La colonización de un régimen político, de sus instituciones, con la doctrina y los hombres de un partido no es algo nuevo. Esa invasión se lleva a cabo a través de la fuerza impositiva del Gobierno y de la legislación, que permite el nombramiento arbitrario de los altos cargos de la administración y la construcción de la mentalidad y la moral a través de la ley. Sobre esos dos pilares, el mando y la norma, se construye hacia abajo una red clientelar o de grupos sociales privilegiados que constituyen los leales al nuevo régimen, su apoyo popular. Este universo se ve refrendado con un periodismo dirigido por el poder, que esparce con eficacia los mensajes y la moral del poderoso. Es así que la fusión entre el Gobierno, el Estado y el Partido es el puente a un sistema que nada tiene que ver con la democracia, sino con el servicio a un proyecto político encarnado en un líder indiscutible y, al tiempo, instrumental para esa parte de la sociedad que se beneficia de la situación. Este fue el rasgo típico de los totalitarismos y autoritarismos del siglo XX, pero lo vemos día a día. También aquí.
El primer caso español lo protagonizó José Luis de Arrese Magra entre 1941 y 1945, cuando desfascistizó a FET y de las JONS para convertir a esta organización en el partido único que impusiera sus doctrinas y sus hombres en la maquinaria del Estado. A partir de ahí, invadió la administración, intentó legislar, y creó una red clientelar al servicio del poder de un solo hombre, el dictador Franco. El proyecto y labor de Arrese permiten sacar un modelo que, salvando las lógicas distancias históricas y contextuales, resulta tan sorprendente como relevante y de gran actualidad. Por esto impacta el libro de Joan Maria Thomàs, titulado «Postguerra y Falange. Arrese, ministro secretario general de FET y de las JONS (1941-1945)» (Debate, 2024). Thomàs, mallorquín, es uno de los grandes especialistas en Falange. Catedrático de historia contemporánea y académico correspondiente de Historia, ha escrito libros imprescindibles para comprender ese periodo y dicho partido, como «La Falange de Franco» (2001), «El Gran Golpe. El ‘‘caso Hedilla’’ o cómo Franco se quedó con Falange» (2014), «Franquistas contra franquistas» (2016) y «José Antonio. Realidad y mito» (2017). Serio, riguroso, sin adoctrinamiento, como corresponde a un historiador profesional, su estudio sobre Arrese se basa, en parte, en documentación inédita facilitada por la familia del biografiado. El conjunto convierte su nuevo libro en un estudio muy interesante.
Lo primero que se comprende es que el poder pertenece a los que calculan bien los movimientos y eligen a las personas adecuadas. Lo segundo es que todo proyecto de dominación –gobernar es mandar eficazmente para que otros obedezcan sin resistencia–, necesita un plan para controlar el Estado, o que éste no sea un obstáculo. Ese fue el éxito de Arrese, un falangista de la «vieja guardia», de los anteriores a julio de 1936, bilbaíno, nacido en 1905 en una familia carlista, y arquitecto. Antes de 1941, año en el que Thomàs comienza su estudio, Arrese se había mostrado contrario a la unificación con los tradicionalistas en un único partido. Consideraba, como Manuel Hedilla, que se decía heredero de José Antonio, que esa unificación impediría la revolución nacional-sindicalista y, por tanto, que era una traición a su ideal.
No todos los falangistas pensaban lo mismo y, además, Franco estaba decidido a tener una organización civil que funcionara como partido único y sobre la que sostener su colonización del Estado y el adoctrinamiento de la población. En ese choque tuvieron lugar los llamados «Sucesos de Salamanca», en febrero de 1937, que se saldaron con la lucha armada entre las dos facciones, y la muerte de un par de falangistas. Tras esto, Franco decretó la unificación de Falange con la Comunión Tradicionalista, y ordenó el arresto de los hedillistas, los falangistas opuestos a dicha fusión. Arrese fue uno de los arrestados, e incluso estuvo condenado a muerte. Le salvó Ramón Serrano Suñer. Aquello cambió a Arrese. Le hizo pensar que sin Franco no había nada posible. Era el año 1939.
