A estas alturas de la legislatura, ya conocemos el «modus operandi» del ministro Ernest Urtasun. El primer paso es soltar un bombazo delirante, tipo «hay que descolonizar los museos españoles, como ha hecho Bélgica con los de Leopoldo II» (así ya te imaginas a Bartolomé de las Casas encerrando niños incas en el zoo de la Casa de Campo). La segunda fase es cuando pone cara de inocente y pregunta por qué escandaliza tanto un proceso que ya estaba en marcha en España y en toda Europa. El colofón consiste en mutear el móvil y no atender a más Prensa que la SER y el canal 24 Horas, por algo ya es el ministro que menos habla con interlocutores que no sean de su cuerda. Hasta aquí todo se ha cumplido en esta nueva temporada de la serie «Descolonizar los museos», que parece una ficción de Netflix donde todo lo negro es puro y lo blanco siniestro, menos él y sus amigos de los campus pijos cuestionadores de la cultura occidental. El capítulo en curso trata de cómo van a cambiar el Museo de América y el de Antropología para terminar con el eurocentrismo de dos centros cuyo grueso de visitantes es gente fascinada con las culturas precolombinas y con la diversidad cultural humana.
¿Y qué funciones tendrán?
Ya se sabe cuál es la lista de expertos en los que confía Urtasun, aunque no el peso que van a tener en las decisiones ni las funciones concretas que desempeñan, como es su costumbre. Mirando los currículums se ve mucho MACBA y mucho Reina Sofía, las Estrellas de la Muerte de Borja Villel, y también expertos que pasaron por el Sant Martin’s College de Londres, que es donde van los pijos de las canciones de britpop que tanto gustan al ministro (busquen «Common people» de Pulp). Hay expertos en «performance», que es de lo que se trata, y otros en cultura audiovisual, ya que las imágenes se pliegan a cualquier relato, incluso a cualquier alucinación «woke». Lo que se echa en falta son nombres de peso con años de reflexión sustancial, digamos Rogelio López Cuenca, Iván de La Nuez y Tania Adam Safura, que algo muy gordo debe de haber hecho para no ser seleccionada siendo mujer, de Mozambique y con radiante exposición ahora mismo en la Casa Encendida («Un réquiem por la humanidad», hasta el 15 de septiembre). Las voces más despiertas del gremio cuentan que Urtasun no quiere expertos con criterio propio que le discutan las consignas, como le pasa con los periodistas. Eso lo aprendió seguramente de Borja Villel, que también se rodeaba de devotos, conocidos como «los borjitas» y acostumbrados a asentir cada gracieta como la troupe de Georgina en el jet privado.
No está claro qué es lo quiere hacer Urtasun en esta nueva fase, pero podemos recordar el esperpento padecido el pasado 8-M, cuando el Museo de América acogió un actividad titulada «Descolonizar los museos: del postureo a la acción», organizada por el colectivo Justicia Museal, chiringuito argentino perfectamente reconocible por cualquiera que haya pasado un sábado de fiesta en Lavapiés. Participaron una «artivista indígena» llamada The Bonita Chola, la curadora Frau Diamanda, Álex Aguirre, del colectivo de Migrantes Transgresorxs y la abogada Pastora Filigrana. Mucha mirada migrante, mucha disidencia trans y travesti y las sillas en círculo para evitar jerarquías. Al final, como era de esperar, el resultado fue un guirigay asambleario donde el único abucheado fue el experto Antonio Elorza, historiador de referencia y miembro de la comisión para las celebraciones del Quinto Centenario del descubrimiento de América. Elorza encuentra sensato el proyecto de descolonizar los museos, aunque no tanto que se haga a golpe de charlotada sesentayochista. Como muchos sabemos por experiencia, cualquiera que asista un par de veces a este tipo de «rondas de pensar» sentirá el fuerte impulso de afiliarse a Alternativa por Alemania.
