Hace unos días, la Red de Atención a las Adicciones (Unad)– la mayor red europea en este ámbito, integrada por 200 ONG– defendía la necesidad de llevar a cabo un cambio de paradigma en la sociedad española para que la reducción de daños en drogas se valore como una respuesta eficaz de salud pública que, a su juicio, "mejora el bienestar y la propia salud de la población, lejos de fomentar el consumo". Un paradigma que hacían extensivo al uso de alcohol.
En este sentido, la Red reconocía el valor el reciente cambio de enfoque adoptado por la Comisión de Estupefacientes (CND) de Naciones Unidas frente al abordaje del consumo de sustancias y adicciones que, por primera vez, ha defendido el papel de la reducción de daños dentro de las respuestas públicas efectivas.
Y la reconoce por primera vez en un contexto en el que entre 80 y 90 países en el mundo tienen implementados programas como el intercambio de jeringuillas, una de las estrategias que más vidas ha salvado.
En la actualidad, las demandas de las entidades como Unad se centran en ampliar el marco de estos programas de reducción del daño para que se adapten a las nuevas adicciones, con herramientas que han mostrado evidencia científica a la hora de ayudar a las personas adictas, como las terapias de mantenimiento con sustancias antagonistas, como la metadona o el tratamiento de sobredosis con naloxona (en el caso del fentanilo).
La reducción del daño es el conjunto de estrategias ante conductas que generan riesgos o daños a la salud como, por ejemplo, en el ámbito del consumo de drogas y en otras conductas (como la prostitución, prácticas sexuales de riesgo, etc.) que, entendiendo que existen personas que desarrollan estos comportamientos y que no van a dejar de hacerlo, pretende reducir los riesgos asociados a los mismos. Riesgos como el contagio de enfermedades de transmisión sexual o infecciosas, por la vía de consumo de drogas empleada, riesgo de sobredosis, entre otras.
Un segundo objetivo que se plantea con esta estrategia es la puesta en contacto del usuario con una red asistencial normalizada, puesto que, por lo general, las personas que acceden a los programas de reducción del daño desarrollan su vida en entornos marginales (sin acceso a los recursos normalizados).
Este tipo de políticas de salud pública comenzaron a desarrollarse en el norte de Europa en los años 80, ante el fracaso de los programas libres de drogas y, especialmente, en relación con el consumo de heroína por vía parenteral y para frenar la expansión de la epidemia de VIH/Sida.
Pero la aplicación del paradigma de la reducción del daño no es aceptada para el tabaquismo por los gobiernos y autoridades sanitarias de muchos países (incluido España) ¿Por qué? A esa pregunta han intentado responder numerosos expertos internacionales de diferentes ámbitos hace unas semanas en el XI Foro Mundial de la Nicotina (GFN, por sus siglas en inglés) celebrado en Varsovia (Polonia).
"No cuestionamos la reducción de daños en las drogas duras. Entonces, ¿por qué deberíamos hacerlo en el tabaco? Todos necesitamos un poco más de educación sobre la salud para entender qué son los productos de riesgo reducido" destacó Andrzej Fal, jefe del departamento de Alergia, Enfermedades Pulmonares y Enfermedades Internas del Instituto Nacional de Medicina de Varsovia.
La negativa a integrar las alternativas de potencial riesgo reducido como el vapeo, el tabaco calentado, las bolsitas de nicotina o los nuevos productos orales sin nicotina entre las opciones normalizadas para ayudar a las personas a dejar de fumar se fundamenta en muchas afirmaciones falsas admitidas por la opinión pública como verdaderas a fuerza de ser repetidas, a juicio de los expertos. "Una de las más peligrosas es la de que estos productos son igual o más perjudiciales para la salud que los cigarrillos tradicionales y que la ciencia que demuestra su eficacia no es más que humo", argumentó Cliff Douglas, presidente y director ejecutivo de Global Action to End Smoking.
Desde hace más de una década, la evidencia en favor de estos productos no deja de crecer. Los ensayos controlados aleatorios muestran que son más efectivos que las terapias de reemplazo de nicotina y al menos tan buenos como la farmacoterapia para lograr el abandono del hábito de fumar en las condiciones de los estudios.
Por citar solo algunos ejemplos, la revisión Cochrane de enero de 2024 examinó 88 estudios y, sobre la base de siete que cumplieron con sus estrictos criterios de inclusión, concluyó que vapear nicotina era un 59% más efectivo para dejar de fumar que los parches y chicles. La realizada en el año anterior, 2023, determinó que los productos de potencial riesgo reducido y la vareniclina – el tratamiento de primera elección por los profesionales sanitarios para dejar de fumar– eran los dos tratamientos más eficaces. Por otro lado, una revisión de 363 estudios realizada por el Instituto Nacional de Investigación en Salud del Reino Unido evidenció que vapear era la ayuda más efectiva para dejar de fumar.
Pese a los esfuerzos de grupos de investigación independientes y de la propia industria, que comparte con la comunidad científica internacional los resultados de sus investigaciones, los publica en revistas con los más altos estándares de calidad y ofrece los datos para que cualquier institución científicas los pueda replicar, la ciencia sobre estos productos se obvia y se considera "de segunda".
"Esta es la pregunta que le hago a las personas que cuestionan la investigación hecha por la industria. ¿Por qué no replican estos estudios? Soy científico y he replicado estudios en astrofísica y cosmología porque los resultados eran erróneos o cuestionables. Demostré que no eran válidos y muchas de mis publicaciones lo demuestran. Así que le pediría a la gente que se dedica al control del tabaco: si no confían en la industria, vayan y repliquen. Esta es la única forma en que podría demostrar su punto de vista de que la investigación de la industria es engañosa. De lo contrario, es solo retórica", destacó Roberto Sussman, doctor en Física e investigador del Instituto de Ciencias Nucleares de la Universidad Nacional Autónoma de México.
La Organización mundial de la Salud (OMS) ha publicado esta semana la primera guía de tratamiento clínico para dejar de fumar cigarrillos, pipas de agua, productos de tabaco sin humo, puros, tabaco de liar y productos de tabaco calentados. El documento destaca que la combinación de farmacoterapia con intervenciones conductuales aumenta significativamente las tasas de éxito en el abandono del hábito tabáquico.
En cuanto a los tratamientos, recomienda la vareniclina, la terapia de reemplazo de nicotina (TRN), el bupropión y la citisina como medicamentos más eficaces para dejar de fumar. Además, incluye los chicles y parches de nicotina de Kenvue, los primeros productos de este tipo precalificados por la Organización.
Sin embargo, tal y como destacó Konstantinos Farsalinos, médico e investigador principal especializado en salud pública en la Universidad de Patras y West Attica en Grecia, "sabemos que en muchos casos, como informan las Revisiones Cochrane y decenas de estudios, los cigarrillos electrónicos son más efectivos que los medicamentos de reemplazo de nicotina para ayudar a las personas a dejar de usar productos de tabaco combustibles". Pero la evidencia no se tiene en cuenta.