Los hermanos Francisco y Ramón , más conocidos en el seno de la familia Franco como 'Paquito' y 'Monchín', se parecían muy poco entre ellos. En sus diferentes ensayos sobre esta peculiar dinastía, el periodista e investigador José María Zavala suscribe que, mientras que el primero –el mayor– era introvertido y «poquita cosa», el segundo disponía de una viveza y una decisión que, a la larga, hizo de él una gran estrella de los 'raids' internacionales. Sobre el papel, a ambos les separaban cuatro primaveras; un suspiro. Sin embargo, en el portal 108 de la calle de Frutos de Saavedra, la casa de Ferrol en la que pasaron su infancia, demostraron ya que eran dos polos opuestos. Ya en aquellos lejanos años noventa de hace dos siglos, 'Monchín' consideraba a su hermano pequeño un estirado que solo anhelaba convertirse en el niño bueno de la familia. En el día a día 'Paquito' parecía el menor; un niño retraído que se dejaba manipular por alguien más lanzado y avispado. Un ejemplo de ello lo describe el autor español en su obra. En cierta ocasión, recuerda Zavala, aunque sin ofrecer fechas concretas, andaban jugando encima de un armario los dos niños y la pequeña Pilar, la tercera en discordia. Ramón le pegó un empujón a su hermano y este cayó de bruces contra el suelo. Se temieron lo peor y fueron a la cocina a por agua fría, pero el futuro dictador abrió los ojos. «No estoy muerto, pero sois muy burros». Entre el amor y el odio. Así continuaron durante su juventud, el uno en aviación y el otro en infantería. Quizá la mejor etapa la vivieron durante la Guerra de África, cuando el benjamín se escapaba con su aeroplano para ver a su hermano y, de paso, comprar algunos cigarros puros. Pero el carácter no tardó en distanciarles. Si 'Monchín' gustaba en darse a la bebida y a las mujeres, 'Paquito' prefería encerrarse para estudiar y evitar los burdeles. Recorrían sus caminos vitales paralelos, pero a kilómetros de distancia. Ramón era una suerte de dandi y un imán para todos aquellos que le rodeaban. Francisco, por su parte, tuvo que aguantar que se burlaran de él en la academia por su voz atiplada. O, como escribió el historiador Paul Preston, «débil, ceceante y decididamente aguda». La separación definitiva llegó con la entrada en la Masonería de Ramón y su intento de bombardear el Palacio Real como parte de una sublevación republicana. Si hasta entonces ya estaban alejados, a partir de ese momento terminaron de separarse. Muchísimos años después, de hecho, el Franco ya dictador le confesó a su primo, el teniente general Salgado Araujo, la verdadera opinión que tenía de su hermano. Y lo hizo en un momento bastante incómodo, tras la detención del hijo de uno de sus ministros: «Esto para el ministro es muy lamentable, pero sucede en muchas familias que salga un chico descarriado ignorándolo los padres. El caso de mi hermano Ramón es uno de ellos». Ramón no se quedaba atrás. En una ocasión, de otras tantas muchas, describió a su hermano como una persona dispuesta a hacer lo que fuera por medrar: «Paco, por ambición, sería capaz de matar a nuestra madre. Y por presunción, a nuestro padre». Semanas después volvió a la carga: «Vosotros no sabéis quién es mi hermano, es el hombre más peligroso de España y habría que matarlo». La relación que ambos mantuvieron quedó reflejada también a través de una serie de cartas que se intercambiaron en los años treinta. El 21 de diciembre de 1930, después de que Ramón participara en la Sublevación del Aeródromo de Cuatro Vientos contra la dictadura de Miguel Primo de Rivera y se viera obligado a exiliarse, su hermano le hizo llegar una misiva en la que, si bien incluía dinero, también le increpaba por su comportamiento: «Mi querido y desgraciado hermano: Tus andanzas revolucionarias a las que vino a unirse tu última locura […] pudo tener como corolario tu fusilamiento con arreglo a los códigos, de igual forma que pagaron con su vida los dos capitanes que, secundándote en Jaca, se levantaron con sus tropas en armas contra sus jefes y fuerza leales. Es posible , Ramón, que en tus desvaríos no sientas las amarguras que a todos nos causas, en que al dolor de verte equivocado, apasionado y ciego, fuera de la ley y de todo principio, se une la posibilidad de que termines tu vida fusilado y abandonado por todos, ante la indiferencia de cuando no el aplauso del pueblo, que un día te aclamó como aviador y que te repudia como revolucionario. Si serenamente meditas sobre los resultados de tu actuación, si lees los comentarios de la totalidad de la prensa extranjera, si pudieras escuchar hoy a los que se embarcaron contigo en la loca aventura, desengañados de sus errores, te convencerías de […] que toda revolución extremista y violenta la arrastrará [a la Patria] a la más odiosa de las tiranías». Ramón solía dar menos rodeos tanto sobre el papel como en la vida. La carta más famosa que envió a Francisco la redactó a finales de los años veinte y, en ella, buscaba atraerle hacia el camino de la República a base de destruir con mandobles sus creencias: «Siguiendo la monarquía en España ya conoces el rumbo de la Nación. La nobleza, que se considera una casta superior, está formada en su mayoría por descendientes bastardos de otros nobles que viven a costa del país al amparo de los reyes y con negocios dudosos». Ramón solía dar menos rodeos tanto sobre el papel como en la vida. La carta más famosa que envió a Francisco la redactó a finales de los años veinte y, en ella, buscaba atraerle hacia el camino de la República a base de destruir con mandobles sus creencias: «Siguiendo la monarquía en España ya conoces el rumbo de la Nación. La nobleza, que se considera una casta superior, está formada en su mayoría por descendientes bastardos de otros nobles que viven a costa del país al amparo de los reyes y con negocios dudosos». La misiva, igual de extensa que de incisiva, cargaba contra el clero por «asfixiar las libertades públicas con sus demandas y desafueros y llevarse un buen trozo de presupuesto» y contra el mismo Ejército, «una caricatura de lo que debía ser». Embebido del espíritu republicano, Ramón se cebaba también con los altos cargos militares: «Los generales, incapaces, que hoy se agrupan en torno del trono para defenderlo no llevan otras miras que evitar la llegada de un orden nuevo, en el que por su estupidez no tendrán un puesto decoroso». Su máxima estaba clara: «Un orden moderado sería la solución al actual estado de las cosas». La realidad, sin embargo, es que las líneas no ayudaron a que su hermano cambiara de opinión. La relación entre ambos solo perdió aquellas tiranteces cuando 'Monchín' se cambió de bando en la Guerra Civil, un hecho que el dictador recogió en 'Raza', la novela que escribió en los años 40. En la misma le escondió bajo la identidad de Pedro Churruca, un descarriado que un día abría los ojos para morir por Dios.