Solamente dividir
A Urtasun nunca le ha interesado profundizar, solamente dividir. Cuando enchufa Eurovisión, pide públicamente que aumente la presencia de la bandera europea, así no tienen que ver tanta rojigualda, sin darse cuenta de que la bandera de la UE es un signo de alto voltaje católico. «Inspirado por Dios, tuve la idea de hacer una bandera azul sobre la que destacaban las doce estrellas de la Inmaculada Concepción de Rue du Bac», explicó el diseñador, Arsène Heitz. Ahora Urtasun defiende que, en vez del término «América», usemos el indigenista «Abya Yala», como hace él en las nuevas cartelas, así puede distinguir a los fachas de los decoloniales. En realidad, eso dejaría en la extrema derecha a Rubén Blades, Martín Caparrós, Calle 13, Roberto Bolaño, Alejo Carpentier y tantos artistas que usaron «América» en los títulos de sus mejores obras. Cada vez que se les atragante una aparición de Urtasun, hagan como yo y busquen en Google alguna réplica del pensador Iván Vélez, ensayista experto en desmontar trampantojos de la Leyenda Negra. Es una suerte tenerle siempre a mano.
Corto y pego un fragmento de Vélez: «Quienes se decanten por ‘‘Abya Yala’’ (serán) respetuosos ciudadanos que contribuyen a la merecida reparación. ¿De quién? Del mundo indígena víctima del genocidio del 12 de octubre. Tal podría ser la respuesta, acompañada de un gesto grave, circunspecto, de los abyayalistas. Sin embargo, las cosas no son, no fueron, tan simples», advierte. Para ilustrar la complejidad de lo ocurrido a partir de 1492, Vélez apela a un cuadro anónimo del siglo XVII conservado en la iglesia de San Juan de Cuzco. En la obra conviven san Ignacio de Loyola, Francisco de Borja y los incas de Vilcabamba, protegidos por una sombrilla de plumas que sujeta un jorobado. Las estructuras de poder virreinal mezclaban autoridades españolas e indígenas. También hay que destacar el enfoque jesuita, preocupados por la evangelización igualitaria de los conquistados, y el hecho de que en los agitados 60 del siglo XX tenían seminaristas en Derio que pedían «una iglesia pobre, indígena, con pastores nacidos en el pueblo». Miren qué agresividad colonial».
En las escuelas jesuitas convivían españoles e indígenas, mientras los matrimonios mixtos favorecían que una mujer nativa de América pudiese tener una posición social superior a un hombre español, queda claro en el caso de «Malinche». Desde una perspectiva a la izquierda de Vélez coincide el ensayista y curador cubano Iván de La Nuez, que hace décadas reside en Barcelona. «Mucho me temo que toda nuestra riqueza se está escorando, como tantas otras cosas, a favor de una ‘‘fast food’’ de la teoría decolonial que sale de los campus norteamericanos. Estamos hablando de un tema medular y por lo tanto requiere el mayor consenso posible. En el resto de Europa ni siquiera han sido gobiernos de izquierda los que han empezado a afrontar una realidad que no puede continuar así», defiende. Seguramente el problema es que el actual ministro tiene la cabeza colonizada por las simplificaciones de las universidades de élite del mayor imperio actual.
Hablemos claro: a Ernest Urtasun nunca le ha interesado especialmente la cultura, más allá de tener una columna en la revista musical hípster «Rockdelux», sin duda la más colonizada por la música anglosajona en nuestro país. Si de verdad quisiéramos descolonizar, me refiero a la calle y no solo a los museos, habría que empezar por retirar las subvenciones a cualquier festival que llevase nombre en inglés, por ejemplo, su querido Primavera Sound o ese Mad Cool al que Carmena financió con generosidad delirante. Urtasun está donde está un poco por casualidad: es un experto en diplomacia y transición ecológica que terminó en Cultura porque la fuerza electoral de Sumar no daba para más. Al final su mayor aportación al Estado será haber contribuido a que la momia guanche (una de las mejor conservadas del mundo) regrese a su hogar de Tenerife.
Ahora es complicado que don Ernest salga de esta burbuja de prejuicios y privilegios: no sería de extrañar que, con el paso de los años, termine en el sillón de «zar de los museos catalanes» que la Generalitat creó ex profeso en 2023 para Manolo Borja Villel, con su estipendio de 99.000 euros al año –«99» como en las rebajas, que 100 sería demasiado- y dos expertos a su servicio. Este puesto decidido a dedo y «porque yo lo valgo» lo encontraron cuestionable hasta en eldiario.es, no hace falta decir más. Villel pasará a la historia por ser uno de los pocos culturetas bien pagados en España pero, sobre todo, por la hazaña de montar la expo decolonial «Vasos comunicantes», compuesta por flyers indigenistas, fanzines trans y pósters del 15-M y financiada a todo trapo por un gran banco. La descolonización delirante tiene sinsabores, pero también recompensas.