Hace unas semanas se publicaba la antología poética «Las Sinsombrero y un nuevo 27», por parte de la editorial Alba, en que se proponía una selección de autores que iban más allá de los consabidos alrededor de esa famosa generación de literatos: Cernuda, Guillén, Lorca, Dámaso Alonso, Aleixandre... En esta ocasión se incorporaba la obra de Lucía Sánchez Saornil, Concha Méndez, Ángela Figuera Aymerich, Elisabeth Mulder, Ana María Martínez Sagi, Josefina de la Torre y Josefina Romo Arregui. ¿Y también Luisa Carnés, cuyos libros se están recuperando últimamente, sacándola con ello del olvido? La autora no fue poeta, pero sí que podríamos relacionarla con ese grupo tan particular (el apelativo remitía simbólicamente a la rebeldía frente al vestuario convencional), al decir de Ángeles López, que en estas páginas de LA RAZÓN, en junio de 2017, publicaba el artículo «Luisa Carnés, la “sinsombrero” olvidada».
Decía esta crítica literaria que ha habido una nómina de literatas silenciadas, dentro del contexto de los escritores previos a la guerra pero igualmente encuadrables «en el difuso compartimiento de la Generación del 27. Pero, al igual que podemos recitar los nombres de cada uno de sus compañeros artistas, sabemos muy poco de ellas». Carnés nació en Madrid en 1905 y murió en México en 1964; con su primera novela, de 1928, «Peregrinos de calvario», se ganó el aplauso de los lectores de la época, y más tarde vieron la luz «Natacha» (1930) y la que es su obra mejor valorada, «Tea Rooms. Mujeres obreras», sobre siete mujeres que trabajan todo el día por un salario paupérrimo –«Diez horas, cansancio, tres pesetas», se leía– y que le inspiró un empleo que tuvo durante un tiempo como camarera en un salón (se llevó al Teatro Fernán Gómez en 2022).
Esta y el resto de sus narraciones tienen este cariz reivindicativo, social, vinculado al compromiso político de Carnés, que fue militante del PCE, nos recordaba López, y apoyó a Clara Campoamor en su defensa del sufragio femenino. «De igual modo, denunció las desigualdades del sistema capitalista y se concentró en la emancipación de las mujeres; en la necesidad de que las obreras se desvincularan de padres, maridos, patrones y confesores, para transgredir un modelo de vida abocado a una domesticidad matrimonial o prostibularia». En 1939, se embarcó hacia América y siguió escribiendo relatos donde el elemento protagónico son las mujeres, como en el libro que publicó Hoja de Lata hace unos años, «Trece cuentos», que abarca el periodo 1931-1963.
Ella misma, con su experiencia desde niña teniendo que trabajar –empezó a los once años en un taller de costura–, habló en carne propia de las condiciones sumamente duras que tenía que padecer cualquier obrero, más a veces si se era mujer. De esta manera, la andadura vital-literaria de Carnés, de formación autodidacta en el mundo de las letras y del periodismo, podría vincularse con otras féminas aguerridas que quisieron que su talento creativo fuera el receptáculo de una realidad dura. Estamos hablando de grandes escritoras como la húngara Maria Leitner, que vivió lo que era sobrevivir en la Gran Manzana a base de todo tipo de empleos, todo lo cual quedó reflejado en «Hotel América» (1930; El Desvelo, 2016), una novela-reportaje, como la llamó su autora.
Estas voces tan comprometidas con la lucha obrera y los derechos de la mujer como Leitner –que, con tal de escribir con propiedad de la realidad e informar al mundo, hizo de camarera, doncella, fregona, obrera en una fábrica de tabaco, vendedora…– o Carnés vuelven a oírse con fuerza, y nos ofrecen un testimonio de primera magnitud. En esta ocasión, tenemos a una Carnés metida en la posguerra española con «Juan Caballero», que escribió ya en México, país donde se ganó la vida como periodista y perdió la vida en un accidente de coche. La novela se ambienta en la serranía andaluza en torno a la guerrilla antifranquista, y obtuvon el Premio de Narrativa Talleres Gráficos la Nación, de México.
La escritora, seguramente, se basó en una persona real para esta obra sobre maquis: Julián Caballero Vacas «El Bigotes», militante del Partido Comunista y alcalde de Villanueva de Córdoba, provincia en que organizó una guerrilla. De ahí que la obra sea un homenaje a la República española y a hombres como Caballero, entre diálogos llenos de vivacidad en medio de la lucha: «¿No parece que se han cambiado las tornas y nosotros, los del monte, somos los que mandamos en el llano? Fíjate en aquellas caras despavoridas; en aquellos ojos, siempre temiendo la bala guerrillera… Están señalados por sus crímenes, y su miedo, cada día más grande, les hace aumentar las cárceles y los cementerios… Pero nosotros ganaremos la última batalla… Pronto los aliados ganarán la guerra y estos caerán, con sus amos alemanes e italianos…», se lee en la página 223.
Es una tragedia, con un final tremendamente heroico y dramático, de fuerte tinte ideológico, por tanto. Sucede en 1942, en un pueblo imaginario llamado Puebla del Alcor, si bien se citan otros lugares reales. Se habla de cómo al medico Rafael Blanco, tras atender a algunos heridos y moribundos en un hospital, se le pide que se ocupe de otro hombre malherido, «uno del monte». De esta manera, Carnés va recreando la psicología y aspecto tanto de los labriegos como de los guerrilleros, en un relato social, costumbrista, en que destaca este Juan Caballero, líder de la partida que ha asaltado un convoy. En contraste, aparece otro personaje como Pedro Fuentes, jefe local de Falange, y la joven hija del doctor, Nati, que desea unirse a los guerrilleros.
Así, se va contando el clima de animadversión entre los lugareños de ambos bandos, y las formas de supervivencia, a veces recurriendo a aberraciones como buscar acomodo en un matrimonio sin amor, como ocurre con Natividad, a la que le sugiere su propio padre que se case con el odioso Fuentes. Se trata de una historia de venganzas, de muertos a los que llorar, de miedos y sospechas, de asesinatos, de consignas como la que sigue: «Un fascista es un fascista, y cuantos más quitemos de en medio, más cerca estaremos de darle libertad a España», por más que Carnés subraye que los maquis no llevaron a cabo sus acciones de forma personalista, por puro odio. La gran cantidad y variedad de entes de ficción, trasunto de tantos que pudieron existir en realidad en aquella España tristemente enfrentada, se desenvuelven en la novela dando una estampa de un tiempo brutal y desalmado, de padecimientos sin fin, y en que quedan muy vívidas las escenas de violencia y tensión entre «vivas a la República» e ideales que defender. Por este motivo, la novela propende a lo maniqueo y a los estereotipos del héroe revolucionario, que es visto con un pundonor intachable, con una valentía poco menos que infinita: «Frente a la muerte, se sentían más seguros. El monte recreaba en ellos una mentalidad susceptible de las más extrañas reacciones. La falta de víveres, las necesidades más perentorias les tornaban irónicos». Esta capacidad de superhéroe del maquis lo deshumaniza un tanto, haciendo que el mensaje político esté más en primera línea que lo meramente literario.