La respuesta al acertijo es el turista.
Venecia está cobrando una tarifa por el ingreso de turistas a la ciudad, para despejar sus calles y canales en la temporada alta. Barcelona ha bloqueado el sistema Airbnb que le sube los alquileres a la población local.
Pero hay más que la molestia física o económica. Un cartel de estos días opina: “Fuera los turistas, bienvenidos los inmigrantes”. Pero es obvio que estos últimos también crean sus problemas, pero parece que la ideología es más fuerte que el confort de los vecinos. Por diversos motivos, aquí en el Perú el turista no incomoda.
Visto desde el mirador peruano, lo que está sucediendo en los destinos europeos preferidos es lo que el francés llama un exceso de riqueza. Una abundancia de turistas como esa le mejoraría la vida a mucha gente necesitada en otros países
Más bien es al revés. Los sufridos turistas comparten muchas de las incomodidades del ciudadano promedio. Esto se aplica sobre todo a quienes vienen a buscar el relax y la experiencia serena, no la aventura. Por ejemplo, las historias de espera y penuria ante las puertas de Machu Picchu son un clásico en las secciones de quejas en la red.
Es verdad que , y que los visitantes son una tabla de salvación para muchas localidades. Pero más allá de algunas islas de excelencia, y hasta de lujo, la infraestructura del país es limitada. Hay destinos estupendos, pero con caminos casi intransitables, o monumentos arqueológicos hechos ruinas por la burocracia.
Pero si en Italia o España sobran los turistas, aquí faltan. No solo por el dinero que aporta su interés, sino también por la interculturalidad que su presencia supone. Además, hay en la presencia de los turistas un halago. Mientras que en las ciudades europeas que comentamos hay un obvio desdén al visitante.
Como advirtió el francés Paul Morand en su opúsculo sobre turismo de 1937, viajamos también para compararnos con lo ajeno. Millones de peruanos nunca llegarán a ver otro país, y más gente todavía nunca verá el nuestro. Una lástima, porque allí se pierde algo deliciosamente presencial.