Es mentira eso de que América no olvida a sus héroes. En algún momento olvidó a casi todos y a muchos jamás los rescató. En el país del tanto tienes tanto vales, la memoria suele venir marcada por los números. Y este era Johnny Cash en 1993: un paria, un olvidado. Ni siquiera una leyenda. No era absolutamente nadie. El disco inédito “Songwriter” es de aquella época y llega 20 años después de su fallecimiento, cuando fue enterrado siendo ya leyenda y gloria de un país que nunca pierde la ocasión de mostrar su esquizofrenia. Estas 11 nuevas canciones son una nueva historia.
Son los primeros días de 1993 y Johnny Cash es la viva imagen de un músico acabado. Ni siquiera tiene un contrato discográfico. Despedido en 1985 por su casa de siempre, Columbia, todavía se acuerda de cómo tuvo que tragarse la vergüenza para mendigar un contrato con Mercury Records, algo que tampoco funcionó. Ahora no tiene quien publique sus canciones. Él, que fue el hombre de negro y uno de los integrantes del cuarteto del millón de dólares junto a Elvis, Jerry Lee Lewis y Carl Perkins. Él, que grabó varias decenas de gloriosas canciones para Sun Records para ser uno de los grandes pioneros del rock americano. Él, que tanto se partió la cara para promocionar a nuevas generaciones de artistas, desde Bob Dylan a Eric Clapton o Joni Mitchell. Él, que fue el primer artista en grabar un disco en una cárcel aclamado por los reos. Él, que fue estrella de la televisión durante tres años con un programa propio de alcance nacional. Él, defensor de los derechos de los indios, los negros, los varados y la Biblia. Él, Johnny Cash, no era recordado a principios de los 90 ni siquiera como una vieja gloria. Simplemente no era recordado.
Es cierto que él tampoco había puesto demasiado de su parte. Desde mediados de los 70, sus decisiones habían sido cada vez más extraviadas. Su prioridad había estado en recuperar a una familia a la que había dividido por su increíble ética de trabajo en sus buenos tiempos musicales. Entre la canción y el hogar había elegido lo primero. Quería expiar sus culpas. Sin embargo, había seguido manteniendo una personalidad errática, incapaz de reconciliarse con mucha gente durante demasiado tiempo. Y sucede que Cash recae en su vieja adicción después de que le administraran analgésicos por una grave lesión abdominal en 1983 provocada por un avestruz que le pateó en su granja. Le cuesta volver a cantar y a rehabilitarse.
Llega 1984 y por iniciativa de Columbia lanza una autoparódica grabación titulada "The Chicken in Black" sobre el trasplante del cerebro de Cash a un pollo mientras el cantante recibía a cambio el cerebro de un ladrón de bancos. Interpreta la canción en vivo en el escenario y filma un vídeo musical cómico en el que se viste con un disfraz de ladrón de bancos parecido a un superhéroe. Llega su amigo Waylon Jennings, mira a la cara a Cash y le dice: “Joder, mírate, pareces un bufón”. Cash exige a Columbia que retire el vídeo musical y el sencillo. Es el final de su relación con su vieja casa, a la que tanta gloria había aportado. “Soy Johnny Cash”, le dice a su reflejo en un charco del suelo, convencido de que las discográficas se pelearán por él. Ni una llamada. Ni ese año ni el siguiente ni el siguiente… Es él, no sin vergüenza, quien sale a mendigar una casa que le quiera grabar y en 1987 consigue un acuerdo con Mercury. Tras cuatro años sin un solo éxito, el contrato se extingue. Nadie quiere grabar ya las canciones de Johnny Cash.
De nuevo: son los primeros días de 1993 y Johnny Cash es la viva imagen de un músico acabado. Después de cuatro décadas de carrera se encuentra grabando demos caseras de nuevas composiciones. Ha decidido que ya no le importa la industria. Solo quiere cantar para él. Graba un álbum completo en los estudios LSI en Nashville de canciones que había ido acumulando. LSI es propiedad de su yerno Mike Daniels y de su hija Rosey. Simplemente quiere ayudar a su familia económicamente al mismo tiempo que se da el gusto de recordar que todavía puede cantar. ¡Y vaya si puede hacerlo!
