Una de las cosas que me apasionan del cine, la música o los libros, es esa mágica conexión que se da cuando encuentras una obra que parece hablarte directamente a ti. No pasa siempre, a veces simplemente algo te gusta, te interesa, o te hace pensar, pero ese chispazo, ese diálogo íntimo, es verdaderamente extraordinario.
Es el año 1998, tengo 17 años y en mi discman Enrique Búnbury canta: “Ya no puedo darte el corazón, iré donde quieran mis botas...”. Es una canción nueva, mi grupo favorito, Héroes del Silencio, solo la toca en los conciertos, pero la ha incluido en el disco “Rarezas”, que llevo conmigo. Tengo 17 preciosos años y aún no sé que mis ganas de exprimir la vida irán desapareciendo, que mi mirada joven y hambrienta se hará vieja antes de tiempo azotada por los acontecimientos. No lo sé. Y canto, canto con mis amigos las noches de verano: “Larguémonos, chica hacia el mar, no hay amanecer en esta ciudad...”
Tengo 43 años y estrés crónico, la vida me pesa, el último año de trabajo me ha machacado y siento apatía. Es sábado por la noche y decido ver una peli en Filmin, conozco al dire de foto, un tío lindo, he oído hablar bien de ella. Le doy al 'play'.
La película es La estrella azul, pero si les dijera que va sobre la historia de Mauricio Aznar, rockero zaragozano y autor de aquella canción que Búnbury tomó prestada y popularizó, les estaría contando una verdad a medias. Porque la película habla de lo increíblemente hermosa, emocionante y bella que puede ser la vida.
Aunque el protagonista no pudiera con ella. Sí, se puede hacer una carta de amor a la vida desde una historia vinculada a la muerte.
Hay un momento en la película que me llena los ojos de lágrimas, está rodado de una manera tan delicada, honesta y sutil, y al mismo tiempo está tan cargado de contenido, que desde mi salón aplaudo a su director y guionista, Javier Macipe, y a su director de fotografía, Álvaro Medina.
Deléitense con las chachaleras de Santiago del Estero, con la forma de vivir la música de estas familias que apenas tienen nada, agarren las guitarras con el mástil hacia arriba como los auténticos guitarreros, bailen, no les de vergüenza, porque a veces el mundo, también puede ser una celebración, a pesar de todo
Verán, el momento en cuestión es el siguiente. Nuestro protagonista, Mauricio Aznar, hastiado y desesperanzado, ha ido a Latinoamérica tras los pasos de su ídolo, Atahualpa Yupanki. Busca encontrarle un sentido a algo. Y en este momento lo hallamos sentado en una mesa de una peña de Santiago del Estero, provincia de Argentina. Estoy con él, con su estado de ánimo, pero de pronto la cámara, los ojos de Mauricio, nos guían en un recorrido circular por lo que nos rodea. En el escenario un grupo toca una chachalera, en el patio los vecinos bailan, niños, mayores, jóvenes con miradas brillantes y sonrisas, la música lo inunda todo y el cuerpo se deja llevar por las emociones. La cámara nos lleva de vuelta al lugar de Mauricio, y en este corto viaje de unos segundos todo ha cambiado, porque hemos descubierto, Mauricio y nosotros los espectadores, que la alegría de la vida estaba ahí, que existía, solo que no la veíamos.
Hay otra escena en la que, tras escuchar a Carlos, el viejo cantor con su guitarra entonar una preciosa canción, la cámara sube hacia el cielo y vemos las estrellas. Reconozco esa mirada, ese gesto. He estado ahí muchas veces. He presenciado algo hermoso, la emoción ha inundado mis arterias, venas y capilares, y he mirado a las estrellas pensando: “Me alegro de estar aquí, en este mundo, en este momento, ahora, qué bonito puede llegar a ser”.
Si alguna vez han bailado hasta caer exhaustos, si les ha estallado el corazón de alegría, si le han gritado a alguien con todas sus fuerzas que le quieren, si han sentido eso que los viejos filósofos llamaban “lo sublime”, creo que esta película les gustará.
Deléitense con las chachaleras de Santiago del Estero, con la forma de vivir la música de estas familias que apenas tienen nada, agarren las guitarras con el mástil hacia arriba como los auténticos guitarreros, bailen, no les de vergüenza, porque a veces el mundo, también puede ser una celebración, a pesar de todo.
“...Oh, oh, oh... Late el corazón.”