Frente a la concepción generalizada de que las tecnologías al alcance de los menores son malas, también es cierto que hay mucho de bueno en estas nuevas herramientas, siempre y cuando éstas sean introducidas y controladas en función de la edad y madurez del menor. Recordemos también que el término menor cubre un espectro muy amplio para un asunto tan transversal en nuestras vidas como es esta nueva realidad que puede unirnos o separarnos del mundo en el que vivimos y que es de por sí cada vez más complejo. Al menos en lo que al acceso a la información se refiere lo es, y lo será en mayor medida con la incidencia que tendrá la inteligencia artificial. Por valernos de un símil se puede afirmar que 'las motos son peligrosas'. Y es verdad, las estadísticas lo demuestran, pero es que también moverse en moto tiene muchos beneficios probados para la salud mental y física. Lo evidente es que no se le puede dar una moto deportiva a un niño de catorce años para circular por la vía pública porque, efectivamente, la probabilidad de que se diluyan los beneficios será muy alta, y la atracción se centrará sobre el polo negativo. Y a todo ello, también debemos de tener en cuenta la realidad cultural de que tener una moto para desplazarse en la mayoría de los lugares del planeta es una necesidad y en muchos casos un lujo. Con la tecnología pasa lo mismo. Tiene beneficios, pero debemos de plantearnos hasta qué punto debemos de dar acceso a estas herramientas tan potentes, que suponen un peligro real, y cómo debemos de supervisar su utilización. Así, por ejemplo, el acceso a terminales smartphones en menores debería de tener una cierta regulación en una sociedad en la que se legislan cuestiones de infinitamente menor importancia. Y no se debe de contar con que todos los responsables de estos menores aplican los controles adecuados, muchas veces porque simplemente no saben ni cómo hacerlo. Esto supone un evidente peligro, no solo por el acceso a contenidos inapropiados, sino por el descontrol que suponen las redes sociales a través de algoritmos muy perfeccionados que inundan de contenido basura, y mantienen al menor durante horas enganchados ante la fragilidad de cerebros que se sienten cómodos con este mínimo esfuerzo energético. Pero, por otro lado, la tecnología debidamente dosificada supone una enorme ventaja para estas generaciones frente a las anteriores. Por supuesto en la inmediatez en el acceso a, por ejemplo, la música o la interacción social, pero también en otros contenidos que resultan ser muy beneficiosos para el desarrollo personal e intelectual. Partamos de la base de que no todas las realidades de los menores son las mismas, y no todos los ambientes familiares y de círculos cercanos del menor y capaces de influir son idílicos, lo que ocurre además en cualquier clase social. Hay casos en los que la realidad no es buena para el menor, en algunos casos es muy mala, y condiciona la percepción futura en la vida adulta de una manera difícil de reparar. Delante de menores se generan discusiones carentes de valor alguno o juicios negativos limitantes, a veces por propias frustraciones propias de los adultos cercanos que condicionan grandes potenciales humanos. En estos casos, la tecnología bien utilizada puede ser una fuente de búsqueda de referentes positivos que permitan salir de bucles difíciles de sobrellevar para los menores, de abstraerse de ciertas realidades y conductas, e incluso entender que no son las adecuadas. En la formación del menor y en la vida académica los educadores pueden ahora referenciar pensamiento positivo que antes difícilmente eran accesibles abriendo horizontes nuevos que generen una mayor paz al menor. Pero no solo en estos supuestos más extremos, sino que también según se va adquiriendo madurez por cualquier menor, es positivo escuchar opiniones distintas, y apartadas de entornos a veces contaminados. O de las directrices ideológicas de canales de comunicación masivos, y todo ello dosificando por parte del entorno del menor el acceso y el contenido en función de su edad y de su madurez, labor que muchas veces solo pueden llevar a cabo los educadores. Ante esta nueva realidad de accesibilidad a grandes repositorios académicos, a contenidos muchos de ellos muy válidos e impensables hace años que estuviesen puestos a disposición en internet, el papel de la academia pasa a ser una hoja de ruta y una labor de curación de contenidos. En definitiva, un sello de calidad que debiera de generar seres humanos libres, con criterios propios, como no puede ser de otra forma, pero con una base humanista sólida que les otorgue la capacidad de entender a los demás y de convivir en sociedad. Y ello gracias en muchos casos a la tecnología.
