Yazine Kanjaa llevaba semanas mirando el móvil. Todo le molestaba, solo aquello que salía por su teléfono tenía la verdad absoluta. Mensajes consumidos de forma convulsiva marcaban su forma de vivir. Su cabeza cambió en dos meses. Fue expulsado de una mezquita por sus soflamas salafistas. Días después, el 25 de enero del año pasado, colgó la mishaba en el patio del habitáculo ocupado donde vivía, se enfundó un machete y atacó en Algeciras. Hirió al sacerdote Antonio Rodríguez en San Isidro y luego mató al grito de «Alá es grande» al sacristán Diego Valencia en La Palma. «Una radicalización exprés a través del móvil» , determinó la Audiencia Nacional. «Muchas veces se minusvaloran operaciones contra terroristas que adoctrinan con...
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