Emmanuel Macron lanzó una elección relámpago para bloquear el avance de Agrupación Nacional, el partido de extrema derecha de Marine Le Pen. Ayer domingo lo logró, pero ahora su problema es el triunfo del Nuevo Frente Popular (NFP) de izquierda, armado a la carrera con el mismo propósito. Macron seguirá en la presidencia, pero con algunas dificultades para gobernar.
Lo dijo sin tapujos: “Solo vamos a realizar nuestro programa, pero vamos a realizar todo el programa”. Al menos en su primer mensaje, el hombre no está pensando en negociación alguna.
Los ministros de Macron ya han salido a decir que nadie ha obtenido votos suficientes como para sustituir al actual gobierno. El partido de Macron, una derecha moderada, digamos, llegó segundo y será indispensable para muchas votaciones importantes en la Asamblea. Es decir, para muchas negociaciones clave para mantener la estabilidad.
Como no se puede hacer una alianza especial para cada ley que se busque, Macron se va a ver tentado a llegar a algún acuerdo más o menos duradero. La gente de Le Pen afirma que el NFP no va a llegar a acuerdos, ni internos, ni con Macron; esto sugiere que el presidente francés terminará obligado a tocar la puerta a la derecha del parlamento.
Por el simple conteo de los votos, se está considerando que todo ha sido una victoria de Macron. Pero bloquear el crecimiento de la extrema derecha no es lo mismo que conservar una gobernabilidad amenazada. Si no llega a algún acuerdo con alguien, va a tener problemas en las calles, desde los dos extremos ideológicos y la indignada queja neutra del hombre de la calle.
Estima que los ganadores tendrán problemas insalvables para gobernar. Por lo pronto, los jefes de Francia Insumisa y el Partido Socialista ya aparecen peleándose un cargo de primer ministro que nadie les ha ofrecido.
Pero el suspiro de alivio ha resonado por casi toda la Unión Europea.