Todavía conservo la entrada; Angus Young en primera y descamisado, tocando la guitarra como un diablillo. 17 de enero de 1981. Pabellón de deportes del Real Madrid. Patrocinaba El Gran Musical junto a una marca de pantalones que ya no existe. Fue de los primeros conciertos que vi y la descarga todavía me sacude los huesos.
En estos días su recuerdo está aún más presente; no lo puedo remediar, ando leyendo el libro de memorias que se ha marcado Mark Evans, el que fuera bajista de AC/DC. Se titula Dirty Deeds -Actas Profanas- y viene publicado en castellano por libros del Kultrum, la editorial musiquera por excelencia. Se trata de un libro inevitable, un ajuste de cuentas donde Mark Evans nos ofrece su versión de la banda, sus roces con Angus y sus borracheras con Bon Scott; sus broncas, sus giras y conciertos de los principios, como el del Festival de Reading con dos escenarios y el público dividido y pasivo, muerto frente a la electricidad que desprendían los AC/DC. Eran los tiempos de Bon Scott, un cafre que se dejaba la vida en cada concierto, salpicando sudor al público, vomitando sangre tras el escenario.
Años después de todo aquello, puedo presumir de haber visto a los AC/DC cuando inauguraron el movimiento heavy en Madrid, aquella noche de invierno, empezando los ochentas; la gran campana con la que arrancó el concierto y las carreras y los espasmos de Angus Young a un lado y a otro del escenario. Nunca lo olvidaré, ya lo dije antes, porque, después del concierto, a la salida, iba yo algo perjudicado a mi corta edad, y no tuve otra ocurrencia que aliviar la vejiga en la rueda de una lechera, uno de los coches de la bofia que llamábamos así por ser todos de color blanco. La cosa iba de colores, pues los polis de entonces vestían de marrón; por eso mismo los llamábamos maderos, calificativo que hoy se mantiene aunque ya no lleven el uniforme.
Pero vayamos a los hechos, pues, los maderos, en cuanto se sintieron salpicados por mis orines, me cortaron el chorro y me registraron. Me pillaron una china de gena – que mi inocencia había pagado como hachís- y, a empujones, me metieron en una de las lecheras. Qué quieren qué les diga, yo me sentía un tío importante en cuanto pusieron en marcha las sirenas. Ninoninonino.
A toda pastilla me condujeron a comisaría y, a porrazos, me metieron en un cuarto del fondo donde me acuerdo que había una mesa con un botijo. Sacaron una silla y, tirándome de los pelos, me obligaron a sentarme. “Este melenudo, que viene de ver a esa pandilla de maricones y se ha sacado la chorra y nos ha meado el coche” explicó uno. “Será cabrón el hijoputa”, dijo otro, arreándome una colleja. “Y maricón”, agregó el del bigotón. Como diría Jaime Gil de Biedma, el castellano tiene esos aumentativos tan ripiosos. En fin, que seguidamente me retorcieron las manos a la espalda y me esposaron las muñecas. Pero lo mejor vino luego, cuando me colocaron un casco de motorista y dieron comienzo los porrazos.
Con los primeros golpes, reviví la campana de AC/DC y empecé a tararear los riffs de guitarra de Angus Young y luego seguí, desgañitándome con Hells Bells, la canción que abrió el concierto y que me sabía de memoria. Al final, los maderos, cansados de dar porrazos a mi cabeza, me dejaron por imposible, “Con este maricón no se puede” dijo uno de ellos. Se quedaron la china de gena y me imagino que se la fumaron. Semanas después ocurrió el Golpe de Estado de Tejero y lo que vino después ya es Historia.
Pero no quiero ir tan deprisa, de momento estoy con Mark Evans de los AC/DC y su libro de memorias. Un trabajo más que recomendable para todas aquellas personas que, como yo, sean seguidoras del grupo. Un puntazo.