuerzo listo salieron del sitio. Todo quedó en el suelo y hasta la cocina estaba volcada”, dice el compendio de testimonios recabados.
Varias personas coinciden en que días antes de ese terremoto se escuchaban retumbos, pero estos se multiplicaron el día del terremoto y muchos recuerdan las nubes de polvo que se levantaron a raíz de los deslizamientos.
Ramón Gamboa Fonseca, hoy de 77 años, vecino de División, relató que él estaba en La Piedra, en Páramo de Pérez Zeledón, jugando un campeonato de fútbol. En el momento en que salió a la orilla a amarrarse los tacos, se escuchó un ruido y empezó todo a moverse. Al otro lado del río había unas laderas grandes que empezaron a partirse y se venían hacia el río. La gente corría para un lado y el otro.
Había mucha incertidumbre pues en ese tiempo no había celulares y las familias no tenían forma de saber cómo estaban sus seres queridos que andaban en comunidades cercanas que quedaron aisladas. Los acueductos se dañaron y muchos postes de electricidad quedaron en el suelo.
Una de las cosas que Carmen Segura Hidalgo rememora fue que al día siguiente llegaron helicópteros a llevarse a las señoras con bebés y a las mujeres embarazadas a quienes trasladaron a un albergue para Villa Mills. Sin embargo, la noche previa la pasaron en un galerón donde ahora está la iglesia de San Juan de Rivas y solo se veían deslizamientos. Ese domingo tembló cada 15 o 20 minutos en medio de retumbos hasta el amanecer. No había electricidad.
Geovanni Gamboa Ureña, tenía 9 años y no se le olvida que a las 5 de la tarde del día siguiente lo sacaron en el helicóptero con su mamá.
A Albertina Brenes Monge, quien actualmente tiene 67 años, también se la llevaron para Villa Mills en una vagoneta. Al llegar, el frío era tremendo, el agua era como hielo y había que hacer grandes filas para todo, porque había mucha gente. Recuerda que el primer día les dieron algo para comer, una cobija y colchones. Todos estaban en el salón. El frío no les dejaba en paz mientras ella trataba de calmar a su hijo Jesús, un niño que estaba muy nervioso. Estuvo casi dos meses en el albergue; su casa había quedado inhabitable.
Los helicópteros que ayudaron en el puente aéreo eran de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, que estaban en el canal de Panamá y trasladaron a muchas personas que quedaron incomunicadas en la zona del epicentro.
Esa vez, el gobierno de Luis Alberto Monge (1982-1986) decretó zona de desastre en Pérez Zeledón, pues decenas de damnificados no pudieron volver a sus colapsadas casas. El decreto lo firmó el mandatario con sus ministros de la Presidencia, Fernando Berrocal Soto, y el de Obras Públicas y Transportes, Rolando Araya Monge.
En zonas más lejanas como Pacayas de Alvarado, Cartago, hubo casas dañadas. En Turrialba se sintió fuerte y por varias horas quedaron sin electricidad, mientras que en Siquirres la estructura de un tanque de agua cayó sobre una menor que resultó herida y requirió traslado al Hospital de Niños.