Son 11 canciones maravillosas donde por encima de todo brilla una increíble voz. El hombre de negro no se ha marchado. Esa voz es un bosque, una caverna, una frontera, un país. Nadie en el mundo es capaz de cantar así. Confiesa su derrota en “Hello Out There” al entonar: “En esta lucha final por la vida y la paz estamos cayendo”. También está la primera versión de “Drive on”, la película ‘El Cazador’ hecha canción. O esa maravilla sentimental de “I love you tonite”, donde se sorprende al decir: “¿Puedes creer que logramos superar los años ochenta?”. Johnny Cash no solo mantiene la voz. Tampoco ha perdido su capacidad para escribir cosas tan hermosas como “Y cantó Sweet Baby James / Y ella voló sobre las autopistas, la montaña y el mar / Y ella miró al cielo, donde debería estar el cielo / Dijo: ‘¿Podría ser que no hay cielo para mí?’ / La única diferencia entre mi vida y el infierno son las llamas / Y entonces ella cantó Sweet Baby James”.
Todo eso es lo que se perdió la industria del disco –y los amantes de la música auténtica- durante todos aquellos años en los que de decidió borrar a Johnny Cash. Y todo esto es lo que ahora sale a la luz para gloria del hombre de negro y para miseria de las discográficas. Casi treinta años más tarde, John Carter Cash, el hijo de Johnny y June Carter Cash, abre un cajón devorado por la carcoma y descubre una cinta con canciones. Trabaja para dejar limpias la potente y clara voz de Johnny y su guitarra acústica. Junto con el coproductor David “Fergie” Ferguson invita a un selecto grupo de músicos para tocar con Johnny Cash, incluyendo a los sensacionales Marty Stuart, Dave Roe y Pete Abbott. Y esto es “Songwriter”.
Esta historia tiene un breve epílogo porque hay que explicar qué pasó para que Johnny Cash dejara este mundo con su corona bien recta sobre su cabeza. Es comienzos de 1994 y un tal Rick Rubin, productor de enorme éxito y auténtico mitómano, se mete en la ducha y comienza a filosofar. Y se dice a sí mismo: “¿Quién es el mejor artista adulto que no está haciendo su mejor trabajo?”. “La primera persona en la que pensé fue en Johnny Cash. En ese momento leí que actuaba en teatros nocturnos y la primera vez que pude verlo fue en el condado de Orange. Simplemente parecía como si el mundo le hubiera pasado de largo y él lo supiera”, recordaría después.
El extravagante y barbado Rick Rubin le espera al final del show y pide a Cash que vaya a su casa un día. Al cantante le cae fenomenal aquel muchacho de otra generación. Siempre le encantó gustar a jóvenes. Y un día se presenta en su casa con su guitarra. Rick Rubin le pide que cante todo lo que desea. Se va y regresa otro día. Y varios más. Lo graba todo. Puede servir de maquetas para un nuevo álbum. Luego escucha las sesiones y resulta que nada puede mejorar el resultado de esa voz únicamente con su guitarra acústica. Y este es el comienzo de “American Recordings”, su resurrección comercial y la reverencia final hacia un héroe que nunca dejó de serlo.
“El consejo de papa con cualquier cosa, tanto sobre la vida o sobre hacer música, siempre fue ‘sigue tu corazón’”, cuenta John Carter en las notas de “Songwriter”. Después de trabajar con cuidado para desnudar las grabaciones originales y dejar solo la voz y la guitarra de Johnny Cash, tuvo la feliz idea de llamar a David “Fergie” Ferguson, un amigo de toda la vida e ingeniero del legendario artista durante casi treinta años, y los dos se embarcaron en la creación de un álbum que ha servido para demostrar que existen muchos músicos que han sido olvidados cuando todavía podían dar mucho de sí. “Siempre será mi héroe y me siento el hombre con más suerte del mundo por haber grabado con él”, dice ahora Fergie, olvidando –seguramente de forma voluntaria- que también hubo tiempos duros.