El 14 de julio de 2014, Pedro Sánchez se convertía en secretario general del PSOE (48,63% y 56.409 votos), imponiéndose a Eduardo Madina (36,15% y 41.835 votos) y a José Antonio Pérez Tapias (15,26% y 17.506 votos). Su historia, durante esta década, es la de un liderazgo en continua reconfiguración. Un político camaleónico, que ha ido mudando la piel a conveniencia, pivotando de derecha a izquierda según reclamara el contexto. Evolucionando desde el tutelaje de su primera victoria hasta el hiperliderazgo actual. De ganar las primarias ungido por el aparato a vencerle a lomos de la militancia. Del discurso del establishment al populismo de las cartas a la ciudadanía. De doblarle el pulso el Comité Federal y forzarle a dimitir a eliminar todo contrapeso y debate interno en el PSOE.
El nuevo líder asumía en 2014 las riendas de la formación reivindicando su “autonomía”, pese a haber sido apadrinado por la federación más poderosa del PSOE, la andaluza, ante la negativa de Susana Díaz a dar el paso. Sánchez representaba, al candidato clásico, el del aparato y una alternativa a la opción del “rubalcabismo”, avalada por los sectores más a la izquierda, que representaba Madina. “Con Madina y Pérez Tapias, Sánchez era considerado, en ese momento, el candidato más a la derecha. Un tecnócrata”, asegura Pablo Simón, politólogo y profesor titular en la Universidad Carlos III de Madrid.
Pronto, la ambición de Sánchez generó suspicacias internas. No estaba dispuesto a guardarle el sitio a Díaz para que encabezase la candidatura socialista a la Presidencia del Gobierno y tras las elecciones de 2015 se abrió a intentar pactos con Podemos y los partidos independentistas, una vía que el Comité Federal le cercenó abruptamente. El secretario general como líder de la oposición tenía las manos atadas frente a un PSOE que residenciaba todo su capital político en las distintas federaciones territoriales, que habían tocado poder tras las autonómicas de ese mismo año.
Un año después, tras la repetición electoral y ante el horizonte de tener que abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy, Sánchez era descabalgado del poder por el Comité Federal y obligado a dimitir. En octubre de 2016 se marca un punto de inflexión en su liderazgo, que muta hacia una fase más populista y consigue recuperar las riendas del PSOE en 2017 a lomos de la militancia. “Sánchez hace su propio 15-M. Este PSOE, el viejo PSOE, no nos representa. No es el PSOE que se parece a la España del momento y eso implica una regeneración, un cambio”, apunta la socióloga y politóloga Cristina Monge.
Entonces, el otrora candidato del aparato, que había vuelto venciendo al aparato, decide que el aparato es él. La reconfiguración orgánica del PSOE limita la capacidad de maniobra del Comité Federal, eliminando los contrapesos internos al secretario general. Sánchez se blinda y diseña un partido a su imagen y semejanza. Pese a haber hecho causa del “no es no” a Rajoy, como “elemento de confrontación con la mayoría del PSOE para buscar su espacio y construir una narrativa de corte ideológica”, en plena crisis catalana, el nuevo líder socialista “rebaja la intensidad de su discurso populista”. Así lo señala Lluís Orriols, Doctor por la Universidad de Oxford y profesor titular en la Universidad Carlos III de Madrid, que recuerda cómo este año, el PSOE, en la oposición, apoyó la aplicación del artículo 155 en Cataluña.
La llegada a La Moncloa en 2018 con la moción de censura a Rajoy supone un reforzamiento de la posición interna y el debilitamiento de su principal rival, Susana Díaz, que es, en paralelo, desalojada de la Junta de Andalucía ese mismo año. Sin embargo, es 2019 uno de los hitos que permiten perfilar la versatilidad ideológica de Sánchez. De articular un discurso hostil con Unidas Podemos -aquel “no dormiría tranquilo”- y estar dispuesto a forjar una coalición socioliberal de 180 diputados con Ciudadanos a cerrar un pacto de coalición en 24 horas con Pablo Iglesias tras la repetición electoral. Cristina Monge lo define así: “Su objetivo es gobernar, su concepción de la política como transformación pasa por estar en el poder. Para ello, va a flexibilizar todas las líneas y a ensanchar los márgenes de negociación al máximo”.
Sánchez estuvo a punto de poner en jaque esta máxima hace solo dos meses. La carta a la ciudadanía en la que se planteaba si “merecía la pena” seguir al frente del Gobierno marca otro hito en su liderazgo. Para Orriols supone, de nuevo, recurrir a “una estrategia de corte populista, relacionándose con los votantes sin intermediación del partido”, pero que evidencia las costuras del hiperliderazgo de Sánchez. Esos días supusieron, en su opinión, “un test de estrés para el PSOE, para darse cuenta de que como organización debe empoderarse, hacerse fuerte y ser un contrapeso para controlar al líder y velar por que cuando él se vaya no deje en absoluto desamparo a la organización”.
Simón apunta que el de Sánchez es “un liderazgo muy abrasivo”, “hay una generación quemada”, porque quedan pocos a su lado de quienes comenzaron o han ido acompañándole a lo largo de estos diez años. “Si no tienes espacios desde los que construir un banquillo, el banquillo no emerge. No tiene una solución fácil para su sucesión”. Tras una década, Monge hace una reflexión final, cómo las primarias, que nacen con vocación de “mayor democratización” dentro de los partidos, a medida que se han ido generalizando, han demostrado que esta “apertura a la militancia, genera líderes mucho más personalistas y un hiperliderazgo que supone una merma de las estructuras y deliberación en los partidos”.