Para entonces, tal y como cuenta Thomàs en su libro, Falange ya había pasado por varias mutaciones. La primera fue cuando José Antonio Primo de Rivera «fascistizó» al partido al añadir postulados anticonservadores, sindicalistas y ultranacionalistas. La segunda mutación fue la citada fusión con los tradicionalistas, en 1937, dirigida por Raimundo Fernández-Cuesta, que no pudo solventar los problemas con carlistas, alfonsinos, militares y la Iglesia. Franco le sustituyó por Serrano Suñer en 1939. Fue la tercera mutación. Pero el «cuñadísimo» no supo arreglar la situación. Al hambre de la población se unieron planes imposibles, como la participación en la guerra mundial para obtener un nuevo imperio a costa de Francia, o la pacificación de los críticos. En 1941, Serrano Suñer quedó entre los falangistas que exigían conquistar el Estado para hacer su revolución, y la obediencia ciega a Franco. Fue la crisis de mayo de 1941, que se saldó con el cese del «cuñadísimo» y el ascenso de Arrese, que haría lo que Thomàs llama «cuarta mutación», y que fue trascendental para el asentamiento de la dictadura.
Arrese asumió como falangista la conveniencia de priorizar el poder de Franco a la realización de la revolución nacional-sindicalista. Combinó la lealtad ciega al Caudillo con la colonización doctrinal y partidista del Estado. Esto exigió una depuración inicial de las filas falangistas, con las típicas purgas de las organizaciones totalitarias, y acomodar el ideario de FET y de las JONS a Franco. Para eso Arrese se presentó como el heredero de José Antonio y su máximo intérprete. De esta manera, su visión del pensamiento joseantoniano permitió una «desfascitización» de lo que fue el Movimiento Nacional para adecuarlo a las necesidades de Franco y a la previsible derrota de las potencias del Eje. Fue así como Arrese hizo que FET y de las JONS negara su carácter fascista desde 1943 para volcarse en el catolicismo, el ultranacionalismo y el anticomunismo como señas de identidad. Llegó a decirse que el fascismo era algo extranjero, ajeno a lo español. Esto constituyó lo que Thomàs denomina «giro arresiano».
El resultado fue la inclusión de los falangistas y de su nueva doctrina en el Estado, y la forja de una red clientelar satisfecha que compuso el apoyo social del régimen. El modelo falangista dominó hasta 1945, cuando, impactado por el marco internacional que quedaba tras la caída de Berlín, Franco consideró que la «desfascitización» debía llegar incluso a opacar a Falange. Se trataba de sobrevivir. Por eso, con dolor, cuenta Thomàs, el Caudillo tuvo que separar a Arrese, uno de los tres hombres de confianza, junto a Serrano Suñer y Carrero Blanco, con los que contó en su dictadura. Arrese ya no volvió a la escena política con fuerza suficiente. Había desempeñado el cargo de ministro secretario del Movimiento entre 1941 y 1945, y regresó al puesto en 1956 para quedarse un año con un sonoro fracaso. Sin embargo, su éxito había sido construir el partido único con el que soñó Franco para asentar su dictadura personal.
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Falangistas contra Tradicionalistas: reyertas callejeras
La construcción del partido único de la dictadura franquista se enfrentó a un problema grave. ¿Cómo encajar dos tendencias tan diferentes como Falange y el Tradicionalismo? Los primeros eran republicanos, anticonservadores y laicistas. Los segundos eran monárquicos, tradicionales y clericales. El descontento en ambos bandos era peligroso para Franco. Hubo un intento de atentado falangista contra el dictador el 1 de abril de 1941. En febrero de 1942 un grupo tradicionalista publicó un manifiesto contra Falange y a favor de una solución monárquica. Dos meses después, otros carlistas atentaron contra el falangista Girón de Velasco. Las reyertas callejeras entre unos y otros aumentaron. Los tradicionalistas se manifestaron el 25 de julio de 1942 en Bilbao gritando “Viva el Rey”. La tensión desembocó en el atentado falangista en el santuario de Begoña, el 16 de agosto de 1942, cuando los carlistas celebraban una homenaje a los requetés. Se oyeron gritos contra Franco y la Falange, y Juan Domínguez Muñoz, el inspector nacional del Sindicato Español Universitario (SEU), lanzó una bomba. Hubo 71 heridos. La reacción de Franco fue fusilar al falangista Domínguez y purgar ambas organizaciones. Los descabezó, contando, además, con que Manuel Hedilla estaba en la cárcel, y Manuel Fal Conde, líder tradicionalista, exiliado. Luego, Franco, con tranquilidad, cesó a Serrano Suñer como presidente de la Junta Política de FET y de las JONS, y como ministro de Exteriores. No obstante, siguió confiando en Arrese como ministro secretario del partido en su tarea de unificación. La solución de Arrese fue abrazar el integrismo católico, combinar la estructura falangista, realizar una purga muy severa, y desarrollar una acción social teñida de “populismo” y “mesianismo político”, escribe Thomàs. ]]