Hay una divergencia creciente entre los discursos y la realidad. Somos espectadores ávidos de relatos y no nos importa si encajan con lo que sucede entre bambalinas. Vamos al caso. Hay un problema grave en el Ministerio de Cultura, arrastrado desde hace tres décadas al menos. En un país que retóricamente subraya la importancia de la cultura, resulta que los trabajadores de ese departamento son los parias de la tierra de la función pública. Cobran menos y no tienen las promociones que otros disfrutan. Forman un proletariado exhausto que han ido heredando, uno tras otro, los ministros del PSOE, del PP y, ahora, el de Sumar. Pero se puede sumar cero. La única manera de promocionarse es pirarse, saltar a...
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