José Saramago (1922-2010), premio Nobel de literatura, también célebre por sus reflexiones, a veces algo enrevesadas, opinaba que «la derrota tiene algo de positivo, nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo, nunca es definitiva». Yolanda Díaz, «la involución progresista», como la ha definido el veterano y sutil colega Hernando Calleja, ha padecido la fugacidad del éxito y ahora sueña que su último revés sea igual de efímero. La «vice», cada vez menos «vice» del Gobierno de Sánchez, está embarcada en la cruzada de la reducción de la jornada laboral. Pretendía hacerlo casi «manu» decreto si los empresarios, CEOE y Cepyme, no dialogaban y le daban la razón. La forma de negociar de Yolanda Díaz es algo peculiar. Ella expone sus planes, los habla con todos los implicados y espera que le den la razón. Y si no lo hacen, ella sigue como si nada y saca adelante sus propuestas. Hasta ahora, porque ha tropezado con la reducción de la jornada laboral, cuyas ventajas son dudosas cuando menos ahora en España. Jordi Sevilla, exministro de Zapatero, acaba de calificar la «duración teórica de la jornada laboral» como un «problema de laboratorio». También ha explicado que le parece más importante atender asuntos reales, como la precariedad laboral, «que no ha bajado, sino que adopta nuevas formas, tiempo parcial involuntario, horas extras no pagadas y bajos salarios». Situaciones en las que tener un empleo «no conlleva unos ingresos que permitan llevar una vida digna». Yolanda Díaz, quizá reconvenida por Pedro Sánchez, mucho más hábil, ha dado marcha atrás, por ahora de forma parcial, y anuncia más flexibilidad a las empresas para reducir la jornada, al mismo tiempo que amplía los plazos para alcanzar un acuerdo con los empresarios. Nada ocurre, sin embargo, por casualidad. En la Moncloa son conscientes de que, en estos momentos, es muy difícil que salga adelante en el Congreso de los Diputados un proyecto como ese. Requeriría el voto favorable del PNV y también de Junts y todo indica que en los términos actuales no apoyarían la iniciativa, lo que implica que el asunto no está maduro y que «la involución progresista» acaba de sufrir un revés que, claro, espera que no sea definitivo, como enseñaba Saramago.