“La evolución de la competencia política y del sistema de partidos en México ha ido acompañada de un desarrollo en los sentimientos partidarios de los mexicanos”. Con esa frase comencé el capítulo sobre la identificación partidista en mi libro El votante mexicano, publicado hace 21 años, en mayo de 2003.
En el mismo párrafo agregaba que “de 1986 a 2002, la distribución de la identificación partidista ha venido cambiando... Las adhesiones al PRI se han reducido cíclica pero consistentemente, mientras que las de otros partidos han tomado impulso”.
Dos décadas después, ambas frases tienen cierta vigencia, toda vez que los patrones de competencia política y las identidades partidistas entre el electorado mexicano siguen cambiando. Pero la manera como ha cambiado todo no es algo que se preveía hace dos décadas.
Veamos lo que señalan los indicadores de identidad partidista en el país que han quedado registrados en las encuestas de salida realizadas en las últimas cinco elecciones presidenciales.
De acuerdo con los exit polls que me ha tocado coordinar, la distribución de los partidismos ha pasado por varias etapas: el debilitamiento del PRI, el fortalecimiento de PAN y PRD, el declive de esos tres partidos y el surgimiento de las nuevas identidades morenistas que, en buena medida, se montaron tanto en el obradorismo como en las deserciones de los otros partidos, principalmente del PRI y el PRD.
Según los datos de los exit polls, los priistas, panistas y perredistas sumaban 69 por ciento de votantes en 2000, 64 por ciento en 2006 y 57 por ciento en 2012, registrando una gradual reducción pero manteniendo una proporción mayoritaria hasta ese momento.
El gran cambio se manifestó en 2018, cuando priistas, panistas y perredistas en su conjunto sumaron apenas 25 por ciento de votantes, menos de la mitad de lo que representaban tan sólo seis años antes. Y la proporción de seguidores de esos tres partidos, aliados en 2024, volvió a bajar un poco más, quedando en 18 por ciento: 8 por ciento de priistas, 9 por ciento de panistas y sólo 1 por ciento de perredistas.
Esta disminución refleja un claro colapso de los partidos que marcaron los patrones de la competencia política desde finales de los años ochenta.
En un principio, dicho colapso significó un gradual aumento de las y los votantes apartidistas, quienes casi se duplicaron entre 2000 y 2018, al pasar de 26 a 48 por ciento. En la ciencia política a ese proceso suele denominarse como desalineamiento partidario (partisan dealignment).
Por la tendencia, parecía que en 2024 la proporción de apartidistas se volvería una mayoría, pero se mantuvo en 47 por ciento, casi igual pero con una ligera baja.
Eso se debe a que el crecimiento de morenistas atajó lo que hasta entonces lucía como un crecimiento irreversible del apartidismo.
En su primera elección presidencial en 2018, Morena registró 23 por ciento de partidistas guindas en las urnas, prácticamente la suma de panistas y priistas, lo cual fue un factor importante para el triunfo, aunado al hecho de que la mayoría de apartidistas votó por AMLO ese año.
En 2024, la proporción de morenistas subió a 34 por ciento, luego de seis años de gestión obradorista y de un número creciente de triunfos en elecciones estatales. Esa cifra es muy parecida al priismo de 2000, que ya era un priismo muy debilitado comparado con el de antes. La diferencia es que en el caso reciente de Morena la tendencia es al alza.
Habrá que ver cómo evoluciona el morenismo hacia adelante, luego del refrendo y crecimiento en las urnas; pero también el priismo, que está sumido en una nueva crisis, y el panismo, ambos en necesidad de reinventarse.
Ya había quedado claro antes, pero los resultados de 2024 nos permiten afirmarlo con mayor énfasis: el sistema de partidos cambió en 2018 y la transformación política continúa. Los registros de las identidades partidistas en el país, junto con los indicadores oficiales del voto, dan cuenta de ello.