En algún momento el pesimismo, y con él la desesperanza, pueden hacer mecha en nuestro corazón, en nuestra alma, y animarnos a caer en la tentación de dejarnos postrados en nuestro vivir cristiano y contemplar con un cierto pesimismo el ambiente en el que nos ha tocado vivir, y olvidarnos de la llamada a la santidad que Cristo nos dirige a todos nosotros.