En lugar de salir de sus casas por las tardes y jugar en la cuadra o el parque más cercano, ahora los niños y niñas permanecen en sus hogares con su fiel compañero: las pantallas. En las escuelas o colegios ocurre lo mismo, ya sea porque deben utilizarlas en las clases o porque se entretienen con ellas durante los recesos. Este fenómeno es producto del avance tecnológico y no es necesariamente culpa de los menores, sino que es un mero reflejo de la actualidad.
El uso de la tecnología no es intrínsecamente negativo, pero su dependencia sí lo es. Especialmente en el caso de niños y adolescentes en desarrollo, quienes pueden enfrentar repercusiones a corto, mediano y largo plazo tanto a nivel físico como neurológico. Tampoco se trata de aislar a los jóvenes del mundo digital, sino de regular sus accesos.
Pérdida en la capacidad de concentración, problemas de visión y auditivos, trastornos del sueño, lesiones en el cuello o padecimientos en las manos como tendinitis son algunas de las enfermedades que ya se están presentando en los screenagers (de las palabras screen y teenagers, en inglés); aquellas personas que nacieron a partir de 2010.
Así lo explicó Julia Fernández Monge, presidenta de la Asociación Costarricense de Pediatría (Acope), en una entrevista con La Nación. De acuerdo con la doctora, las posibilidades educativas que brinda la tecnología son beneficiosas y llegaron para quedarse; sin embargo, el acercamiento que la población joven tiene con el mundo virtual puede traerles consecuencias negativas.
Mi hijo es adicto a las pantallas: ¿Qué puedo hacer?
Según la pediatra, ya se ha documentado un aumento de casos de menores de edad con lesiones oculares por el uso excesivo de las pantallas, lo cual les provoca miopía (condición que genera que los objetos lejanos se vean borrosos). Antes los niños que usaban anteojos eran la minoría, pero la situación se invirtió y ahora son la mayoría.
Al pasar horas frente al televisor, una tableta o un teléfono, los pequeños se convierten en sedentarios y reducen sus movimientos. Debido a que comen y toman refrescos mientras observan la programación, usualmente cuando están sentados o acostados, también se aumenta el riesgo de obesidad.
Paralelamente, la postura en cómo observan y sostienen los aparatos es crucial. La doctora explicó que la cabeza pesa alrededor de 5 kilogramos, pero si las personas se inclinan a diario para mirar hacia abajo, donde usualmente están las pantallas, la gravedad puede hacer que llegue a pesar hasta 15 o 20 kilos. Esto produce lesiones de compresión cervical y nerviosa, que se reflejan en el adormecimiento de las manos y tensiones en la espalda.
En los casos más graves, cuando se sostienen los teléfonos o las tabletas por horas en una misma posición, se puede desarrollar tendinitis o el síndrome del túnel carpiano (afectación excesiva en el nervio de la muñeca), enfermedades que incluso pueden requerir cirugías.
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Cuando los niños están conectados a estas plataformas digitales, indudablemente aparecen anuncios llenos de imágenes y sonidos. Esto interrumpe su hilo de concentración, ya que su mente debe hacer un tipo de conversión para intentar comprender el comercial y luego retomar la historia del video que veían originalmente.
En cuanto a la afectación auditiva, la doctora también señaló que se agrava cuando se utilizan audífonos constantemente a un alto volumen. Con ello, la persona se aísla en su propio entretenimiento, sin poder escuchar lo que sucede a su alrededor. En el caso de los jovenes, de repente, los padres dejan de ser parte de su entorno.
Encima, aparecen las consecuencias a nivel psíquico. Debido a la liberación de dopamina –un neurotransmisor que produce placer, relajación y felicidad– que nace a causa del uso de la tecnología y las redes sociales, los niños desarrollan una dependencia a estar siempre conectados.
Esta adicción se manifiesta de distintas maneras. Por ejemplo, a la hora de comer necesitan observar algún programa y, si sus padres les quitan el dispositivo, se enojan y hacen rabietas. O bien, cuando conviven con otros niños en eventos sociales como los cumpleaños, cada uno de ellos pasa el rato jugando con los aparatos digitales y no conversan entre sí.
Cuando cae la noche, es posible que también se les interrumpa el periodo de descanso. Los trastornos del sueño se originan cuando los niños se van a dormir con su teléfono al lado, o cuando se duermen mientras ven una película, pues la información que recibían de las pantallas mantiene al cerebro activo.
Por esto empiezan a experimentar pesadillas y duermen intranquilos, situaciones que impiden que el menor repose y concilie el sueño. Al día siguiente, se verán repercusiones en su estado de ánimo: pierden la atención en el tiempo escolar, bostezan con frecuencia y, cuando sea hora de dormir, buscarán volver a priorizar las pantallas. Así, el ciclo se repite.
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Estos niños con dependencias, conocidos como nativos digitales, nacieron en hogares donde sus padres ya conocen la tecnología. Algunos están más familiarizados que otros, pero aun así la mayoría se sorprende por las destrezas de sus hijos; desde que descubren cuál botón enciende la televisión hasta que logran manejar a la perfección las funciones más complejas de las redes sociales.
Aunque los efectos de las pantallas se han observado a corto y mediano plazo, los médicos todavía no han determinado cómo serán estos niños cuando se conviertan en adultos. Por ello, existen parámetros científicos para regular el uso de la pantalla, según la edad de cada menor.
