«Europa ha salido de la crisis de lanzadores», decía rotundo Josef Aschbacher, director general de la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés). Era una declaración audaz, porque la hizo una semana antes de que el Ariane 6, el nuevo y flamante cohete que prometía devolver el acceso al espacio por sus propios medios al viejo continente, despegara por primera vez. «Europa es una fuerza espacial importante y necesitamos nuestros cohetes propios para lograr un acceso propio al espacio», remataba. Una fuerte apuesta que, sin embargo, le salía bien a Aschbacher, testigo en primera fila de cómo uno de sus mayores problemas como máximo responsable de la ESA empezaba a despejarse según el Ariane 6 se dirigía al espacio. La gran prueba se había fijado para este martes, 9 de julio . En las instalaciones espaciales de la agencia espacial francesa (CNES) en Kourou, en la Guayana Francesa, el Ariane 6 se elevaba a las 16 hora local (21 horas en España), una hora más tarde de lo previsto debido a unos problemas en el sistema de datos en tierra que se solventaron rápidamente. La misión, de menos de tres horas, era la demostración de que el nuevo cohete de 56 metros ideado por la ESA en colaboración con una red industrial de varios cientos de empresas en 13 países europeos entre ellos la división española de Airbus –encabezada por el contratista principal, ArianeGroup- era una realidad. Una realidad que se ha hecho esperar, pues el cohete ha acumulado diez años de diseño y construcción, y casi el doble del tiempo previsto en un principio. Un lapso que ha sumido, junto con otros problemas, en una tormenta perfecta a la ESA, dependiente de otros para llegar al espacio. La etapa central, Vulcain, ya se había probado con el exitoso Ariane 5, que dejó de utilizarse en abril del pasado año. La ESA había previsto los retrasos del nuevo modelo de lanzador y pretendía apoyarse en los confiables cohetes Soyuz mientras llegaba el Ariane 6. Sin embargo, la guerra en Ucrania provocó que la agencia europea cortase todos sus lazos con su homónima rusa, Roscosmos, lo que a su vez ocasionó que algunas misiones, como ExoMars (el primer rover europeo en Marte), quedasen en el aire. Otras, como Euclid, no podían ser retrasadas, por lo que se buscó la colaboración con SpaceX. Muchos de las demoras las provocaron las pruebas con Vinci, la etapa superior del Ariane 6 creada desde cero para albergar diferentes configuraciones y poder llevar hasta a 30.000 kilómetros de la superficie sus cargas, lo que le permite llevar desde misiones científicas a ejércitos de satélites para las tan de moda constelaciones espaciales. De hecho, Vinci funciona como un lanzador en sí mismo, ya que no solo abre sus compuertas y deja a las sondas, sino que las impulsa hasta el lugar exacto en el que deben estar, incluyendo las que deben regresar a la Tierra. De hecho, en este vuelo viajaban dos cápsulas que debían caer en algún punto sobre Océano Pacífico para ser recuperadas. «Lo que lo hace único y esto es algo que otros, como Ariane 5, no podían hacer, es que puede en diferentes alturas reiniciar su motor, con lo que se puede situar satélites en diferentes órbitas o en diferentes planos formando constelaciones de satélites. Esto es una ventaja respecto a los otros lanzadores que existen en el mercado«, explicó Aschbacher. Cuando acaba su trabajo en órbita, Vinci lleva a cabo una serie de maniobras para acabar desintegrada por el roce con la atmósfera y así no generar más basura espacial. La primera etapa de momento, Vulcain, no será reutilizable (se están haciendo pruebas de una nueva etapa central que sí vuelva a la Tierra), pero Ariane 6 sí es más barato y más eficiente que el Ariane 5. «Ariane 6 será el lanzador de Europa para el futuro. Será capaz de llevar satélites europeos y satélites del mercado global al espacio y esto será durante una década o incluso más», indicó Aschbacher. Y el futuro próximo empieza ahora. La idea es realizar un segundo vuelo a finales de este año, otros cuatro programados para el 2025 y ocho en 2026. A partir de 2027, la idea es que Ariane 6 se lance con una regularidad de nueve vuelos al año, portando tanto carga de la ESA -como experimentos científicos y misiones espaciales- como cargamentos privados, haciendo competencia incluso hasta al mismísimo Elon Musk. Y la ESA es aún más ambiciosa: la idea es tener su propio lanzador a la ISS para 2028 y dejar de depender de las Crew Dragon de SpaceX o las Soyuz rusas para que sus cargas lleguen al laboratorio espacial. La nueva era del espacio en Europa acaba de despegar.