Por Núria Molines Galarza. Decía Derrida algo así como que «en un sentido, nada es intraducible, pero, en otro, todo es intraducible, la traducción es otro nombre de lo imposible»1 y otra vez parecía que oíamos ahí los cantos que vaticinan el fracaso de nuestra tarea. Y, durante bastante tiempo, seguimos atascadas en aporías y marcos negativos; todo por culpa de un fantasma o de un signo que, como el Guadiana, aparecía y desaparecía a su antojo. Y ese espectro no era otro más que un guion, un guioncito discreto que dinamitaba el binarismo inoperante de posibilidad/imposibilidad. Qué aburrimiento pensarlo todo así, en el blanco o negro, sin la arena fina y díscola en la que se deshace la duna. [...]