De acuerdo con un informe de Puntalitos Pediátricos, un bebé de 0 a 2 años no debería estar expuesto a las pantallas en ningún momento, lo cual se traduce a 0 horas de tecnología al día. La doctora Fernández explicó que en esta etapa el niño está desarrollando la visión y, al observar una imagen plana en la pantalla, no puede generar una percepción adecuada de las dimensiones a su alrededor.
Además, los colores y la música de los programas infantiles son llamativos. Aunque pueden ayudar al desarrollo auditivo y de la fonética, no existe un intercambio de lenguaje con quienes aparecen en la pantalla. Esto hace que los niños se acostumbren a no tener esta retroalimentación lingüística entre pares, por lo que su habilidad social para comunicarse se debilita.
La otra recomendación de los expertos es que los niños de dos a cinco años tengan un máximo de media hora de pantalla al día, mientras que a los pequeños de cinco años en adelante se les puede permitir hasta dos horas diarias.
A raíz de estos parámetros, también es importante destacar que no se trata de aislar a los menores de la tecnología. Ellos la utilizarán de alguna forma u otra, ya sea con sus amigos o en la escuela, por lo que se trata de establecer una relación sana con ella.
Incluso, según alertó la doctora, un niño puede sentirse desigual respecto a sus pares en los casos donde se le restringe por completo el acceso al Internet. Al llegar a clases y notar que todos sus compañeros tienen dispositivos tecnológicos, sumado al hecho que no puede utilizarlos en su casa, existe la posibilidad que desarrolle trastornos de ansiedad o depresión en el futuro.
Para evitar este escenario, la experta sugiere hacer un balance sano con el uso de la tecnología. Cuando un pequeño cumple con sus horas de pantalla diarias, lo mejor es fomentarlo a practicar algún deporte, leer algún texto o que utilicen sus juguetes tradicionales durante su tiempo libre.
Además, una oportunidad es aprovechar las fuentes de entretenimiento en grupo; es decir, que todos los integrantes de la familia vean las series de televisión o películas juntos. Esto ayuda a fortalecer el vínculo en el hogar y, al mismo tiempo, permite que los padres monitoreen el contenido que consumen sus hijos.
“Hay que perderle ese miedo al Internet que tienen muchos padres. Lo importante es que utilicen una guía y que el padre se pueda sentar con el niño a ver qué contenido es peligroso, qué es útil y que no”.
Julia Fernández Monge, presidenta de la Asociación Costarricense de Pediatría (Acope)
Hazel Castro Araya, docente e investigadora de la Facultad de Educación de la Universidad de Costa Rica (UCR), reforzó la idea de que las familias ya no son como antes, lo cual impacta las formas de entretenimiento y las preferencias educativas de los jóvenes.
Con el paso del tiempo, los adolescentes cambian. Ahora, esta población se orienta más hacia el estudio y el aprendizaje con materiales audiovisuales, lo cual también influye en cómo socializan y perciben el entorno.
Según explicó Castro, quien además es coordinadora del programa de Tecnologías Educativas para el Aprendizaje en la UCR, la transformación digital todavía no ha llegado a todas las aulas, por lo que es común que las clases sigan aplicando los métodos tradicionales de enseñanza como la pizarra, el lápiz y el papel. La única diferencia es que actualmente estas herramientas compiten con los dispositivos tecnológicos por la atención de los jóvenes.
La docente indicó que esto es una complejidad a nivel educativo, debido a que si los estudiantes no encuentran las clases atractivas y tienen un aparato tecnológico a su lado, es probable que prefieran usarlo. Con ello, se desvía su atención de las materias.
“La capacidad de autogestionar que tenemos los adultos se espera que sea mayor que la de un niño. ¿Si a nosotros nos cuesta, siendo honestos, cuánto más le va a costar a un niño saber que le debe poner atención a algo que tal vez le parece aburrido, si lo que está jugando es más divertido? (...). Es un tema de que nuestra atención va a ir aquello que nos atrae y que nos da una retribución inmediata, como con las redes, los juegos y los celulares”, agregó la investigadora.
Al referirse sobre el rendimiento que tienen los estudiantes en las aulas, la experta indicó que cada caso puede verse influenciado por diversos factores. Sin duda, lo que estas personas hacen en su tiempo libre tiene repercusiones en su desempeño; por lo tanto, si pasan horas diarias en su teléfono, esto afectará negativamente su capacidad de aprendizaje y atención académica.
Para evitar esta situación, Castro también recomienda establecer una rutina con el tiempo de uso de las pantallas, de modo que fomenten su capacidad de autogestión. Por ejemplo, sugiere que los niños asignen 15 minutos a YouTube, otros 15 a un juego y así sucesivamente, hasta que alcancen el límite.
Además, invita a los padres a monitorear el contenido que observan sus pequeños con aplicaciones como Family Link, las cuales bloquean los dispositivos una vez que se alcanza el tiempo máximo establecido. El propósito de esta y otras técnicas es establecer un mecanismo sano de los jóvenes con la tecnología y así prevenir que caigan en una adicción.
“Esta capacidad de autogestionar no se desarrolla de la noche a la mañana y no es algo fácil (...). La tecnología no es mala, pero el uso excesivo, sobre todo en estas plataformas, definitivamente tiene efectos negativos en el aprendizaje de cualquier persona y sobre todo en un niño o un adolescente”.
Hazel Castro Araya, docente e investigadora